-¡Sálvennos, que perecemos!

Playita del Rincón, Aguadilla, Puerto Rico. 31 de diciembre.

Todos los canales televisivos se habían dado cita en la playita, a apenas cien metros de la costa de Aguadilla, donde una yola pintada de azul celeste, con 30 náufragos provenientes de La Hispaniola, había aparatosamente naufragado cuando aún no había salido el sol.

Cinco gringuitos, que nadaban como tiburones, se lanzaron a la oscuridad a rescatarlos con sus tablas de esquiar, al grito desesperado de los que se ahogaban.

-¡Sálvennos, que perecemos!

De los treinta náufragos, cuatro se quedaron en el fondo del océano.

Cristina Amador Rodríguez fue una de los 26 rescatados. La encontraron semi ahogada entre las olas y la arrastraron hacia la orilla. Su larga cabellera color vino, que se desparramaba como un alga marina interminable, le salvó la vida.

Cinco de diciembre, el día que arribó el Almirante a la Hispaniola. Aeropuerto José Francisco Peña Gómez. Cuatro en punto después del meridiano:

-Si me das $3,000 maracas (dólares) te pongo en Miami- así le dijo el “buitre”, un cubano-dominicano que se encargaba de majaretear el trueque de ciudadanos cubanos y hacerles los contactos para entrar a los EEUU.

-Solo tengo pesos cubanos-le dijo Cristina Amador Rodríguez, que había nacido en La Víbora, cerca de la Habana, y que no hablaba ni cibaeño ni borinqueño, ni, mucho menos hablaba el spanglish de Miami.

-Entonces vas a tener que irte a Nagua y hablar con el “Jabao”. Él te hará la conexión con Puerto Rico.

Nagua, 28 de diciembre a las diez y media de la mañana, día de los Santos Inocentes en el calendario cristiano. Cristina Amador Rodríguez había ido a la iglesia católica del pueblo a encomendarse a las ánimas, antes de cruzar el charco.

-Hija mía-le dijo el cura párroco- me han dicho que piensas cruzar el Canal de la Mona. Eso es un suicidio. Además, si logras cruzarlo te van a devolver tan pronto te atrape la Migra.

-No, padre, a mí no me devuelve nadie. Pa’trá ni pa cogé impulso.

La vieja yola de madera pintada de azul celeste se sumergió en la madrugada del día 29 de diciembre y se perdió entre los vientos que soplaban entre las dos islas. El motor fuera de borda se descompuso y pasaron diez horas a la deriva sin atisbar tierra firme. Pasaron casi dos días zozobrando hasta que las olas los arrastraron a la Playita del Rincón.

-¿Quién es Álvarez Güedes?- le preguntaron a Cristina Amador Rodríguez después que uno de los cinco gringuitos la arrastró hacia la orilla, todavía medio inconsciente

-¿El marido de quién?- ripostó la muchacha de la Víbora.

-Guillermo Álvarez Güedes- insistió el inspector. Pronuncie las palabras “puerto”, “alberto”, “cerveza”, “muerto”.

Del susto, Cristina Amador Rodríguez las repitió de atrás pa’lante:

-Muetto, cebbesa, abbeto, puetto. Guillermo Álvarez Güedes era un cómico cubano que ya pasó a mejor vida.

-Déjenla pasar, que no es dominicana- le ordenó el inspector a los guardias.

Si hubiera dicho mueito, aibeito, seibesa y pueito, todavía estuviera ahogándose en el fondo del mar, como lo están miles de dominicanos que sueñan con cruzar el Canal de La Mona. La mayoría se queda en el camino.

-¡Salvennos, que perecemos!- Es su grito de desesperación. Y los políticos de turno, con sus tablitas de flotar a cuestas, les prometen villas y castillas para joderlos aún más de lo que están.

Este es un suceso real. Cristina Amador Rodríguez (nombre real) reside hoy día con su hermana en la ciudad de Hialeah, al Norte de Miami.

-Si hubiera sido dominicana estuviera zozobrando en el fondo del mar- así nos dijo.