No hay mal que dure cien años…

Cuando llegamos a Madrid en 1976, comenzaba la transición política en España. Un proceso verdadero que no podemos comparar con nuestro frustrado paso de la dictadura a la democracia.

Ahora que vemos en la prensa las manifestaciones de resistencia pasiva, con miles de personas protestando en completo orden en las principales capitales españolas y del resto de Europa, la esperanza regresa y nos trae un hálito de renovación y reformas.

Los manifestantes con un grito mudo en la emblemática Puerta del Sol, exigen democracia real. Plantean sus críticas y el descontento con el orden de cosas imperante, el desempleo por encima del 40% en los jóvenes, demostrando desconfianza hacia los políticos y su accionar. Piden un stop para la corrupción. Se sienten engañados.

Y ante el asombro que nos produce tal muestra de decepción, no podemos más que reconocer que estamos muy lejos de lograr lo que aquella población tenía por seguro, cuando se cumplen 50 años del ajusticiamiento del más sanguinario y ególatra de los tiranos de esta parte del mundo.

De que hemos crecido como país no hay dudas, a pesar de tener que darle la razón a un correo electrónico que circula en estos días, enumerando toda una serie de abusos. Entre estos se cuentan: que pagamos impuestos varias veces por los artículos de consumo masivo, el combustible más caro en comparación con los países de nuestro nivel y además gravado con creces para beneficio no se sabe de quién. Ninguna de las tributaciones son revertidas a la población en educación, salud y calidad de vida, cuestiones  que sí están aseguradas en el "estado de bienestar" de las naciones desarrolladas del viejo continente.

De la fracasada transición política en la República Dominicana, son culpables varios factores que serían los mismos que han impedido la distribución equitativa de la riqueza y mantenido la inveterada tradición despótica de que cuenta nuestra historia reciente y pasada.

Los responsables de que esas injusticias persistan, deben mirar hacia España y los estados del norte de África y poner en remojo sus barbas para cuando nos toque el turno de decir, no tan en silencio, un "¡basta ya!" que de seguro se oirá en todo el mundo, por eso de que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.