“Cuando la jambre da calor la batata es un refresco.”
Refrán dominicano

Hay dichos y refranes dominicanos sabrosísimos, tanto por su sabiduría como por el sarcasmo o la gracia al decir. “Papeleta mató a menudo” es el equivalente criollo de: “El amor y el interés se fueron al monte un día…” Lo más interesante es que no establecen situaciones en abstracto sino que brotan de la vida cotidiana, de los avatares y pesares de todos los días: “El pobre sólo descansa cuando se muere”.

Algunos retratan estampas bucólicas: “Lo agarraron asando batatas.” Tenía la intuición de lo que quería decir hasta que, hace ya mucho tiempo, vi como se asan las batatas. En un rescoldo, un fuego invisible y engañoso escondido entre una hojarasca. El asador tiene que andar dándole vueltas para que no se quemen, agachado frente al rescoldo. Con los dedos agarra la batata por un rabo y le da vuelta rápido para no escaldarse los dedos. Agachado y absorto, a cualquiera lo agarran mansamente asando batatas, es decir, completamente descuidado. Por cierto, la batata asada, dulce y sabrosa, tiene una consistencia pastosa y absorbe  profundamente el calor, de manera que hay que comerla aspirando para no quemarse el cielo de la boca; si refresca es porque el hambre es grande…

“Cuando la mar bota pejes”: recientemente la Cervecería Nacional Dominicana reveló que en lo que va de año respecto a igual período del 2012, el consumo de cerveza en el país disminuyó 20%, esto debido al aumento de precio que significó la última reforma fiscal. A la anterior siguieron informaciones de que el consumo de cemento cayó en un 6% el 2012 y el de combustibles un 2% en los primeros tres meses del año. Con esto se pone en evidencia lo que antes se había advertido al gobierno: que el país no aguanta más impuestos.

Los economistas denominan elasticidad-precio de la demanda al efecto proporcional en el consumo de un bien ante una variación de su precio. Se espera que un aumento en el precio haga disminuir el consumo –ésta es la Ley de la demanda-, ahora bien la proporción en que lo hace es otra cosa. Hay bienes que son inelásticos, es decir, que su consumo persiste relativamente por encima del aumento en su precio. Destacan entre estos los denominados “vicios”: “No hay mujeres feas, lo que hay es poco romo”. En función de la preferencia o de la compulsión, los consumidores ordenan su vector de consumo acorde la importancia subjetiva que para ellos tienen. Adelante lo imprescindible, aquí viven los pobres: “Cuando la mierda sea dinero los pobres van a nacer sin culo”. Al final, el esparcimiento, los gustos del vivir.

El alcohol es el único sueño de poder, bienestar y riqueza que pueden tener los pobres: portátil, de rápido efecto, por demás extensible y de consecuencias relativamente manejables en un cierto rango. ¿”Evidencia empírica” del consumo de alcohol? Nada más revisemos valor y volúmenes de ventas (de paso, los impuestos pagados) de los productores nacionales y de los modernos liquor stores, todo un éxito. En este país, cuando se deja de beber es porque la cosa es seria.

Hay dos cosas que se han comprobado en este pequeño tramo de tres o cuatro meses de reforma fiscal. La primera, la Ley de la Presión fiscal máxima, aplicación a los ingresos fiscales del principio de “aprieta hasta que grite”, o “el golpe avisa”, combinado con aquel de que “al burro que más cargan es al que más aguanta”. ¿Cuándo ha visto usted que el gobierno le ponga impuestos al consumo de sustancias y productos nocivos con el pretendido propósito de cuidar la salud pública? No, aquí la salud pública es asunto privado, de cada quien. El que se enferme, que vaya al médico y que se cure como pueda. Los impuestos son para recaudar dinero, esta es la ley de hierro de la política tributaria dominicana, y por ello se llevan al límite, “hasta donde dice Cirilo”. Por esto recaen principalmente sobre los productos de consumo inelástico al precio o, su equivalente general, las actividades ciudadanas inevitables: salir de viaje, ir a Boca Chica, comprar un galón de gasolina, comprar un refresco. ¿Por qué no le ponen un selectivo del 50% al consumo de tallota o a la lectura de las obras completas de Pedro Henríquez Ureña?

Y la Ley de Laffer, que en dominicano se dice “trabajar para estar cansado”. En dos palabras, lo que dice Laffer es que toda actividad productiva debe tener una rentabilidad mínima o mejor no se hace, “sale más la sal que el chivo”. Si pierde este mínimo de atractivo, mejor quedarse en la casa viendo televisión. Claro, esta alternativa se encuentra con el problema de dónde van a salir los centavos para lo imprescindible. En cualquier caso, la idea es que la voracidad fiscal destruye la rentabilidad de la iniciativa individual, el aumento en la presión fiscal induce una disminución en el nivel del producto.

No vale la pena hablar de los argumentos para aumentar el cobro de impuestos, la “asistencia a los necesitados” y el “gasto social”, el “desarrollo” y demás. ¿Hasta dónde se puede apretar el tornillo, aumentar la presión fiscal? Ahora ya lo sabemos, “donde la puerca tuerce el rabo”. Coincidimos pues con la propaganda oficial: “la cosa está buena, pero no se vende”.