Jueves 31 de octubre de 2019
Hoy temprano, a las 10 de la mañana, el grupo excursionista visitó el Museo Nacional de Historia y Antropología. Ya había estado ahí en mi primer viaje a México en 1982. También volví en mi segundo viaje con Ramonina en 1985.
Luego de contemplar las maravillas de las diferentes culturas mexicanas, me sobrecogieron no solamente los cimientos del Templo Mayor y el diagrama de la explicación donde estuvieron a la izquierda la escultura de piedra con los colores del dios Tláloc (el de la lluvia, el rayo, el trueno, la fertilidad, la agricultura, el maíz), sino también a la derecha, la de piedra y sus colores dedicada al dios de la guerra y el Sol Huitzchilopochtli, mantenedor de la estabilidad y grandeza del imperio de México-Tenochtitlán, muy bien descrito histórica y geográficamente en la obra de Jacques Soustelle, de cuya ideología rinde cuenta una especie de divisa a la entrada misma del museo, grabada en piedra: «Esta es nuestra gloria/Este es tu mandato/¡Oh, dador de la vida!/Tenedlo presente, oh príncipes./No lo olvidéis./ ¿Quién podrá sitiar a Tenochtitlán?/¿Quién podrá sitiar los cimientos del cielo?/Con nuestras flechas./Con nuestros escudos./Está existiendo la ciudad,/¡México-Tenochtilán subsiste!» Ese “está existiendo” es sintácticamente problemática y parece traducción servil del náhual o del inglés al español.
Este era el mantra que debieron leerles a todos los señores de los señoríos conquistados por ese gran imperio abandonado por sus dioses cuando llegó Hernán Cortés con 200 hombres y unos 20 mil tlacaltecas a las puertas de la ciudad, cargado de armas de fuego, caballos, acero y gérmenes (Jared Diamond) contra flechas y escudos, aunque fuerza es decir que, según la versión de Bernal Díaz del Castillo, el conquistador estuvo a punto de dejar sus huesos en la batalla del Templo Mayor a cuyo dios de la guerra estuvo a un tris de ser sacrificado.
Al cabo del recorrido, la mente sale como aturdida y nublada ante tanta información sobre bustos, estatuas, tumbas como la del rey Pakal, máscaras, códices, de una grandeza parecida a la del imperio romano, ambos despedazados por “bárbaros”. Pero esta es la evolución histórica de los imperios: nacen, crecen, se desarrollan y mueren, como los reyes, aristócratas militares o emperadores que los rigieron o los rigen en la actualidad.
En la noche cenamos en un restaurante muy conocido en la capital azteca: Rosetta. En general, no hubo queja de parte de los comensales. De entrada: mole de hoja santa y tamal de quelites. Como en México hay venados, pedí un filete, pero no estuvo a la altura de lo gourmet. De postre: Farro miel, hongo duraznillo, avellana y queso mascarpone. Delicioso. Un postre que bailó en todos los restaurantes fue “Isla flotante de elote y vainilla”, el preferido de Angelina Hernández Dalmau, al igual que la bebida Michelada. Fue tanto su entusiasmo por estos antojos que le solicité me los dejara probar, pese a mis reservas frente a los azúcares.
Miércoles 30 de octubre de 2019
El grupo de excursionistas visitó en la mañana de hoy la Basílica. En el programa figuraba la Casa Presidencial para ver los murales de Diego Rivera, pero estaba cerrado.
Ramonina, Luisa y yo no tomamos esta parte de la gira, porque habíamos estado, en ocasiones anteriores, en la Basílica y habíamos visto también los murales de Rivera. Pero los tres deseábamos volver a verlos y decidimos regresar otro día y tomarles fotos. Nos separamos del grupo y nos dirigimos al museo del Templo Mayor, lleno de piezas arqueológicas invaluables del período prehispánico. Finalizado el recorrido, nos dirigimos a un salón donde la antropóloga Rosa María Garza Marcué, dictaba una conferencia cuyo título nos interesó: «Cuando los muertos no se van: cosmovisión en la cultura nahua de Ahuacatlán, municipio de Olinalá en el estado de Guerrero”.
El 1 de noviembre era día de muertos y nos interesaba escuchar el tema de labios de la experta. Creencia ancestral prehispánica que ha sobrevivido hasta el día de hoy a la colonización y evangelización, sincréticamente o no, en la gran franja mesoamericana. De dicha creencia retengo lo más importante: en esta cultura, a través de tal creencia, deduzco que, desde la infancia, al niño mexicano se le socializa en el hogar no temerles a los muertos, pues estos conviven con los vivos y les auxilian en todas sus labores cotidianas para que logren el éxito. Y el ceremonial del que habló Garza Marcué consiste en llevar a la tumba de los muertos, sea en el cementerio o en una ofrenda casera, los alimentos que en vida gustaron al difunto. El ceremonial es más complejo que esta breve síntesis para lectores apresurados. Contrariamente a estas culturas mesoamericanas, en la cultura transmitida por España impuesta por el brazo ideológico de la Inquisición, a los niños caribeños y latinoamericanos se le introduce al miedo a la muerte tanto como al Diablo.
A la salida de la conferencia sucedió la feliz coincidencia que nos encontramos en la explanada del Templo Mayor con la antropóloga Garza Marcué y sostuvimos un intercambio de ideas luego de presentarnos y explicarle nuestra presencia y el interés en su conferencia. Gracias a la información bibliográfica que nos suministró, busqué en las librerías locales los dos obras fundamentales donde se explican estas ceremonias del culto a los muertos en México y aunque no aparecieron, luego, de regreso a casa, Ramonina me las rastreó y consiguió en internet, pues ni en Amazon aparecieron: me refiero al texto fundamental de Johanna Broda y Catherine Good Eshelman Historia y vida ceremonial en las comunidades mesoamericanas (México: FCE, 2004) y Cosmovisión, ritual e identidad de los pueblos indígenas de México, de Johanna Broda y Félix Báez-Jorge (coordinadores). México: Conaculta y FCE, 2001.
Decidimos seguir a la calle Madero, en pleno centro histórico, donde almorzamos en un restaurante mexicano situado en una pequeña y larga galería comercial. Luego vimos una exposición de artesanías en la casa que fuera primero de Iturbide y luego de Federico Gamboa y, al término, regresamos al hotel.
Viernes 1 de noviembre de 2019
En la tarde, muy temprano, el grupo de excursionista, menos yo que me quedé en el hotel para descansar, se dirigió al pueblito de Mixquic a observar, menos que a participar, el ritual de muertos. Es como ver a los mexicanos ir al camposanto a llevar las ofrendas a sus difuntos. Observar, in situ, lo que explican los libros de los especialistas citados más arriba. Viví el hecho antes de que sucediera.
Como existe en México un buen canal de televisión cultural, el 22, dirigido a la clase universitaria, a letrados, intelectuales, mundo periodístico, me pasé el tiempo de zapeo en zapeo hasta detenerme en programas que fueron, un poco menos un poco más, de mi interés, como fue el caso de uno dedicado a la muralista y pintora guatemalteca Rina Lazo (1923-2019), quien fuera amiga de Diego Rivera y esposa de Rafael García Bustos, grabador y colaborador de Rivera y Frida Kahlo.
Otro programa a la altura del canal cultural fue el debate sobre el teatro mexicano actual conducido por Álvaro Cueva y con la participación de Guillermo Wieches y Alejandro Gou. La queja de los participantes se me pareció a lo que posiblemente está ocurriendo en América Latina debido al predominio de la cultura light: crisis del teatro en México. Crisis de la literatura, crisis de la cultura, crisis del arte. Crisis como desorientación del sentido político en cada especificidad cultural hispanoamericana, europea, estadounidense. Concluyeron los panelistas en que es muy difícil hoy en México tallarse una carrera de dramaturgo. Pero recuerdo que en los 50-70 hubo un gran teatro mexicano con Rodolfo Usigli, Salvador Novo, Javier Villaurrutia, Emilio Carballido, Vicente Leñero, Luisa Josefina Hernández, Héctor Mendoza, Sergio Magaña y otros. Y una afirmación de los panelistas que me sorprendió: que no hay malinchismo en el teatro mexicano. ¿Es el malinchismo un significante escamoteado en la cultura mexicana?, me pregunto. Al menos en el discurso histórico parece serlo. Pero no hay que olvidar que decir malinchismo es decir mestizaje, hibridación: es decir Martin Cortés.
Por lo demás, estuve a gusto con el programa cultural con el tema de la muerte y su relación con la música y sin tener que ir a Misquic. Fragmentos de Sigfrido, de Wagner, fragmentos de la Marcha fúnebre a la muerte de la reina María, de Purcell, etc. (Continuará).