El pasado domingo 16 de febrero la Junta Central Electoral demostró que no tenía la capacidad de cumplir con el mandato constitucional de organizar y dirigir las elecciones libres y trasparentes. Al paso que van las investigaciones y las desinformaciones, no sabemos ni siquiera cuándo tendremos explicaciones veraces de lo que sucedió el 16 de febrero. Pero ya se sabe que en política no hay casualidades: estas elecciones anuladas fueron anulaciones planeadas.

Quienes éramos delegados de mesa pudimos apercibirnos desde las 6 de la mañana de la envergadura del desastre. Todavía a las 7 de la mañana no había llegado nadie de la JCE al recinto a entregar las valijas de ninguna de las mesas ubicadas en INAZUCAR.  A las 8:40 solo una de las 7 mesas había iniciado el proceso de votación en la modalidad automatizada. Pero pensar que el problema era únicamente de las máquinas es minimizar la gravedad de la situación, como lo demuestran las más de 1000 mesas en recintos con voto manual que a las 11:11 tampoco habían iniciado proceso de votación.

En el proceso de votación se demostró que no se tuvo ningún cuidado para garantizar el derecho al secreto del voto: las impresoras estaban ubicadas fuera de la cabina de votación, a la vista de todos los miembros de la mesa y, peor aún, de los delegados de los partidos. El papel se desdoblaba al entrar a la urna transparente, permitiendo no solo a los miembros de la mesa y a los delegados identificar el voto de cada uno, sino también a los votantes. A pesar de reiteradas llamadas de atención por parte de algunos pocos delegados, se hacía caso omiso de esta queja.  Como si desde antes de llegar allí ya estuviéramos todos resignados a la falta de privacidad y a la vulneración de nuestros derechos.

Tampoco se contaba con capacidad técnica para acompañar el proceso: un solo técnico de la JCE atendía las 7 mesas del recinto, así como otros dos recintos de la zona.  Como no tenía conocimiento de los procedimientos de votación, al iniciar las máquinas en cada mesa mandaba a emitir el boletín 0 antes de inscribir a los delegados que, en muchos casos, votaban en otros recintos, privándoles del derecho al voto.

Los presidentes de mesa y secretarios tampoco estaban suficientemente capacitados para el modo de votación automática y mucho menos sobre su obligación de garantizar el respeto de la soberanía popular expresada en el voto.  Cuando finalmente empezaron a abrir algunas mesas y nos dimos cuenta de que no aparecían algunos de nuestros candidatos en la boleta, pretendieron silenciar las quejas de los votantes por la desaparición de sus candidatos, justificándolas con el argumento de que eso era el resultado de las alianzas entre partidos.

Por su parte, los delegados del PLD y del PRM estaban ocupados no con el deber democrático de defender el derecho de los electores, si no con el mandato único de vigilar el accionar de sus simpatizantes, llevando el control a través de aplicaciones que reportaban la hora y el partido por el que habían votado. Si bien la cúpula de esos organismos nos quiere asegurar que es completamente legal que realicen ese registro, es inaceptable que se permita a los delegados y suplentes levantar y reportar desde la misma mesa electoral esa información en tiempo real con el fin de utilizarlo para movilizar a las personas (y con fines de retaliación posterior también lo sabemos).

El 16 de febrero no fallaron las maquinas: falló un sistema político incapaz de garantizar los derechos de la población. Un órgano electoral sin capacidad para cumplir con las atribuciones para las que fueron designados, y muchos de los partidos del sistema preocupados más por su supervivencia que por los intereses del país y de la democracia. Partidos soberbios, acostumbrados a prácticas antidemocráticas y convencidos de que nos pueden engañar con momentos cívicos disfrazados, con desinformación y propaganda, con fraude, con pica pollo y 500 pesos.

Ese domingo a las 11:11, salí casi corriendo del recinto. Me faltaba el aire por la indignación del atropello vivido. Por la tarde, fuimos con José Horacio Rodríguez al Centro de los Héroes a compartir nuestras experiencias con otros delegados y delegadas. Frente a esos huesos sagrados juramos que no nos quedaríamos de brazos cruzados, cogimos fuerza y salimos hacia la Plaza de la Bandera. Ahí estamos. Cada día somos más cantando, voceando, levantando pancartas por una democracia que funcione, por nuestros derechos, por nuestro país y para que sepan que si les falta la dignidad (y todo lo demás), no pensamos parar de recordárselo. Hasta que renuncien. Hasta que se vayan. Hasta que los saquemos por las urnas el 15 de marzo.