Cuando Danilo Medina saltó el primer charquito al inicio de su primer gobierno, del lado allá lo esperaba Joao Santana. La gente piensa que el presidente se comió el “tiburón podrido” el día del discurso, pero el publicista-asesor Joao Santana torció el rostro al recibirlo, porque el hedor a “tiburón” podrido era insoportable. Joao Santana es un tipo duro, un publicista brasileño sin escrúpulos, el “plomero” de la estrategia política de Lula Da Silva y Dilma Rousseff; y en esa virtud le fue “prestado” a Danilo Medina. Ningún trabajo sucio le espantaba, un buen “plomero” brega con la inmundicia como si fuera una conducta gloriosa. Nadie como él sabía que al consumir tan ávidamente el “detritus de tiburón” Danilo Medina corría el riesgo de ser para siempre la alternativa de sus propias mentiras.
El montaje de las reelecciones de Danilo Medina arrancó, pues, bien temprano. Se encaramó en dos rieles: construir una imagen de apoyo popular a la gestión y neutralizar hacia dentro del PLD las aspiraciones de Leonel Fernández. Las “visitas sorpresas” desplegaban el alarde de la caridad y la preocupación del presidente, personalizando al máximo la gestión de estado y el clientelismo. Al mismo tiempo se les abrían expedientes intimidatorios a las figuras emblemáticas de la corrupción, cercanos a Leonel Fernández. Amagar y no dar. Y se ponía a disposición de los danilistas todo el presupuesto nacional para derrotar a los leonelistas en las elecciones del comité central y el comité político. El uso de los recursos públicos fue apabullante, y el danilismo se impuso, desalojando a Leonel Fernández del control del partido. El danilismo impuso su visión instrumental del estado, y dada la avidez de acumulación de capital del grupo económico que se enquistó en su proyecto político, la corrupción se convirtió, por primera vez en la historia republicana, en una política de estado. En esencia, es la continuidad de ese esquema de corrupción lo que mueve la reelección.
Nadie sabe qué hace Danilo Medina cuando mira en el espejo el rostro con que vive, pero lo que sí todos sabemos es que él está reproduciendo esa perversidad de la historia dominicana que consiste en ensalzar figuras portadoras de esos signos de la dicha como si brotaran exclusivamente de su ser, y financiarlo con los fondos públicos. Todo cuan se hizo hasta aquí, ha sido a costa de los fondos públicos, de los impuestos que pagamos todos, desde que saltó el primer charquito. El carácter enceguecido y retrógrado de toda reelección en una historia como la dominicana llena de farsantes que han vendido en papel satinado sus ambiciones desmedidas, hizo de sus palabras un conjunto de justificaciones estereotipadas, que en el imaginario popular están cifradas en la triste contabilidad de la mentira de tantos dictadores como hemos tenido. Nadie puede escapar al cuestionamiento de la historia. Danilo Medina es el último bastión de la mitología del redentor. Un ridículo redentor cuya secreta profundidad es el despojo de la riqueza pública. Danilo Medina no ha sido capaz de producir una idea, un pensamiento, en nuestro país. Con lo que cuenta es con el manejo del presupuesto, y con la pobreza material y moral de una desventurada nación saqueada sin piedad por sus “líderes” tradicionales. La ambición personal, y el desenfado de su grupo económico, fluyendo sobre la indefensión inmóvil de un país.
Más que un redentor es una condición del artificio y la mentira tradicional de nuestros políticos, y más que un gobernante condolido es un hechicero degradado de la tribu, a mucha distancia del talento, y muy próximo a la marrulla morfológica del camaleón. Dispuesto a todo para mantenerse en el poder.