En la interpretación social dominicana se puede encontrar un personaje que es basado en la mentira cuya única función es atemorizar a los niños y niñas para que no realicen alguna acción cuyos padres entienden no deben hacer.

Personificar al cuco, por lo general, formaba parte de la chercha barrial asemejándolo con personas en quien la belleza brillaba por su ausencia.

La otra personificación del cuco estaba asociada a personas que infundía temor o respeto en el barrio y en la comunidad donde nací el cuco era un señor llamado Margaro Vallejo.

Margaro poseía eso que llaman autoridad informal que es la que se obtiene por vía del reconocimiento social.

En nuestros campos eran muy comunes las personas con autoridad informal, cuya ética de vida le hacían merecedor del respeto de todo el barrio. Los hombres al verle si quitaban el sombrero para saludarle y los niños y niñas le besábamos la mano tío, aún sabiendo que no guardaba parentesco familiar con nosotros.

Este tipo de personas tenían la potestad para corregir a cualquiera y era mejor no llegar a la casa llorando argumentando que fulano nos había corregido por medio de una correa o una vara, porque entonces el castigo sería doble.

Como dije, en mi barrio era Margaro, un señor de cara poco sonriente, pero un gran ser humano en el fondo. Por algo se había ganado tal respeto y distinción, el reconocimiento de quienes les conocieron siendo adultos y el respeto de quienes le conocimos siendo niños.

Pero el principal aporte de esto es que el barrio era de todos y todas, los niños y niñas éramos cuidados por todas las personas y nadie osaba ni siquiera permitir se asomara la idea de delinquir pues se toleraba. De hecho, en mi barrio había un solo delincuente que llamábamos titingo.

La otra lección importante es que mi generación creció a la sombra de gente honesta cuyo testimonio servía de referente para imitar. Lejos de la masificación de los medios de comunicación que ilustran a diario lo peor de nosotros como sociedad, crecimos creyendo que todo el mundo era bueno, porque quienes nos rodeaban eran personas buenas.

Hoy el mensaje que se nos envía es tétrico y estamos ante una sociedad joven que se ha ido quedando sin referentes a quien seguir. Los casos de corrupción están a la orden del día, pero solo salen a la luz pública cuando interesan como estrategia política para que sirvan de circo mientras se distrae la atención de otros hechos escandalosos.

La actual crisis del sistema judicial es la mejor ilustración. El Procurador General de la República y Participación Ciudadana han mencionado nombres y apellidos de quienes conformaban una red mafiosa en la justicia, sin embargo toda la atención ha sido centrada en una jueza que, posiblemente, no era más que una pobre diabla en todo este estercolero. Nadie señala ni cita los cabecillas.

Es evidente que ya no existen cucos ni Margaros en esta Sociedad de la Nada. Quienes podrían ocupar este puesto podría ser la Justicia y ya hemos visto lo podrida que está. Podría ser la policía pero estos se han convertido en parte del problema aliándose con narcos o ellos mismos formando bandas delictivas para asaltar en las calles.

Lo único que se me ocurre es que tratemos de ser mejores personas cada día, procurar hacer el bien con el propósito de que nuestros hijos e hijas se sientan orgullosos de nosotros, porque confiar en la justicia o la policía es, definitivamente, un caso perdido.