Asesinatos, asesinatos, asesinatos… De mujeres por su condición de mujeres, feminicidios viles y perversos aupados por una sociedad machista que legitima la violencia contra las mujeres; de hombres y en menor medida mujeres, que se envuelven  en situaciones vinculadas a abuso, corrupción, impunidad y falta de transparencia. ¿Qué hacemos? ¿Cómo seguimos viviendo? ¿Cuáles medidas deben tomar las autoridades para revertir este proceso? ¿Cuáles medidas debe tomar la ciudadanía? ¿Es reversible? ¿Entramos a una ola maldita que continuará arropándonos, y solo iniciaremos el proceso de salida cuando hayamos llegado al último resquicio de la depravación?

En mi eterno optimismo y en mi visión de la vida desde una opción de alegría, amor y respeto me niego a aceptar que nos venció la maldad. Aspiro a que el halo de la magnificencia nos arrope y podamos salir de esta oscuridad que produce pavor, miedo, y desesperanza.  Lamentablemente, en un grupo que se “beneficia” de esta situación, se sigue produciendo el deseo de abusar, robar, corromper y vivir desde la cultura del “na e na, y to e to”. Son menos, son muchísimos menos, pero sus acciones nos impactan de tal manera que pensamos que son los más y nos dejamos envolver en ese manto de desolación en que se está quedando paralizada la sociedad dominicana.

Esto inició hace muchísimos años y lo fuimos permitiendo. No nos llegaba el agua regularmente, todo el que pudo se hizo de una cisterna; nos dieron apagones de forma inmisericorde y todo el que pudo se hizo de una planta o de un inversor; nos comenzaron a robar en nuestras casas, todo el que pudo pagó una seguridad privada institucionalizada o informal (valga recordar que las empresas de seguridad privada en su mayoría son propiedad de personas que trabajan en la seguridad pública). Antes de todo esto que menciono estuvo el caso de que la educación pública no respondía a estándares de calidad y mandamos nuestros hijos y nuestras hijas a colegios privados; y como los hospitales públicos son solo “supuestamente” de gente (como dice Juan Luis Guerra) proliferó el negocio de las clínicas privadas (que también son propiedad de profesionales que trabajan en la salud pública). En fin, que fuimos resolviendo de manera individual y de acuerdo a nuestros recursos lo que se supone que el Estado debía proporcionar, no como dádiva, sino como responsabilidad que se paga con el dinero de nuestros impuestos.

Y así fuimos buscando soluciones particulares a problemas comunes y normalizando la corrupción a todos los niveles.

No deja de sorprenderme la anécdota que me hizo una amiga: ella decidió mudarse al campo y comenzó a ver que las casitas estaban siendo destechadas y las hojas de zinc sustituidas por unas en muy mal estado, las buenas puestas a buen recaudo. Ella preguntó qué pasaba, pues le preocupaba que se mojarían ya que era temporada de lluvia. La comunidad le explicó que había campaña electoral y cuando llegaran “los políticos” si el zinc de las casitas estaba en buen estado no les darían más.  Creo que no tengo que explicar más la historia…

Y evidentemente, comentar la corrupción a gran escala, esa de cuello blanco, es llover sobre mojado, ese es tema recurrente en todos los espacios de la vida nacional. La cultura de la dadiva, de la comisión, del negocio por atrás, se entronizó tanto que se normalizó. Ahora, cuando se ha salido completamente de control y ya se convirtió en una estructura mafiosa que arropa tanto a personas que dicen pertenecer a grupos que autoproclaman trabajar por la transparencia y la no corrupción, como a instancias estatales, empresariales y comerciales; parecería que no nos damos cuenta de que, o paramos y resolvemos esta realidad perversa o nos destruimos.

Yo sé, que la riqueza sea heredada o recién adquirida, produce en las personas una sensación de poder que les hace creerse superiores; realmente miran a quien no tiene el mismo poder adquisitivo como si fuese un ser humano de “segunda categoría. Sólo quiero recordarles que si seguimos por ese rumbo tendrán mucho dinero, pero no tendrán país para disfrutarlo… Quizás y solo quizás, valdría la pena no tener tantos edificios con helipuerto incluidos y tener tranquilidad, seguridad y paz. A mí me parece mejor opción, ¿Y a usted?

La violencia a todos los niveles y escalas, no puede seguir dominando el panorama nacional. Tenemos que sentarnos, tranquilizarnos, entender las circunstancias de cada una de estas problemáticas y desde la comprensión, acometer soluciones estructurales y reales. Dejémonos de paños tibios, y de “simbolismos”. Si queremos erradicar la violencia contra las mujeres, agarremos las Convenciones Internacionales sobre el problema y la Plataforma de Acción de Beijín y apliquémosla. Si queremos que el desborde de la delincuencia común se controle, trabajemos prevención, empleo, seguridad social, educación, controlemos el tráfico y el micro tráfico. Si queremos controlar la corrupción, que la transparencia deje de ser un discurso y se convierta en una práctica cotidiana. En fin, seriedad y compromiso.

Recuperemos la capacidad de asombro, y desde ahí sabremos que no es posible permitir que en una institución del Estado se hable de tener que pagar extorsiones. No hay extorsionadores sino se encuentra a quien extorsionar.