La impunidad vuelve valientes a los cobardes, y osados a
los pusilánimes, y el día en que cobardes y pusilánimes
alcanzan el poder, sus sucias babas lo aniquilan todo.
Alberto Vásquez Figueroa
Todas las personas de bien aspiran y han pedido en todas las épocas que se lleve a cabo una sana administración de justicia. Históricamente ha sido más que una aspiración, una gran sed de llenar un vacío que no ha experimentado satisfacción en los anales de la historia dominicana.
Se ha dicho que La Justicia constituye aquel principio que lleva a los hombres a actuar y juzgar de manera que se respete la verdad, y dando a cada cual lo que le es debido. En otras palabras se puede decir, que es la cualidad de justo. Se entiende que en este valor debe basarse la sociedad y el Estado, y que a la misma la componen valores como el respeto, la equidad, la igualdad y la libertad. Pero aquella sagrada aspiración ha estado muy lejos de ser satisfecha, y con el paso del tiempo se otea mucho más lejos, en el horizonte del acontecer de la patria.
Dijo nuestro insigne Ulises Francisco Espaillat, refiriéndose a la justicia, que “una sociedad sin jueces es una sociedad que se pudre, por más que se quiera ocultar por medio de bálsamos y de los aromas”, y agregamos nosotros que sin justicia no hay paz, no hay seguridad, no hay confianza, no hay desarrollo, no hay estabilidad, y por último, sin ella se pierde la dignidad del hombre. Es como un barco que va a la deriva hasta que la tormenta de la injusticia, ataviada de hechos de favoritismo, inmoralidad, atropellos, abusos, componendas y parcialidades; termina hundiéndole.
No puede haber peor fracaso para quienes detentan y han detentado el poder, que no haber preservado la justicia y el régimen de derechos que asegure la felicidad y la paz de sus pueblos. Al momento de hacer mediciones sobre los índices de desarrollo, los principales indicadores a tomar en cuenta son la educación y la justicia.
En las ocasiones en que la justicia ha sido objeto de los “bálsamos y aromas” a los que se refería el ilustrísimo decimoctavo presidente de la República Dominicana, ha sufrido graves consecuencias el estado de derecho, se ha corrompido la institucionalidad, y se ha visto corromperse y transformarse los poderes del Estado en una verdadera farsa. Las mayores desgracias acaecidas en nuestro país, se han originado en la escasa confianza que se tiene en la administración de justicia. Y es que en nuestro país se han ido perdiendo los valores éticos que son los que regulan la conducta del individuo, y por donde ha comenzado este proceso ha sido por la clase política y la empresarial, constituyéndose en paradigmas para gran parte de la sociedad.
La justicia no puede ser vista como un sello fedatario de ningún otro poder, todo lo contrario, es un contrapoder que no puede estar sometido a intereses económicos o políticos. De ahí la expresión que reza: “La justicia es ciega”. Tal afirmación se origina en la representación de la justicia mediante una dama con los ojos vendados, en una mano lleva una balanza y en la otra blande una espada. Maravillosa representación de lo que debe ser en la práctica. Ojos vendados de manera que no mira las personas, su clase social, su raza, o religión; una balanza que simboliza el juicio al cual se someten las pretensiones y pruebas de quienes buscan de ella, y la espada que significa el castigo al cual se someterá a quien resulte culpable ante el proceso judicial.
Cuando este proceso no es posible por las causas que hemos venido viendo, caemos entonces como sociedad en la peor consecuencia de la corrupción, en el fenómeno de la impunidad. Este se ha definido como “una excepción de castigo o escape de la sanción que implica una falta o delito”. Esta es tan dañina, que paraliza el progreso de los pueblos, pues constituye tal desprotección para la comunidad que va a contribuir a que se vuelva sistémico el problema, y haga metástasis en todos los organismos del Estado, haciéndose muy difícil de erradicar. Incluso, gran parte de quienes atacan estos hechos, y gran parte de aquellos que sólo observan, esperan su oportunidad de enquistarse en las esferas de algún poder para también libar de las mieles de los recursos del Estado. Es parte de los paradigmas retorcidos que se hacen norte en la psiquis de muchos dominicanos.
La impunidad es originada y cobijada, en la mayor parte de las ocasiones, por los distintos agentes que involucra el sistema, como son: jueces, fiscales, policía y funcionarios de mucho poder. La gente va preguntándose por qué los políticos, y los poderosos no son alcanzados por la espada de la justicia, y comienzan a procurar resarcimiento por sus propios medios. El estado de impunidad hace que el país se estanque en su desarrollo. Resulta bochornoso el hecho de que los actos de corrupción, en muchas ocasiones, sólo lleguen a ser conocidos en el país por las investigaciones que se llevan a cabo en el extranjero, mientras en el patio, se le ha dado largas o ni siquiera han llegado a ventilarse en la justicia.
Continuará….