Cuando era niña una familia cercana sufrió una tragedia fuera de serie.  Vivíamos en un pueblo, en una época en que los homicidios no sonaban tanto como ahora, por ende, el grado de impacto era muy grande.  Pero más chocante aún resultaba que fuera la madre la asesina y el padre la víctima.  Carlos era mi compañero de escuela, y sus padres los protagonistas de la tragedia.  Su hermana mayor, entonces una adolescente, de pronto se ve forzada a coger las riendas de la familia y liderar a sus tres hermanos.  Carlos, el único varón, tuvo que convertirse en el proveedor, sustituyendo a su padre en el manejo de las tierras y las cosechas.

Mientras todos sus amigos pasábamos por las etapas semi-normales de la niñez, tanto Carlos como su hermana-madre se afrontaban a sus retos con valentía y decisión.  Mientras otros decían tenerles pena, yo no podía evitar el admirarles.  Había en ellos una fortaleza de carácter, producto de un resultado positivo de tan cruda y dura prueba.

Muchos tienden a echarse a muertos y a existir bajo una sombra de autocompasión y desprecio.  Lastimosamente, existen los cobardes, y lo digo porque me tocó vivirlo en carne cruda, que se agarran de cualquier excusa para no cargar con las responsabilidades que les toca.  Les gustan los beneficios de ser el “líder” pero reniegan de las tareas obligatorias de ese rol.

En la Biblia, vemos casos de personas valientes como Carlos y su hermana.  Es el caso de Josué hijo de Nun, quien era apenas un mozuelo cuando conoció a Moisés y probablemente no sabía que un día tendría que sustituirlo.  Era común que un líder tuviera discípulos, y vemos que eso precisamente vino a ser Josué.  Ningún otro le fue tan fiel a Moisés, ni aun sus propios hermanos.  Cuando narran que Moisés subió al monte a estar en la presencia de Dios por 40 días, Josué permanecía al borde del territorio, esperando su regreso, mientras todo el pueblo se corrompía con el becerro de oro.

Cuando llegaron al borde de la tierra prometida, Josué fue escogido como uno de los 12 espías que fueron a reconocer la tierra.  Él y Caleb fueron los únicos que rindieron un informe esperanzador y optimista.  Incluso fueron amenazados de muerte, por contradecir a los otros 10 que decían todo lo contrario y que llenaron de temor a todo el pueblo. De ahí que de toda esa generación, sólo ellos entraron siendo adultos a la tierra prometida, pues durante cuarenta años Dios hizo que Israel diera vueltas en el desierto, hasta que murieron los adultos que habían salido de Egipto, quedando solo sus descendientes jóvenes.

Tras la muerte de Moisés, Josué fue encomendado por Dios para liderar al pueblo, y no por nada le dijo tres veces: “Mira que te mando que te esfuerces y que seas muy valiente”.  Aquello no era tarea fácily Josué lo sabía.  Sin embargo, encaró la encomienda de la mano de Dios.

Otro caso es el de Elías y Eliseo.  Israel vivía bajo el reinado de un líder corrupto, cuya esposa cometía toda clase de actos aberrantes, practicando adoración a sus dioses.  Elías tiene que levantarse y confrontar una sociedad perdida (cualquier similitud con los tiempos actuales no es coincidencia) pues desde que sacamos a Dios de nuestra ecuación de vida, el resultado siempre es el mismo; perdición y desenfreno.  Elías tenía el rol de confrontar a los reyes y traer al pueblo de vuelta a reconocer a Jehová como su Dios.  Como estaba solo, se le concedió un ayudante.  De ahí que Dios mismo le indica ungir a Eliseo.  ¿Cuál fue el precio?  Dejarlo todo (tierras, cosechas, riquezas) para irse a aprender del profeta.  Vemos que Eliseo tomó la responsabilidad con seriedad y pasión, pues hasta el último minuto en que su líder estuvo en esta tierra, él permaneció a su lado, con devoción y obediencia.  Por eso Dios le concede recibir una doble porción del Espíritu que moraba en Elías.

En las iglesias, ante nuestras familias, en los trabajos, donde quiera se presentan sucesiones, que nos fuerzan a decidir si crecemos o perecemos en el intento.  ¿Qué clase de líder eres?  ¿Le huyes a las responsabilidades o las asumes con valentía?  Es normal sentirnos agobiados y querer tirar la toalla, yo he estado ahí.  Sin embargo ese es el momento de aplicar este versículo:  Romanos 8:28Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas ayudan a bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito.

Confrontar la vida sin esperanza es el peor sentimiento que puede haber, pues te convences de que nada vale la pena.  Eso te hace una persona amargada e infeliz, incapaz de ver la luz del sol, aunque brille en pleno verano.  Tengo personas cercanas que viven así y es patético!  Por nada en el mundo quiero vivir en semejante miseria existencial. Si aún tienes vida, es porque Dios no ha terminado su propósito contigo.  Vale la pena hacer lo que aconsejara Josué poco antes de su muerte a sus sucesores: Josué 22:5Solamente que con diligencia cuidéis de cumplir el mandamiento y la ley que Moisés siervo de Jehová os ordenó: que améis a Jehová vuestro Dios, y andéis en todos sus caminos; que guardéis sus mandamientos, y le sigáis a él, y le sirváis de todo vuestro corazón y de toda vuestra alma.

Porque Dios es el autor de la esperanza, el hacedor de milagros, el que sana enfermos y levanta muertos.  Por más desierta que se vea la vida, de la mano de Dios lo árido se torna en delicados pastos donde podrás descansar (Ver Salmo 23).  Dios no es el autor del amor, Él es el amor mismo.  Y lleno de él perderás todo temor. ¿Cómo lo sé?  Lo vivo a diario, con mis muchísimas pruebas.

Me despido con esta verdad:

1 Juan 5:1-5Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.

En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.

Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.

Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.

¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? 

¡Bendiciones!