Está demostrado que a medida que envejecen, los gobiernos fuertes se convierten en dictaduras que al final se resisten a morir, con la secuela que ese apego al poder les deja a los pueblos. Corea del Norte les gana a todos. La dinastía Kim (padre, hijo y nieto) rige con mano férrea a esa nación asiática desde 1948. En el segundo lustro de la última década del siglo pasado (entre 1995 y 1998) hubo allí una prolongada hambruna en la que murieron casi tres millones de personas. Las estadísticas oficiales solo reconocen la muerte de más de 200 mil. La ayuda internacional, proveniente de las naciones capitalistas, ayudó a Corea del Norte a paliar las penosas consecuencias de esa falta de alimentos y quiebra de la economía.
La tiranía de los Castro en Cuba le sigue en edad. Es la más longeva e ineficiente de los gobiernos que han padecido los países del hemisferio. Tras una guerra de guerrillas de tres años, Fidel Castro asumió en enero de 1959 el control total de la isla. Seis décadas después el resultado es un país muy rezagado, con índices económicos y atrasos tecnológicos considerables en relación con otros países de la subregión a los que superaba antes del triunfo de la revolución.
En agosto del 2017 en Angola hubo elecciones y por primera vez el dictador José Eduardo dos Santos no se presentó como candidato, pero escogió a su sucesor, su ministro de Defensa, que le garantiza cierto control sobre el país e impunidad por el saqueo de 38 años de la riqueza de la nación africana. La longevidad del poder es una sombra oscura sobre otros países de ese continente. En Guinea Ecuatorial un cruel y corrupto dictador, Teodoro Obiang, lleva los mismos años en el poder y no hay señales de que el tiempo se le acorte. Y en Zimbawue, Robert Mugabe, tan cruel como sus colegas, sobrepasó los 30 años, suerte que también le acecha a los venezolanos si la comunidad internacional cierra sus ojos con lo que allí hace el chavismo.