“Vergüenza es robar… y que te agarren.”
Chascarrillo mexicano
En la época del modelo de sustitución de importaciones -que prometía industrializar América Latina al nivel del primer mundo-, el contrabando era un delito de lesa patria. Pero, ¿en qué consiste el contrabando? Simple: en introducir al país una mercancía cualquiera sin pagar impuestos. Es decir, en principio, no se trata de que el artículo sea nocivo o peligroso, bien que sea ilegal, sino que no se han pagado los impuestos, no se le ha sacado su ración al señor gobierno. Quien era sorprendido tratando de introducir al país un radio o una TV era tratado como un asesino. Los inspectores de aduanas hurgaban como suricatos en las maletas, ud. era conducido detenido al cuartito mientras llamaban a los inspectores de impuestos internos y a la policía. Todo por saltarse los impuestos.
El objetivo era doble: por un lado el gobierno, como siempre, buscaba sus ingresos; por otro, los empresarios locales perseguían encarecer las importaciones para obligar al consumo de su producción. Esa era la Patria, así con mayúsculas, la que debíamos defender con vehemencia y heroísmo: que los empresarios criollos vendieran su producción de baja calidad más cara que las importaciones y que el gobierno cobrara sus impuestos. El que estuviera en contra de esto era un traidor.
¡Cosas de la vida, el mundo cambió! De buenas a primeras, cuando los intereses corporativos mundiales decidieron que un mercado nacional era muy pequeño, recobró vigencia la teoría vetusta de las ventajas comparativas. Ahora el comercio internacional es bueno, a mayor volumen de comercio mejor está la sociedad. Muchos de los industriales antes protegidos se hicieron comerciantes. Ahora traidor es quien está en contra del comercio internacional, de la globalización, y que defiende la producción nacional, los productos regionales y las artesanías. El gobierno sigue como siempre a los que tienen el poder económico, mientras le paguen sus impuestos. El impuesto va ahora al “valor agregado” porque si se grava la producción industrial (¿?) se muere de hambre.
En el país, la producción y consumo de alcohol nunca ha sido prohibida. En Estados Unidos no, durante la ley seca (1920-1933) se perseguía como un delito grave. Todos recordamos las películas de Los Intocables en que el inefable Elliot Ness perseguía a los traficantes –la palabra del día- de alcohol. Los Intocables confiscaban los cargamentos y destruían las barricas con picos, el whiskey se desparramaba por el suelo. La ley seca no duró, el gusto del público por el alcohol fue superior y hoy se produce alcohol en el mundo como si fuera chocolate. Los grandes productores de alcohol dieron origen a apellidos respetables y aristocráticos, allá lo mismo que aquí. De nuevo, ¿qué es lo que hacen? Producir lo que una vez fue ilegal, es decir criminal.
Marta Heredia es una jovencita dominicana que saltó de la nada a la fama por haber ganado un certamen del American Idol en su versión latinoamericana. En un país donde el espectáculo es permanentemente negativo –indignante cuando no patético-, el premio de Marta se vio como una estrella brillante en la noche más oscura. Como siempre, el show debe continuar, Marta no pegó como cantante y se sumió de nuevo en el anonimato… hasta su reciente affaire con Vakeró –un cantante de música urbana- por un asunto de violencia intrafamiliar. Bueno, en el medio hubo un accidente automovilístico con el saldo de un niño haitiano muerto que aparentemente se solucionó como suelen solucionarse estas situaciones en el país, es decir, con dinero a los deudos y el retiro de las querellas.
A Marta la acaban de agarrar con un kilo y pico de heroína metida entre unos zapatos que quería pasar a Nueva York. De nuevo es el centro de la atención mediática, literalmente se encuentra en el ojo del huracán, esta vez por razones negativas: Marta es una mula, una traficante de heroína. Las noticias no le sacan el guante, los editoriales pontifican, los moralistas de mantilla y capilla gritan y se rasgan las vestiduras. Pero ¿cuál es el pecado de Marta? ¿La droga? Pero ese es el pecado de todos.
La farándula siempre ha estado cundía de droga. Pero antes de hablar del patio, veamos la de Estados Unidos, que tanto admiramos. Es decir, nos jactamos de que somos rocanroleros, de que damos las vueltas de Travolta, del new age y todo lo demás: jazz, heavy metal y rap, por hablar del mundo de la música. ¿Se acuerdan de Whitney Houston? ¿De Jimmy Hendrix? ¿De Jim Morrison? ¿De Curt Cobain? Esta lista sí que es larga, menciono los que me vienen a la mente rápidamente. ¿Se acuerdan de Elvis? Todo un ícono, una era que todavía hoy tiene sus diletantes. De Hollywood, ¿han leído algo de los problemas de Charlie Sheen con las drogas? ¿De Robert Downey Jr.? ¿De Nick Nolte? La droga está en el curriculum de prácticamente todos los norteamericanos.
No faltarán los moralistas de pacotilla que dirán: “esos son usuarios, no traficantes”. Ahora pregunto yo: ¿cómo puede haber usuarios sin traficantes”. En otro artículo (El precio de la cocaína) explico que los Estados Unidos y demás países del primer mundo han sido extraordinariamente exitosos en imponer la moral en la producción y el consumo de drogas: los usuarios –por supuesto, ellos- se divierten, se entretienen. En el peor caso son víctimas de las drogas, cuando éstas causan dependencia y despliegan todos sus efectos destructivos sobre los demás. América Latina, por el contrario, es productora, es decir, se lucra de la debilidad de los adictos americanos. Aún así, que la fiesta no pare, una fiesta en que ellos se divierten y se quedan con el dinero y nosotros ponemos la sangre y los muertos, pero ellos son los buenos y nosotros los malos.
¿Quién está vinculado a la droga en este momento? Pues el país entero. Casi oigo a la señora diciéndome: “¡Virgen Santa, pero ¿cómo ud. dice eso? Yo en mi vida nunca he visto lo que es la mariguana, menos la cocaína.” Pues fíjese que yo tampoco. En cambio sí he oído mucho: “lo que yo necesito es un dominicanyork –todos sabemos en qué sentido se usa el gentilicio unas veces y en qué otro sentido otras- que me compre esta casa”. O esta tierra, o este hotel, o que me ponga el capital para un negocio. O uno para defenderlo en los tribunales. Sin ponernos muy susceptibles ni quisquillosos, ¿cuánto dinero se lava en este país cada año? Sabemos que es mucho, pero ¿cuánto? Un cable de wikileaks lo sitúa en los mil cien millones de dólares para el 2011, año en que las exportaciones de bienes fueron de menos de cuatro mil millones de dólares. Es decir, en números redondos, el lavado de dinero equivale a una cuarta parte de las exportaciones de bienes del país que, en buen dominicano, no es paja de coco.
A muchos les molesta el tema de la droga pero les gusta el del dinero. Dicen los americanos: “todo mundo quiere su filete, pero nadie quiere ver cómo matan la vaca”. Todos queremos que nos llegue el dinero pero sin implicaciones ni culpa. Una hipótesis económica bastante plausible es que el dólar no estaría en su nivel actual (RD$41 x US$1.00, en redondo) si no fuera por la entrada sucia de divisas. Dólar a dólar, nosotros no exportamos lo suficiente como para mantener el nivel de importaciones que tenemos. De manera que si compramos el par de zapatos que calzamos a ese precio es, indirectamente por supuesto, por el dinero sucio que entra al país. Si no lo queremos ver es otra cosa. De hecho, ese es el diseño del país que tiene Estados Unidos: sol y playa, peloteros, haitianos y una estación de trasbordo para la droga. ¿Desarrollo? No me hagan reír.
Volviendo a Marta Heredia, dejen el bulto que esa muchacha no ha hecho nada que no hayan hecho miles antes. Y que seguirán haciendo. ¿Se acuerdan la película El Expreso de Medianoche? El protagonista era bueno, sufrió muchísimo y pagó con creces su error, con una cárcel tenebrosa. Pero no era un asesino, ni siquiera un ladrón. Se quiso ganar un dinero pasando hachís de un país a otro. Dicho sea de pasada, un joven dominicano fue atrapado en el aeropuerto de Barajas con una carga de cocaína y la prensa dominicana nunca lo mencionó, porque ese joven tiene parientes muy influyentes. Marta Heredia, en cambio, no tiene quien le escriba. Ante su tropiezo todo mundo quiere cebarse, dárselas de limpio y puro. Dejen el bulto, que aquí todos nos conocemos. Que a Marta Heredia la procesen y juzguen como una más, sin privilegios –que sí tienen otros, políticos a la cabeza-, pero sin saña. Ella es mucho menos culpable de la droga en este país que muchos que nunca han puesto un pie en el Palacio de Justicia.
¿Quieren saber el futuro? En un tiempo no muy lejano, cuando el descomunal costo social del consumo de drogas –léase bien, del consumo, no del tráfico- se haga insostenible para los países desarrollados, la moral sobre el asunto va a cambiar. Necesariamente van a legalizar el proceso de producción entero y, por supuesto, el consumo. Habrá leyes de restricción, como sucede actualmente con el alcohol, y nada más; la cantidad consumida será cuestión de elección personal. Toda la farsa montada por los dueños del negocio en torno al daño a la salud ya no tendrá sentido. Más bien a la inversa, recuerden en la película El Informante como los principales ejecutivos de las tabacaleras afirmaban bajo juramento que la nicotina no es adictiva, cuando conocían de informes científicos que demostraban exactamente lo contrario. Y a los condenados por tráfico, que purgan largas condenas (hasta veinte años, amenaza el fiscal a Marta Heredia) por el delito de querer pellizcar algo de las ganancias fabulosas del negocio, ¿qué les dirán? Pues nada, que así es la vida, que en este mundo de poderes la casa pierde y se ríe.