Todas las censuras existen para impedir que se desafíen las concepciones actuales y las instituciones existentes. Todo progreso es iniciado al desafiar las concepciones actuales y es ejecutado al cambiar las instituciones existentes. Por lo tanto, la primera condición para el progreso es la supresión de la censura.   — George Bernard Shaw

Producto de la censura agravada en el tiempo, brota la inefable autocensura. Más difusa y difícil de combatir, la autocensura es definida como la “limitación o censura que se impone uno a sí mismo”, usualmente por temor a las consecuencias de expresarse libremente. El miedo nunca es buen consejero cuando de comunicación se trata. En ocasiones hasta el silencio absoluto es preferible a la automutilación de la expresión sincera. Mejor callar en protesta que engañar disimulando.

El activista cultural catalán, Xavier Marcé, explica la mayor peligrosidad de la autocensura: Entre la censura y la autocensura hay una diferencia sutil que sirve para exculpar culpas pero que no nos redime del atentado a la libertad de expresión… La censura, inaceptable en cualquier caso, permite el derecho a la crítica, moviliza opiniones y admite apelaciones a los juzgados y a la conciencia colectiva. Conste, pues, que la censura me parece inaceptable, pero le añado a la autocensura un daño todavía mayor a la democracia y a la libertad de expresión.”

El poeta y diplomático mexicano, Hugo Gutiérrez Vega, sentenció: “La autocensura es el peor vicio de los periodistas”. Si convenimos en que la autocensura es una subcategoría de la censura, entonces sin dudas “la autocensura es la peor de las censuras”.  La autocensura es mucho más restrictiva que la censura que anticipa y suele agravarse con el paso del tiempo, afectando no solo la expresión sino hasta el pensamiento. La autocensura es más agresiva que la limitación autoritaria porque obedece al temor, un verdadero tumor secundario en el cuerpo social, afectando a toda la sociedad con parálisis espiritual.

El proceso de metástasis anímica de la censura en autocensura es explicado por Almudena Grandes en su poema en prosa, Autocensura, que por su pertinencia reproducimos en extenso a continuación:

La calidad de las intenciones que pongan en marcha el proceso es irrelevante. El infierno está empedrado con las mejores. Un buen día se invocan los sentimientos más elevados, la sensibilidad más progresista, el bien general, para prohibir un acto, para retirar de la circulación un libro, para prohibir la exhibición de una película, para descolgar un cuadro, para cerrar una exposición. La justificación de tales decisiones suele ser grosera, tosca, pero incluso cuando es sublime, los bellos conceptos que la integran resultan irrelevantes, y el respaldo de la opinión pública, por muy democrático que parezca, no tiene ningún valor. El único efecto transcendental de la censura de cualquier tipo sucede en el ánimo, en el espíritu creativo, o como lo quieran llamar, de cualquier artista, escritor, cineasta, que después de asistir a la condena de un creador, se sienta a una mesa ante un papel en blanco y un instrumento para escribir, o para dibujar. En ese momento, se preguntará si tiene vocación de héroe y muy probablemente se responderá que no. Pensará en su familia, en su pareja, en sus hijos, en las facturas de la luz, del gas, de la calefacción, en la letra de la hipoteca que tiene que pagar todos los meses, y comprenderá que tiene mucho que perder, ni más ni menos que cualquier persona sobre la que se proyecta la amenaza de la pérdida de sus ingresos. Y entonces decidirá que no pasa nada si sustituye un nombre propio por dos iniciales, que si pone a Buda en lugar de a Cristo el efecto será el mismo, que puede quitar del guion la escena del policía que mata al manifestante. Y publicará su libro, pintará su cuadro, rodará su película. Ese es el único efecto relevante de la censura. Porque así se destruye la cultura de un país.

El único efecto trascendental y relevante de la censura es la resultante autocensura que cercena la libertad, mutila la creatividad y destruye la cultura (en su sentido más amplio y auténtico). El sueño de todo censor es tener en cada sujeto un ayudante en su tarea de hacer cumplir la censura, un censor en cada cabeza. Hacer el trabajo de los inquisidores y censurarse a sí mismo es igual a renunciar al progreso.

No cabe duda de que la censura en sus múltiples formas hay que combatirla temprano y con fuerza para evitar que haga metástasis como autocensura, pues sabemos que es más fácil luchar contra un mal centralizado e identificado que defenderse de un mal regado difusamente por todo el cuerpo social a manera de parálisis espiritual. La censura se presta para ser repelida en equipo, se puede combatir colectivamente; la autocensura enmudece y nos aísla de las demás víctimas de ese mal, haciendo muy difícil la lucha solidaria en su contra.