Esta fue la pregunta que debíamos responder en parejas mientras participábamos en una dinámica. Mi compañera española respondió inmediatamente sin pensarlo: El Principito. Y luego compartió conmigo la noticia de que había escrito un manual sobre como leer el Principito. Estuve de acuerdo con ella al considerar este libro como uno que recomendaría leer a cualquier edad y antes de morir. Pero me costó dar mi propia recomendación. Todo libro puede convertirse en un recurso poderoso que abre las puertas a mundos maravillosos, a nuevos conocimientos y experiencias, al encuentro con personajes de todo tipo que invitan a pensar, reflexionar y crecer.

A pesar de estos y otros beneficios de la lectura y de resultados positivos en las encuestas de hábitos de lectura realizadas en nuestro país, es una realidad que todavía nos queda mucho por hacer para promover e incrementar la lectura y sobre todo para lograr que nuestros ciudadanos realmente la disfruten. Si nos comparamos con otros países, es evidente el camino que nos falta por recorrer.

La mayoría de los estudiantes universitarios a los que he dado clases siempre han tenido la misma queja al evaluarme: demasiada lectura. Y yo me pregunto: ¿cómo pretenden aprender? Creo prefieren recibir la información de manera oral por parte del docente, alegando muchas veces no tener tiempo para los libros, artículos o material de lectura asignados. No me doy por vencida. Sigo motivando a adquirir libros y solicitando lecturas diversas que enriquezcan el aprendizaje. Pero es difícil lograr que vean la lectura como una de las vías mas importantes de acceso a la información y al conocimiento, a pesar de la facilidad y disponibilidad que nos brinda el internet. Y aunque nuestro país ha obtenido resultados relativamente positivos que reflejan que el 70% de los dominicanos leen, queda pendiente profundizar en lo que leen, el tipo de lectura, la frecuencia, la actitud y motivación hacia la misma.

Desarrollar el hábito y amor por la lectura en la universidad se convierte en una tarea titánica, ya que puede ser muy tarde. Es necesario iniciar en los primeros años, etapa fundamental para sentar las bases a través de la estimulación y exposición a textos diversos en un ambiente letrado. Para esto se debe contar con los padres, quienes son los primeros educadores y que muchas veces no son los mejores modelos. Es un reto. He realizado encuentros con grupos de padres en los que hemos preguntado si leen a sus hijos pequeños y con que frecuencia lo hacen. Les hemos regalado libros y les hemos modelado como leer a sus hijos en sus hogares. La mayoría no leen de manera frecuente. Pero no podemos cansarnos. Hay muchas iniciativas y programas que están haciendo un esfuerzo para promover la lectura y orientar a los padres sobre la importancia de la misma para el desarrollo integral de sus hijos.

El Secretario general de la OEI, Mariano Jabonero, planteó recientemente en una entrevista que la baja comprensión lectora de los niños es un grave problema en nuestros países. La misma se refleja directamente en los bajos resultados de aprendizaje, ya que sin la lectura es casi imposible alcanzar una formación de calidad. Decodificar no es suficiente. Los resultados en las pruebas nacionales e internacionales lo demuestran.

Veo muchos jóvenes sustituir el tiempo de lectura por videos o podcasts para acceder a diversos contenidos. Es más rápido y fácil, pero no el mejor camino a largo plazo. La lectura no debe ser sustituida. Es una habilidad sumamente importante que contribuye al desarrollo de otras muchas destrezas necesarias para la vida.

Hoy en el Día del Libro hagamos un compromiso con el fomento de la lectura desde los primeros años. Trabajemos en las comunidades para que padres y madres lean de manera regular y aprovechen situaciones y oportunidades diarias para conversar con sus hijos, para ayudarlos a través de la lectura, preguntas, juegos y otras estrategias divertidas. Si nuestros niños no aprenden a leer y no comprenden lo que leen, seguiremos lamentado las consecuencias. Esto es un problema de todos.

En vez de preguntarnos cuáles libros leer, preguntemos cuántos libros leer antes de morir. Aseguremos que nuestros niños y jóvenes lean muchos libros para que tengan mejor calidad de vida.