A Danilo lo preceden dos cualidades admirables: perseverancia y disciplina. Particularmente aprecio su mesura; sin embargo, presiento  que  su esfuerzo  viaja sobre  la  ruleta de lo especulativo. Intuyo que apresura su legado hacia el  inminente reino de la incertidumbre.  Es cierto que su perseverancia le ha otorgado la virtud de hacerle ascender por la  pirámide que ha ido edificando; no obstante,  las proyecciones pronostican  una larga pesadilla. Pudiera suceder que  a lo largo del periplo termine decepcionado; sentirse el más sumiso entre los hombres jamás asegura el éxito: la historia  se reciente cuando hacia ella  se  extiende un rosario de excusas.

A pesar de que el tiempo pueda realizar un pacto secreto con la benevolencia del destino, ello jamás significará que la gloria acepte, en su santuario, un ramillete de cenizas. Como si toda alma adoquinada de partículas al final de su existencia queda prisionera del olvido. Y el olvido se agrada que  a lo largo del camino el peregrino  pierda toda reverencia del pasado. Es que la memoria para construir sus propios techos se aferra en las sólidas cariátides del presente.  Y el futuro no es más que una fantasía exhibida en el museo del pasado.

Todo parece indicar que el momento ha sido  condicionado para abrir  esas ventanas donde penetra ese gigantesco pulpo, apoyado  en todos  sus tentáculos. Al abrir una ventana, tanto pueden penetrar los rayos de sol, como bien la sombra siniestra de la infamia.  La lógica humana se complace en  honrar la gratitud, pero jamás haría sus votos para la consagración completa del pecado.  La voluntad considera  necesario apartar el  solícito encanto de la vanidad.

Ninguno hecho de Estado sale a la luz sin el engendro de otro hecho. A nuestros ojos nos llega el reflejo de aquellos asuntos que la prensa sintetiza con supuesta maestría de artesano. Ya ve usted por qué le había prevenido que tiendo a especular sobre esos hechos sueltos a los que el público común califica de “ocultos”, de “extraños”. El peor de los escenarios es el que nos hace sentir una atmósfera ficticia en un mundo basado en  la honestidad. En tal escena, los misterios envuelven la conducta humana y el prójimo no dispone de razonamientos lógicos para explicarse por qué el peligro se afianza en el factor confianza.

Suele suceder que tarde nos damos cuenta de que ascendemos de espalda a la cima de  la gloria. A veces  pretendemos el océano, teniendo a la mano la transparencia del riachuelo. ¿Qué gracia ha de tener el poder, cuando del sol apenas se alcanzan aquellos rayos atrapados en la maleza? Estimo que usted,  de cara a su propio  espejo, ya debe detestar su propia realidad y, lo que es más, la ajena. Todo hombre que reconoce lo íntimo de su mentira, se avergüenza de sí mismo, y su  vistosa morada  dispensa un espacio distinto para la danza del silencio.  Como si a todo lo que se le acreditase el símbolo de la perseverancia el  destino reconoce como  un hijo legítimo de la mentira.

Se propuso vestir de   gloria,  todo sin haber sopesado que otros de mayor astucia sembraban al mismo tiempo la semilla contaminada de la impunidad. Y lamentablemente  en su propio huerto. Espero que a usted la historia le  ceda el terreno propio donde entienda los gritos del arado y  aprecie la sonrisa de la rosa.  Allí  podrá oír el piar de  las ciguas en lo más alto de la palma real, ya que para usted, la perseverancia ha erigido su propia pesadilla.

La historia se disputa contra el destino, la selecta danza de las estrellas. Jesús bajó de los cielos hasta dividir los salones de la  historia, en un  antes  y un después de él; Julio Cesar, inconfundible vencedor de Las Galias, llevó la gloria hasta su propia morada, en aquel arriesgado  cruce del Rubicón; Fidel Castro, bajó de la Sierra Maestra, con el rostro cubierto por las rojizas barbas del cañaveral; ya debajo de aquella guasima del Cementerio Municipal  de San Juan de la Maguana, Sánchez levantó la mirada hacia nuestro lienzo tricolor, y dijo sin parpadear: Soy la bandera dominicana; Liborio Mateo, poseído de  aquella  magia  de la  Cordillera Central,  le enrostró al invasor: “Liborio no come pendejá”; Caamaño rescata  a un pueblo golpeado en las rodillas, y lo hace caminar con los ojos abiertos hasta los salones de la dignidad. Y, Duarte al parece el más sereno de todos  honró el sagrado filo del  peligro: Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria.

Definitivamente, lo que más se olvida o recuerda de un hombre, no es lo que haga al final de su existencia, sino lo que dejó de hacer. Somos  muy deficientes  en  reconocer las virtudes ajenas;  nos detenemos bajo el sol, para ver esas partículas que, de tanto advertir en otros, nos  acorazan de la infamia.

Señor Presidente, nos han hecho caminar de rodillas,  nos han deshonrado;  se llevan nuestro patrimonio envuelto en un manto cenizas; no desisten en  empujarnos sobre el lomo del océano a otras tierras;   estamos  heridos y nos siguen hiriendo en nuestras propias vísceras.  No podemos dejar que  el final nos cubra el olvido, y que  el sol se nos extravíe del horizonte, sin verle los ojos entusiastas al crepúsculo.  Hay que impedirle a la historia que escriba un testimonio sobre  la espalda de la nación. Y me pregunto:  ¿Cuál es el suyo, presidente?