Un tiroteo en un restaurante con un saldo de dos muertos, dos heridos y decenas de impactados emocionalmente por una experiencia cercana a su propia muerte violenta, vuelve con esta misma cantaleta: prohibir las armas de fuego y que la policía se decida a desarmar a todo el que ahora tiene una legal o ilegal, es decir, a los delincuentes y a los ciudadanos que asumen los riesgos de portar una para defensa personal.
Aquí las armas están prohibidas desde que las tropas de Estados Unidos en 1966 consideraron era mejor para la democracia que estuvieran en poder de los policías y militares pidieron su auxilio en abril del 1965. Su Ley de Desarme la comenté en “¿Control de Armas o Control de Personas?”, un artículo en este medio. A militares y civiles rebeldes que decidieron no rendirse, a pesar de estar cercados por un río y una impresionante exhibición de poderío militar, era mejor mantenerlos fuera de las armas. Y la famosa secuencia de fotos del moreno criollo desarmado, con puños cerrados y mirada desafiante ante un soldado extranjero con fusil, nos condenó a disfrutar pistolas de mito y de agua el Día de los Reyes Magos.
En el reporte policial del caso no se hace referencia al origen de las armas utilizadas en la mortal balacera. No creo que el medio donde la ví haya omitido ese detalle tan importante, de haber estado en la nota, y que para ellos era simple comprobar con una consulta a la base de datos. El alegado origen del desenlace (una burla entre parroquianos pasados de tragos), la condición de extranjero con poco tiempo en el país del que murió en el acto y la aparatosidad con que se relata la balacera, apuntan al uso irracional que no es frecuente en quienes armas legales las tienen para autodefensa.
Demos el beneficio de la duda “que no había sistema antes de dar la nota”, pero que el origen de las armas fuera ilegal no iba a sorprender a nadie. El control estricto de las armas se da en dictaduras de izquierda (Cuba de los Castros) o de derecha (Trujillo y Duvalier), donde el monopolio de las armas es vital para mantener el poder. Tratar de hacerlo en democracia con leyes duras es una fantasía a la que se aferran personas en las que no entiendo la convicción que tienen sobre la no existencia de Santa Claus. En un alto porcentaje de las cárceles de gobiernos democráticos hay contrabando de armas y drogas. Si eso es en lugar pequeño con vigilancia continua, como rayos las van a sacar de las calles.
Es falso eso de que “aquí todo el mundo tiene un arma”. Si así fuera los delincuentes no estuvieran “comiendo con su dama”. A propósito, éstos sólo respetan leyes duras contra las armas cuando también les toca vivir en dictadura con el resto de la población. El robo y el crimen son también un monopolio del tirano.
En realidad, a los delincuentes les conviene la prohibición de armas en democracia, con leyes como las nuestra que imponen reclusión como sanción a tenencia o porte ilegal y limita severamente la oferta de las legales. De hecho, hay armerías cerca del Ministerio de Hacienda que para no irse en blanco en el día, alquilan a quien visita oficinas públicas los estacionamientos del frente de la tienda. Es por esto que los que se dedican al oficio de asaltar y robar saben bien que tienen más probabilidad de salir herido al montarse en caballito de carrusel, que por una víctima que se defiende o una patrulla que los sorprende en el acto. Ese es el paraíso en que estarán hasta que un día se devuelva al ciudadano su derecho natural a defenderse cuando nadie más puede, como pasa en la mayoría de los casos violentos contra las personas antes, durante y después de “La Muerte del Chivo”.