Martes 29 de octubre de 2019
Salimos temprano en la mañana rumbo a Cuernavaca y Taxco. La parada en Cuernavaca fue breve, al igual que la primera vez que la visitamos Ramonina y yo en el viaje a México en 1985 cuando tomamos un “tour” llamado Ruta de la Independencia, que nos llevó a Cuernava-Taxco, Querétaro, Guanajuato, Dolores-Hidalgo y San Miguel Allende.
Pintoresca ciudad es Cuernavaca y se vende al igual que Jarabacoa, como “la eterna primavera”. En realidad, nos centramos en visitar “la iglesia más antigua de América” y el palacio de Cortés. Lo de más antigua puede ser una superstición, pues más antigua que la iglesia catedral, la iglesia de la Merced en Santo Domingo, la Universidad de Santo Tomás y la primera Audiencia. ¿qué más puede haber de primicia en América? En Santo Domingo fue primero casi todo hasta que a partir de 1519 en adelante vinieron las fundaciones de las ciudades de San Juan de Puerto Rico, San Cristóbal de La Habana, México, Lima y Villa Esquivel, vencedores de los indios Juan Ponce de León, Juan de Esquivel, Diego Velázquez, Hernán Cortés y Francisco Pizarro, respectivamente. Pero en cada país y capital de América hispana subsisten estos mitos turísticos de las primacías como leyendas y que ya Apollinaire señalaba a principio de siglo XX que eran el encanto de las ciudades.
En Taxco, al igual que Cuernavaca, también ciudad colonial fundada después de la conquista de Cortés, lo de admirar son las distintas tiendas de artículos de plata, pues desde antes de la llegada de los españoles, ya los indios extraían el mineral de las minas existentes en el lugar. Y por supuesto, ciudad empinada sobre un gran cerro, se admira el viajero de las callejas empedradas, sinuosas y estrechas, la iglesia Santa Prisca, de estilo churrigueresco, esa variante del barroco europeo que dominó las artes y las letras desde 1570 a 1700, período bien estudiado para México e Hispanoamérica por Irving Leonard. Es de admirarse la casa de Cortés, muy parecida al alcázar de Colón de Santo Domingo, aunque no pudimos entrar debido a su cierre por remodelación y nos contentamos con verla desde afuera.
Ni qué decir tiene que la compra de objetos de plata fue en Taxco el contento de las muchachas. Desde mi torre abolida, yo observaba.
Domingo 27 de octubre de 2019
Los organizadores del “tour” agruparon para un solo día la visita a estos tres monumentos culturales mexicanos: el Museo Frida Kahlo, la Casa de León Trotski y la casa del Indio Fernández
Para los aficionados a Frida Kahlo, su trágica vida después del accidente del autobús, su pintura, sus escritos y la relación conflictiva como esposa del genial Diego Rivera debido a sus relaciones sexuales libres, así como su posición política comunista y su amorío con León Trotski configuran a esta artista como una de las mujeres más interesantes e importantes de la cultura mexicana del siglo XX. Su fama mundial crece cada día más. Su arte y su vida la catapultan como una feminista libertaria sin esquemas. Cambio de paradigma en la pintura mexicana. La perspectiva de una mujer, Frida, y la perspectiva de un hombre, Diego Rivera, los dos fundidos en influencias mutuas, pastiches, escritura del diario de Frida en español que compro entusiasmado al término de la visita, pues no quise adquirir la edición en inglés cuando estuve en Boston en julio de 2019. Hay una relación de Frida con la vida cotidiana y popular a través de su pintura y de los títulos de algunos cuadros que ejercen una crítica corrosiva a la sociedad bovarista mexicana: “Unos cuantos piqueticos” es un cuadro de crítica virulenta en contra de los feminicidas mexicanos, porque el título es como si fuera un discurso, alegato y justificación del asesinato de una mujer por su pareja a la cual le inflige como 13 puñaladas y es como si declarara ante el juez y la sociedad que solo fueron unos cuantos piquetes.
Cuando uno recorre las distintas habitaciones y salas con sus cuadros, libros, cama, escritorio, vestidos, cocina y demás enseres se experimenta igual emoción despertada por la visita a la casa de León Trotski al examinar los mismos objetos. Y se remonta uno a la historia de la gran revolución de octubre de 1917 y cómo estos profesionales de la política construyeron un país inédito en la historia mundial (él, el Ejército, Lenin el Estado y Stalin los servicios de seguridad y la victoria en la Segunda Guerra Mundial) para constatar luego cómo aquel sistema socialista se derrumbó sin disparar un tiro luego de la caída del muro de Berlín debido a un simple premisa expuesta por la profecía de Leopold von Mises en 1924: en una economía planificada donde no existe la ley de oferta y demanda no hay control de la producción y se producirá, inevitablemente, un colapso. Esta profecía y la dictadura de partido único son, juntos, dinamita.
Y leer la historia del asesinato de Trotski, la madeja enmarañada del fanatismo que rodeó al asesino Ramón Mercader y su madre Caritat del Río Hernández y los periplos geográficos de aquel laberinto, convocan a la pena y la rabia, aunque no fue una falla de aquel cuerpo de seguridad que le protegía y las disposiciones del arquitecto mexicano de blindar el dormitorio del gran revolucionario, medida contra la cual fue ineficaz una simple trama de conquista amorosa de la secretaria del político por parte del asesino. Concuerdan muchos, entre ellos la ficción historiada de Leonardo Padura, El hombre que amaba los perros, para creer que el talón de Aquiles de aquel gran hombre fuese una pisca de vanidad intelectual. Y Mercader picó el gusanillo de la vanidad al proponerle la corrección de un libro que con la mejora indicada se convertiría en el best seller de la revolución permanente teorizada por Trotski a escala mundial. El resto es historia después de aquel fatídico año de 1940 en Coyoacán.
La casa de piedra del Indio Fernández, al contrario de las de Frida y Trotski, respira quietud y abandono y el vitalismo del gran actor no ha podido trasfundirle energía a aquel hogar, del cual todas sus habitaciones y salones son nostalgia de un tiempo ido, reportajes de revistas y periódicos, amores rotos o conquistados, con sus fotos junto a grandes actrices y actores, álbumes y guiones de filmes, revólveres y cananas, trajes de charro, ofendas a los muertos, afiches de películas, objetos culinarios, fotografías junto a grandes amigos y amigas que frecuentaron aquella mole dispuesta por el arquitecto Manuel de la Parra, de quien tanto habla Pedro Henríquez Ureña como uno de los suyos en el Ateneo de la Juventud.
Allí no hay recuerdos, libros o películas que comprar. La vida del Indio Fernández está fuera de aquellas paredes. Está en las películas que dirigió y filmó junto a las grandes actrices y actores mexicanos que vemos hoy de nuevo en las retrospectivas de las cinetecas, canales de televisión, en los libros y monografías que se han publicado sobre su vida y obra.
Sale uno de aquella casa un poco apesadumbrado y con cierto mohín ante la lobreguez de aquella morada de piedra y su entorno al constatar que así pasa la gloria del mundo. (Continuará).
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