Domingo 27 de octubre de 2019

Recuerdos misceláneos. 1) El mismo día de la visita a la Casa Azul de Frida Kahlo, la Casa Museo de León Trotski y la Casa Fortaleza del Indio Fernández en Coyoacán, el grupo fue a ver el parquecito donde está la glorieta del Centenario encomendada a Francia por don Porfirio Díaz, pero que no llegó a inaugurar, porque en aquel año de gracia de 1910 estalló la revolución que le obligó a huir a París. Los positivistas mexicanos de don Porfirio eran locos con Francia y con el orden y progreso autoritario de su sociólogo favorito Augusto Comte.

Obra de Rashid Johnson

Desde el parquecito se divisan dos monumentos de piedra: la iglesia San Juan Bautista y la casa de Cortés. A propósito de Cortés, en Google hay un interesante reportaje de las vicisitudes que han sufrido los restos de este personaje, enterrados hoy en la iglesia de Jesús Nazareno, y olvidados expresamente por el nacionalismo ultramontano que se resiste a admitir que Cortés es el iniciador del mestizaje en México y el fundador, a través de la conquista, del México moderno. Octavio Paz ha escrito un gran ensayo donde explica la resistencia de los políticos e intelectuales mexicanos a reconocer este pasado, sin olvidar las atrocidades de la conquista y colonización. Si este reconocimiento no se produce, Paz estima que las relaciones entre México y España estarán permeadas por el odio y el resentimiento, desde donde no es posible construir nada.

Aquel domingo pudimos admirar las obras de los pintores domingueros que allí las exhiben y, como remedo de los del Sena, se puede ordenar un dibujo a la carta.

2) En cada viaje A México, mantengo una relación con las librerías de la ciudad. Una tarde en que el grupo fue a Mixquic, me encaminé a la del Fondo de Cultura Económica en la avenida Tamaulipas. De todo lo que vi, me interesé y adquirí las obras musicales disponibles de Adolfo Salazar, un republicano español, de quien había leído en los años 60 del siglo pasado el breviario La música en México. Me traje de él La música como proceso histórico de su invención, La danza y el ballet y Cuba y las músicas negras.

Obra de Rashid Johnson

3) El día que estuvimos en la conferencia de la antropóloga Garza Marcué, fuimos a la librería Porrúa, muy cercana al Templo Mayor. Como no pude encontrar los textos que ella nos recomendó sobre la ceremonia de los muertos, adquirí la Nueva historia general de México, obra colectiva del Colegio de México, y dos clásicos que siempre quise tener en mi biblioteca, porque son la mirada española de dos ideólogos al México recién conquistado: la Historia general de las cosas de Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún, y la Historia de los indios de la Nueva España, de fray Toribio Motolinía.

Domingo 3 noviembre re de 2019

Llegamos al Museo de Arte Contemporáneo. Como su nombre lo indica, contiene en sus salas de exposición es obras de los artistas mexicanos de más viso desde los años 50 del siglo pasado hasta hoy día. Es un museo modesto con apenas 14 salas y no posee grandes colecciones de artistas, sino cuadros puntuales de cada uno de los representados en la institución y que han realizado su carrera artística en el país. Sin embargo, posee, en miniatura un salón de conferencias, auditorio, talleres, bodegas, un centro de información y un restaurante, donde tomamos un brunch antes de seguir nuestro itinerario al Museo Rufino Tamayo.

Este museo está situado en el bosque de Chapultepec. Abrió sus puertas en 1981 y está dedicado a honrar la memoria de quien fuera, después de la Revolución, una de las patas de la tetralogía de la pintura mexicana: Diego Rivera-Siqueiros, Tamayo y Orozco. Contiene una gran cantidad de obras y bocetos del gran pintor, pero también de grandes pintores del siglo XX, sobre todo europeos (Miró, Alechinsky, Léger, Tapies, De Kooning, Max Ernst, Francis Bacon, Picasso), aunque alberga en sus salas obras de pintores del abstraccionismo americano y que pertenecieron a la colección privada de Rufino y Olga Tamayo, como Jackson Pollock, Rothko y Robert Motherwell. Y de los latinoamericanos famosos, hay cuadros de Wilfredo Lam, Roberto Matta y Antonio Torres García, el uruguayo creador del constructivismo y a quien hube de estudiar en los años 70 del siglo XX para unos trabajos de crítica pictórica que emprendí junto a Freddy Rodríguez, pintor dominicano que ha seguido una carrera exitosa en los Estados Unidos.

Obra de Rashid Johnson

El día de nuestra visita dominical nos encontramos con una interesante exposición temporal titulada “Los senderistas”, del artista norteamericano Rashid Johnson, nacido en 1977 en Chicago, y que me pareció, sino deudora de la práctica teórica del francés Pierre Soulages, muy emparentada con ella, explicable por el uso intensivo, en la mayoría de las obras colgadas en la muestra, del predominante color negro que produce la luz, justamente lo que ejecuta el pintor estadounidense  en los contrastes del negro y el blanco de sus cuadros, por donde sale a raudales la luz. El negro es la luz, según el mantra de Soulages, a cuyo propósito recordarán mis lectores la serie de artículos de divulgación que publiqué hace ya unos cuantos meses en Areíto. Las muestras de la pintura de Johnson ilustrarán este artículo para simple comprobación.

Al final de nuestra visita, recorrimos la librería del Museo y compramos algunos libros. Compré una edición de la Imitación de Cristo, de Tomás Kempis, para reponer la que adquirí en los años 60 del siglo pasado en la antigua librería América y que perdí no se sabe cómo. Y de Étienne Geoffrey Saint-Hilaire, Principios de filosofía zoológica con el propósito de ver en esta obra la influencia del evolucionismo de Jean Lamarck, que en nuestro país está representado por José Ramón López y sus seguidores. Ramonina compró de Byung.Chul Han Sobre el poder.

Acaricié por breves momentos, entre la duda y la acción, la compra de un ensayo de Gerard de Cortanze, francés, sobre Frida Kahlo, pero desistí a la espera de mejor consulta sobre esta obra a mi regreso a Santo Domingo. Conocí algunos textos de De Cortanze durante mi etapa de estudiante en París VIII, pero lo había borrado y me alegré de que siga activo. El texto, cuyo título es Frida Kahlo, la belleza terrible, no es, según el propio autor, ni biografía ni ensayo en el sentido clásico, «sino más bien un recorrido por los meandros de una obra y una vida, que descubrimos detrás de una falsificación en la que el creador siempre nos abre su diario auténtico. En algunos bocetos y en algunas pinturas de Frida Kahlo aparece un verde a veces profundo, un amarillo desvaído, color éste último al que ella le da una definición particular: Locura y misterio. Esa locura y ese misterio son exactamente lo que me emociona de Frida Kahlo. Esta obra nos adentra en la vida de aquella joven mexicana que en septiembre de 1925 sufre un accidente que trastornará por completo su porvenir. Bella e independiente, se casa en 1929 con Diego Rivera, el célebre pintor muralista. Esa joven era Frida Kahlo y este libro es su historia, que nos cuenta cómo una de las máximas de su vida fue no cerrar jamás los ojos a la fealdad, sino, por el contrario, abrirlos para presenciar así el nacimiento de una belleza terrible, para la que ella inventa otra realidad. Torturada por el dolor físico, pero arrebatada por sus compromisos políticos y amores tumultuosos, con el paso de los años construyó una obra pictórica poderosa y singular. La última de sus obras, Viva la vida, es un canto a la luz y a la alegría de vivir».

Obra de Rashid Johnson

De Cortanze ha escrito, entre muchos otros, uno titulado Los amantes de Coyoacán. La historia secreta de amor entre Frida y Trotski, que, para los curiosos y amigos de interioridades, es caldo de cultivo de un tipo de feminismo muy en boga hoy día, aunque de difícil sindéresis entre las jóvenes mujeres intelectuales de nuestra república de las letras. Es decir, que entre la coherencia entre el decir-hacer-escribir es mucho el trecho.

Otro libro escrito por De Cortanze es el titulado Sollers: vérités et légendes, que no ha sido todavía traducido al español, hasta donde alcanza mi conocimiento, pero que me llamó la atención por ser Sollers, junto a Kristeva, uno de los fundadores del grupo Tel Quel, cuyas teorías y obras di a conocer en el Santo Domingo pacato de los años 70 del siglo pasado y que, confesarlo debo, abandoné en 1977 al entrar al Seminario de Poética de Meschonnic en París VIII, aunque debo reconocer que Sollers terminó elogiando la poética de Meschonnic en vida de este, según artículo suyo que publicó en Le Monde y que conservo, pese a la crítica severa que le formuló Meschonnic a Tel Quel, al que calificó, en uno de sus libros, como grupo típicamente parisiense.

Doy cabo a estas crónicas gastro-culturales por las tierras de los tlatoanis aztecas, constructores del imperio más grande de Mesoamérica, comparable, aunque no en el tiempo, con el de los egipcios, destruido por Alejandro Magno, quien, a su paso hacia el Estreno Oriente dejó de gobernante a Tolomeo, uno de sus generales, quien a su vez implantó una dinastía que sucumbió únicamente, al cabo de casi cinco, con Cleopatra ante Julio César y su sobrino Augusto.

Comparable este imperio azteca al egipcio por la invención del cálculo matemático, la ingeniería, la arquitectura, la escritura de los códices, la filosofía y la poesía que legaron a la humanidad, su ciencia permitió que las grandes pirámides que construyeron, al igual que las de Egipto, no se hayan derrumbado con el paso del tiempo y los conflictos sociales.

Así pasa la gloria del mundo: Moctezuma no pudo resistirse al “destino” del fin del mundo de los aztecas abandonados por sus dioses. Solamente Constantino ha podido resistir el “destino” del fin del imperio romano vaticinado por los augures al inventar una religión nueva que reemplazó a la antigua de los Júpiter y Marte: el cristianismo que le propuso Lactancio y que, luego de su muerte, Eusebio de Cesárea le dio forma definitiva. Aunque el imperio romano colapsó en el año 476 después de Cristo, el de Oriente, con Constantino, se mantuvo hasta 1453 con la caída de Constantinopla en manos de los turcos, pero el cristianismo le sobrevivió hasta hoy.

Obra de Rashid Johnson