Viendo las cosas en su justa perspectiva, el culpable de todo fue Javier Solís, en el momento en que gritó algo así como “¡Queeeva!”.

Eran días muy difíciles, en los cuales todos éramos Don Quijote. Cabalgábamos por aquellos senderos de utopía y ensueño, respirando la brisa pura de los primeros años y jurando que cambiaríamos el mundo, luchando contra todos los molinos de viento que se nos opusieran…

Pero, a todo Don Quijote le falta su Dulcinea. ¡Y Todos queríamos tenerla! Para dedicarles nuestras hazañas. Para vivir en su nombre. Para morir en su nombre.

Y la noticia llegó como una lluvia fresca: “En la casa de David hay una fiesta esta noche”.

Jose de la Rosa, Mario Wynss, Leonel Fernández, Gertudys de la Rosa, José Andino y Danilo Segura

¡Carajo! Una oportunidad para “botar el golpe”. Para contemporizar con las chicas. Para encontrar una Dulcinea.

David Reyna era uno de mis más fieles caballitos de batalla y fue quien me presentó a un primo, recién llegado de Nueva York, quien creía que yo era Vladimir Lenin, y que respondía al nombre de Leonel Fernández Reyna.

Estábamos en diciembre, había un friito y, como se sabe,  la navidad llamaba a fiestas. Fiestas de barrio. Caseras, Ingenuas. Románticas. No había discotecas. Ni paragüitas. Ni nada. Todo se reducía a intercambios platónicos, conversaciones bobaliconas y, a veces, encuentros lejanos de tercer tipo.

De manera, que cuando se informó de aquella novedad, hubo gran algarabía, sin saberse que esa noche ocurriría uno de los hechos más terribles de cuantos sucedieron en Villa Juana y demás barrios de la parte alta de la ciudad durante aquellos años, hecho infame que muchos quisieran olvidar.

El día había comenzado con una amenaza de lluvia. Que se redujo a una llovizna. La muchachada, eufórica, esperaba su momento estelar, donde podrían sentir de cerca a las más bellas damiselas. Ellas, también esperaban. Incluso, algunas no tan jóvenes ni tan favorecidas por la naturaleza, como Telín y Dorotea, de quienes se dice que no participaban en concursos de belleza porque sospechaban que los jurados estaban “vendidos”. “comprados” “parcializados”. Y ciegos ante la real belleza: “aquella que sale de las fragancias más recónditas”. De “las exquisiteces más ignotas”. Y de “los recovecos más misteriosos”… ¡Pero que no se ven a simple vista!

Y a la canalla le gusta ver. Oír. Oler. Gustar ¡Y palpar!

Telín era una de las hermanas del dueño del colmado “Los bemba”. Y Dorotea la más representativa de los “Chamba”, llamada “La Reyna de Jarro Sucio”. Ambas disfrutaban de muchos atributos subyacentes. Pero, en el exterior, no eran ninfas. No eran musas. No eran Dulcineas.

“¡Qué vaina!”, pensó Telín, mientras recordaba uno de los dichos preferidos del tigueraje: “Papeleta mató a menú, pero Morocota se quedó con tó’”.

Ella, lamentablemente,  se consideraba entre el “menú”, es decir, el menudo o las monedas pequeñas (motas, centavos, nickels…), mientras que Zótica, Damiana, Gertrudis, Mercedita, Carmen Rosa, Claridania y Beba eran las “papeletas”, esto es, los billetes de altas denominaciones. Estaban entre ellas, también, Margot, Teresita, Celeste, Milín, La China, Griselda, Mode, Mirian Kohn y muchas otras.

Papito, estaba decidido a acabar con la farsa

Pero, para la plebe barrial de Villa Juana y sus alrededores, las dos hermanas ocoeñas, Fátima y Charito, eran las morocotas, es decir, monedas de oro puro, propias de los tesoros más preciados.

De modo, que Telín dejó escapar un profundo suspiro, al refugiarse en el colmado “El nuevo Ventorro”, sabiendo que no sería bien recibida en el baile. Dorotea, por su parte, no estaba interesada en la fiesta, pues había conocido a un “príncipe de mil colores”, que la llevó al mundo de los sueños, montándola en el día en una nube y, en la noche, haciéndola pasear por las estrellas.

En fin, debo decir que todos recuerdan que cuando el Sol dio su último bostezo aquella tarde, y dejó paso a las primeras sombras de la noche, la muchachada estaba lista para dar la bienvenida a una sana diversión.

Aun a sabiendas de que, quizás al otro día, alguno de ellos moriría en las calles. ¡Era el dominio yanqui! ¡Era la Guerra Fría! ¡Eran los Doce años! 

Pero, incluso en esos días terribles, la juventud tenía derecho a tomar una tregua para respirar, haciendo honor al título de una de las obras del dramaturgo venezolano Rodolfo Santana: “La empresa perdona un momento de locura”.

Así, los primeros que desfilaron, luciendo sus atuendos más impresionantes, fueron los del lado de la Mauricio: Rafael y César Reyes Jerez, Chiqui y Leo Corporán, Diandino Peña, Nelly Doñé (Cabo), Juan Antonio Ozoria (Negrito), Danilo (Ñaño), Luís Rufín Castro y Dario, el de Yoya.

Telín los vio pasar suspirando mientras al frente, del otro lado de la Villaespesa, el padre de Charito y Fátima, don Oco, había decidido que sus muchachas no irían a esa fiesta maldita.

A continuación aparecieron, viniendo por el Bazar Magaly, luego de pasar por la farmacia El Sol, de don Pedro, los más empepillados de la Tunti Cáceres y la 21: César y Salvador Pérez, Pichito, Raymundo y Miguel Cohon, Eduardo Oller, Adriano de la Cruz y su hermano Teniente, Óliver, Claudio, Jerez Whisky, Win y su hermano John, Frank Fuentes  y Bolívar Valera.

El ambiente era mágico, fantástico y seductor. A pesar de la disputa que tenían Cemento, el Viejo Ciá y Panchito, los tres alegres borrachos de la calle 23, por una botella de “Amargo de Berro”, pues ya habían agotado el Carta Real, el 42G y el Jacas Especial. Y, más aun, habían fumado la pipa de la paz, luego del incidente mortal que se produjo cuando El viejo Ciá anunció: “Voy al baño” y, para fastidiarlo, Cemento le  preguntó: “¿Vas a Miami o a Chicago?”. Y el aludido le respondió: “Si es con tu madre prefiero ir a S…pur” (un lugar lejano, perdido en Asia, que está entre Indonesia y Malasia). Ahí hubo machetes, sevillanas, botellas, pero la sangre no llegó al río por la intervención de don Canó, el papá de “El doctor”.

Finalmente, se asomaron los más cercanos: Rafael y Luís Sánchez Capellán, Guaroa Guzmán, Andino, Newton, José Joaquín, Robert, Rolando y Miguel Amor, Andino, Chago y José de la Rosa (Los hermanos “Balita U”), Mario Wynns y Luís Pantaleón Cruz. 

Cuando llegué al lugar el escenario estaba preparado para la catástrofe.

Doña Elsa. Descubrió la trama macabra

Porque el “tigueraje” pensaba que “comería con su dama”, sin entender que en la casa de David (entonces, no de Leonel) había dos guardianes temibles: Mamita y Papito. Su misión: cuidar al hijo de Yolanda, que había venido recientemente de Nueva York. Ellos eran los abuelos.

Y no sólo ellos: había otro guardián más temible: Doña Elsa, que estaba preocupada por la llegada de esa jauría hambrienta, que amenazaba a sus tres muchachas: Digna, Olga y Bethania.

Cuando entré fue el momento en que Davicito apagaba una bombilla que, desde el mismo centro de la sala de la casa, incomodaba a las parejas de tórtolos. El tocadiscos arrancó y la voz de Carlos Lico  que, con “Igual por igual”, dio paso a la aventura . Newton había tendido un lazo alrededor de la cintura de Zótica, que lo apretó suavemente por el hombro. Esto no pasó desapercibido para Papito, que se apretó los labios en señal de desaprobación. Pero, igual, Andino se acurrucaba junto a Damiana, César Perez arrinconaba a Mirian Cohn, mientras JJ, a quien llamaremos “El malón”, se atrincheraba en el rincón izquierdo con Mercedita, la hermana de Andino. Aquí, doña Elsa tosió con fuerza para llamar “orden en la sala”.

Mamita, lucía desconcertada: “¡Esta juventud de hoy!”, pensó.

Y el tocadiscos no daba respiro, pues siguió con Sandro, Palito Ortega, Salvatore Adamo… Y, para respiro de los guardianes, Cortijo y su combo, Richie Rey y Bobby Cruz y Héctor Lavoe.

En el extremo derecho, Salvador movía a Margot, José “U” a Claridania y Eduardo Oller a Griselda.

El tocadidisco seguía implacable, con Lucho Gatica, Gilberto Monroig, Toña la Negra… Y, para respiro de los  guardianes, Johnny Ventura, Joseíto Mateo y Celina y Reutilio.

En el extremo izquierdo Teniente balanceó a La china, Luis Rufin a Xiomara y Leonel a Gertrudis. Lo mismo hicieron en la zona Este Robert con Milín (la hermana de Tony y Narci), Arturito, con La China y Adriano con Beba.

Mamita

Los guardianes fingían estar alejados. Silentes y “quitaítos de bulla”, pero sus miradas de Torquemada y la inquisición delataban una angustia. Una congoja. Una desesperación. Porque el maldito tocadisco no paraba: Roberto Ledesma, Marco Antonio Muñiz, Leonardo Fabio… Aunque, para dar un poco de respiro, permitía oír a un tal Little Richard, a Chubby Chequer o a las 4 Mosquitas.

Todo seguía normal. Había paz. Tranquilidad. Pero, debajo de esas aguas, se movía una corriente de incertidumbre. De tensión. De suspense.

Hasta que Rafael Sánchez Capellán, rebuscando entre los LP encontró “Entrega total”, del susodicho Javier Solis, que comenzaba así: “Esta vez, vengo a entregarme a ti en una forma total, no con un beso nada más, quiero ser tuyo para bien o para mal”.

Fue ahí, antes de comenzar la segunda estrofa cuando, viniendo desde el aposento, doña Elsa salió violentamente para decir:

–¡Carajo! ¡Prendan la luz y apaguen la música, porque aquí hay un hombre que está bailando indecente!

César Pérez, estremecido por un rayo, alejó a Carmen Rosa. Leonel soltó la mano de Gertrudis y trago en seco. Y todas las otras parejas, al mismo tiempo, se pusieron a cubierto.

Excepto “El malón”, que tenía a Digna casi contra la pared y quien, ahora, ante el grito de guerra de doña Elsa, soltó precipitadamente al Malón y escapó hacia el otro extremo de la sala. El personaje quedó solo. A la vista de todos, “dejando en evidencia su travesura”, como dirían Papito y Mamita al otro día, cuando pasaban revista a los dolorosos hechos que pusieron un estigma imborrable en aquel momento aciago que se convirtió en un día para el olvido.

Y deben creerme porque, aunque se me olvidó decir con quién bailaba…

Yo estaba allí.

¿Quien era El Malón, que provocó la tragedia?