Es un hecho moral, un despojarse

Del viejo hombre, que está viciado,

Para vestir el nuevo. 

JLB.

Aun parezca una misión imposible de llevar a cabo, siempre es el momento de hacer lo correcto, tratar de enderezar el camino aunque se busquen los medios para hacerlo por otro lado o dirección. Es el caso fatal del Poder Judicial en nuestro país. Quizás aparezca una peor, más corrupta que una puta honrada o un reincidente perro que le guste comer huevo. Aun así, tenemos que cambiar, hay que imponer el imperio de la ley y la justeza por encima de la gran capa de lacras que cubre el cuerpo de la pobre ciega.

Y la razón no puede ser más contundente que decir la verdad, y esa verdad es que la justicia, es y debe de ser el propósito principal de la Nación, de la República, del País, y de hecho, ese es el porqué de la  existencia de la misma. No son los intereses de un partido político, de un comité cualquiera o una Nadiangheta de nuevos matices y “democrático” comportamiento. No señor.

Es una pandemia de desvergüenza que cubre este “poder” del Estado, aunque parece independiente hasta de la Nación. Pedir pruebas es la vía más fácil para evadir el problema, porque las pruebas están contenidas en las mismas sentencias que liberan, pero a la vez condenan a su emisor, ya sea que lo haga por su “$ntima” convicción o porque le ha faltado valor para decirle al que está más arriba… ¡No señor!

Los estudiosos conocen muy bien que de igual manera procedía Rafael Leónidas Trujillo Molina, que recorría los más recónditos lugares resolviendo los problemas de los campesinos, claro, con dinero del estado y de paso a sus personales amigos,  así solidifico la dictadura de su Partido Dominicano y que lo que está sucediendo ahora “¿es pura coincidencia?”, o quizás estemos  sin saberlo o a sabiendas, frente a una nueva férrea dictadura de un solo partido, que aglutina todos los poderes facticos y que nos mató despiadadamente una justicia que no era ciega total, pero que el nacimiento de las mal nacidas “Nuevas Cortes” se encargaron de ponerle la vista veinte veinte, pero mirando solo para el lado que se le indica.

Hacerse ilusiones frente a realidades, es cuestión de tontos, por no decir otra palabra. Que hay que hacer un gran esfuerzo para sanear la justicia, pero por parte de quien si el chapulín no existe, o acaso alguien espera que los mismos que hicieron el atolladero lo van arreglar… ¡No j…s! Le piden pruebas a la Fiscal sobre su denuncia, pero a sabiendas de que es prácticamente imposible que exista un abogado que no conozca donde se “arreglan” las sentencias, es decir, no van hablar pero mucho menos lo van hacer “los hombres de los maletines” y mucho menos, los bufetes donde se “hacen las sentencias especiales”.

Reitero, quieren pruebas, revisen sentencias y apelaciones sin apelar o tantas otras cuyos plazos para apelar misteriosamente se les pasa el tiempo. Fingidores de pudores, más bien deberíamos llamar a estos impúdicos que alegan desconocimiento sobre lo grave del caso de la justicia, siendo ellos los responsables de limpiar todas la heces con la cual han tapado a la que era ciega, porque viven en eterna mancuerna entre la política, los políticos y el señor don dinero.

De manera depravada escuche uno de estas lenguas flojas decir que no había jueces serios dentro del poder judicial, mentira del diablo, porque hay una cantidad increíble de jueces cuyo norte es hacer que impera el Derecho en todas y cada una de sus actuaciones judiciales y personales. Jueces que no han podido ser contaminados en casos judiciales, ya sea por motivos políticos, económicos o simplemente por asuntos circunstanciales o convencionales.

Sí señor, tenemos jueces incorruptibles, no  políticos y quizás por eso están marginados, no son aptos para la desvergüenza política o económica, no se dejan manipular y los llaman rosca izquierda, por eso son peligrosos que ocupen las más altas cumbres del Poder Judicial, porque de así ser, aun haya que comenzar de cero para erradicar esta hediondez judicial, el hedor desaparecería y eso simplemente, no le conviene a la casta gobernante. ¡Si señor!