Ocurrió la noche electoral del domingo, a las once y diez, en el bar Haití, frente al parque Kennedy, ubicado en un exclusivo sector de Lima, Perú.
Al anunciar en la televisión que el presidente electo Humala hablaría al país, una señora emocionada gritó a todo pulmón: "Humala, Humala, Presidente."
Otra señora bajita, camuflada con una permanente rubia y una arrogancia que ya envidiaría para sí una marquesa porteña si existieran marquesas en Buenos Aires, se volvió hacia nuestra mesa y nos escupió… "oigan, ustedes son extranjeros no pueden estar hablando ni opinar nada."
Uno de los miembros de la mesa -con una paciencia a lo Job y una educación de canciller francés-, le respondió, "no señora, ella es mi esposa, quien ha hablado fue la dama de aquí atrás. Nosotros somos dominicanos, nos vamos mañana."
Sin excusarse, la señora nos regaló a todos una mirada insecticida y, contrariada nos dijo, "pues váyanse ya".
Hasta ahí debió llegar el incidente, si a nuestra izquierda, -literal y también ideológica-, una señora de ojos tristes, con una voz tan firme como indignada no hubiera identificado a la señora y salido en nuestra defensa: "Pero y cómo se atreve usted a hablar así, si es la esposa de ese que está ahí, mírenlo, un periodista pagado por Montesinos, servidor de Fujimori, preso por corrupto y…."
Las cosas no fueron a más, porque el Krhisnamurti miembro nuestra mesa, sobrino de Job, con una flema villajuanesca a lo Leonel Fernandez, y en una demostración de diplomacia que ya quisiera para sí el canciller inglés, ocupó la atención de la muy… dama y le explicó que éramos una delegación de observadores electorales, acompañados de nuestro embajador en Lima.
Este incidente menor expresa el mayor problema con el que se ha levantado este lunes todo Perú. (Lima va amaneciendo arropada de jarina, vestida de un gris plomizo que le da un aspecto triste hasta las once.)
Perú es hoy y desde anoche un Chile de los noventa, para entonces dividido entre seguidores y/o victimarios de la dictadura y adversarios y/o víctimas de ella.
El Perú está dividido. Fujimori es el Pinochet peruano del siglo XXI. ¿Será Humala su Ricardo Lagos?
Por esto es tan importante que la clase política, las bases populares, las élites de siempre y las embajadas de nunca, alcancen cuanto antes un gran acuerdo nacional que una a los peruanos en pos de una sociedad más igualitaria, con más inclusión social, justicia, igualdad de oportunidades. Como los dominicanos, los peruanos han visto crecer sus cuentas nacionales de PIB, control de la inflación y estabilidad. Pero, la inequidad no ha cedido en consonancia con las estadísticas.
El crecimiento económico que no se traduce en una mejoría de vida para las grandes masas nacionales, es tan solo un enanismo político que más temprano que tarde acercará nuestras patrias a la anarquía social… ("Porque van muchos años….")
La democracia es el camino, pero para ser transitable, la muy señora, -sin teñirse de rubio como la tipa del boche erróneo-, no sólo puede ser electoral, de cuentas buenas y felices estadísticas.
Algo está cambiando en la América morena y mestiza. Y digamos que era tiempo.
Si la democracia formal de nuestras patrias no mira hacia los pobres desterrados del paraíso material de las oportunidades y la inclusión social, más temprano que tarde esas grandes masas comenzarán a desconfiar de estas democracias nuestras de postalitas y verllover, aunque en Lima nunca llueva, y la Ley seca -que durante las elecciones los limeños (y las brasileñas, ay,) cumplen con la disciplina de un miembro del Opus Dei – haya castigado tan duramente a quien llegó aquí con la encomienda de observar las elecciones, visitar la tumba de San Martín de Porres y, por qué no decirlo, con la ilusión de conocer a profundidad y en detalles una bebida de dioses en chercha que ellos llaman Pisco Sour. Amén.