La Segunda Guerra del Golfo y el sangriento derrocamiento del gobierno de Saddam Hussein y su Partido Baath parecen haber fortalecido el sentimiento contrario a la guerra de la mayoría del pueblo estdounidense y de otras geografías occidentales. Ni siquiera entre los elementos más conservadores y partidarios de que la nación continúe siendo el policía del mundo existe unanimidad en cuanto a intervenir “quirúrgicamente”en Siria. Una curiosa coalición de republicanos conservadores y demócratas liberales fue convenciendo gradualmente al Presidente  Barack de lo difícil que sería obtener aprobación congresional.

Pero lo más importante en el complicado juego de la política no es siempre contar con apoyo parlamentario o congresional sino tener el consentimiento de la población. En estos días se conmemoraba otro aniversario de lo ocurrido en septiembre 11 del 2001 en Nueva York, y se mantiene vigente ese recuerdo, así como la preocupación por el terrorismo, pero después de las sangrientas guerras en Afganistán e Irak, los estadounidenses han ido sacando conclusiones. Las que prevalecen son, la pérdida de vidas humanas, entre ellas las de miles de norteamericanos, el regreso de soldados inutilizados físicamente, el uso de recursos económicos excesivos, los escándalos por los contratos de “reconstrucción” de Irak y el efecto negativo que tales conflictos tuvieron sobre la economía norteamericana y mundial. Por supuesto que la gran mayoría de muertos y heridos no eran estadounidenses sino ciudadanos de Irak y Afganistán, entre ellos una cantidad enorme de civiles sobre todo en las ciudades y pueblos de Irak, país devastado por las bombas.

El resultado de esa guerra no eliminó la inestabilidad y la desestabilización en Afganistán y no liquidó por completo a los terroristas alojados en ese país, aunque la pérdida de su lider, el de Al-Qaeda y otros dirigentes, así como la destrucción de algunas de bases de operación han tenido un efecto apreciable. Por otra parte, los estadounidenses conocen de las maniobras de ciertas compañías petroleras para intentar beneficiarse en Irak, así como las ventajas económicas recibidas por el establecimiento industrial-militar. Y gran parte de la población ha entendido que lo que se logró en Irak, entre otras cosas, fue establecer un gobierno que no es hostil a los chiítas más radicales de Irán, los mayores enemigos de Estados Unidos, según repiten y repiten los medios de prensa.

Convertir a Siria en un campo de batalla mucho mayor que el actual y extender la guerra y la desestabilización a otras regiones cercanas o próximas, son causa de serias preocupaciones causadas por la incertidumbre acerca de los participantes en la guerra civil. El uso de armas químicas por el gobierno de Damasco, es un factor que se da por descontado, pero entre los rebeldes sirios hay algunos quizás más peligrosos para los intereses nortamericanos que el gobierno que preside Bachar el Asad. Curiosamente, a algunos les ha costado mucho trabajo enfrentarse a la realidad de que ambos bandos cometen crímenes sistemáticamente y no sólo el sector oficialista.  La imaginación, cuando es agitada o inspirada por ciertas ideas preconcebidas o difundidas, ha hecho que un sector minoritario de la opinion pública vea esta guerra civil como una tradicional película de vaqueros cuya trama se desenvuelve entre “los buenos” y “los malos”.

Un informe del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, publicado el pasado miércoles, ha alertado de ese asunto y ha hecho referencias a matanzas, ejecuciones sumarias, tortura y violaciones por parte del gobierno. Ha hecho referencia a bombardeos de hospitales. Pero, añade el informe, dondequiera que llegan los de Al-Qaeda y otros radicales islamistas, también enemigos del gobierno, se comete ese tipo de acciones. No todos los rebeldes son necesariamente así, pero entre las violaciones del derecho internacional en este conflicto no todas las masacres pueden atribuirse al régimen de Damasco. Los islamistas radicales quitaron la vida a un sacerdote católico hace unos días y entre sus víctimas están personas a las que acusan de blasfemia contra las creencias del Corán. EL régimen ha utilizado armas químicas según informes bastante creíbles, pero se pudiera pasar por alto que, cuando se ha producido la toma de alguna población por algunos de los grupos rebeldes, se ha impartido alli la “justicia” de acuerdo con la “Sharía” o ley islámica. Sin celebrar juicios.

Desde la perspectiva estadounidense, como es lógico, es importante tener en cuenta la cuestión de los intereses estratégicos. En otras palabras, la relación de Siria con otros países como Irán, Rusia, etc. Es muy natural que Estados Unidos tenga en cuenta a sus aliados tradicionales en el mundo árabe como lo son o parecen serlo ciertos principados del golfo, Arabia Saudita, etc. Por mucho que se haya exaltado la llamada primavera árabe, en Estados Unidos son muchos, y no sólo lectores de “Foreign Affairs” y otras publicaciones especializadas, los que entienden que sin los militares egipcios sería imposible mantener el tipo de relación que Norteamérica ha tenido con Egipto para contribuir de alguna manera a la tradicional alianza estadounidense con Israel.

Es cierto que ha existido vaguedad en la política de Washington hacia la guerra civil. También hay que tener en cuenta que las promesas, no cumplidas, al menos todavía, de castigar al presidente sirio acusado de homicida favorecen al régimen autoritario de Damasco en cuanto debilitan, se dice, a la oposición. Nadie niega el aspecto estratégico y cómo pudieran sufrir unos y otros en esta situación tan poco definida y con vacilaciones evidente. Rusia, que no va a abandonar sus intereses y su base en Siria, ha intervenido con una gestión diplomatica que se produce después de que todo indicaba que las declaraciones tanto del Secretario de Estado John Kerry y sobre todo de Obama y del Presidente francés Hollande llevarían a Estados Unidos, con el apoyo de Francia, a intervenir directamente en la guerra civil, castigando al régimen de Damasco. Ahora se discute, sobre todo por los críticos de la administración, pero no exclusivamente por ellos, si se ha permitido a Vladimir Putin asumir el protagonismo central en la búsqueda de la paz. Es demasiado temprano para llegar a conclusiones. Y siempre habrá quienes, con sus razones, lamenten que Estados Unidos esté demostrando quizás que no se propone seguir siendo el país poderoso y respetado militarmente de otras épocas.

Mientras tanto, en el mundo árabe, ni siquiera las masacres de Bachar el Asad y la posición contraria a su régimen de gobiernos como el de Arabia Saudita facilitarían la labor de la política norteamericana, no muy popular, con algunas excepciones, en toda esa región del mundo. En cualquier caso, siempre serán muchos los que pensarán que lo que Estados Unidos quiere, más que defender los derechos humanos , es ayudar a Israel y enviar un mensaje a Irán. Esos dos últimos detalles logran cierta popularidad en Estados Unidos y algunos países occidentales, pero el ataque norteamericano a Siria, que todavía pudiera producirse, aunque muchos lo dudan ya, no tiene apoyo mayoritario ni siquiera en las calles de las ciudades estadounidenses.