-¡Arriba las manos!

Arroyo Hondo, calle Alfonso Moreno Martínez, 5.05 de la madrugada.

Antes de despuntar el alba, mi amigo Sergio, se levantó con los gallos y trotaba a paso doble por el vecindario con su pastor alemán amaestrado. Es parte de su calistenia diaria, de acuerdo con un riguroso plan de salud programado. Esto le ha permitido sobrevivir sin apuros sorpresivos en un cuerpo casi octogenario y mantener a sus neuronas perennemente recargadas.

-¡Arriba las manos, he dicho! ¡Esto es un atraco! ¡Suelte a ese maldito perro del carajo y métase en el carro!- tronó el primer sicario con voz de sargento carcelario.

Un hondita sin placa, color vino subido, surgió de la noche como un vómito cavernario, cruzándose en la vía contraria de manera inesperada. De él brotaron dos rufianes  portando sendas 45 reglamentarias, con atuendo de militares camuflados. El sol todavía no se había levantado y la calle estaba totalmente desierta, sin divisarse ni un alma en pena transitando por aquellas cuestas solitarias.

-¡Métase en el carro, carajo! ¡Suelte a ese maldito pastor alemán antes de que le meta un tiro entre los dos cejas!- ordenó el otro rufián, apuntando al can con otra 45.

Lo que no sabían los sicarios era que el sabueso, ante un gesto de Sergio, estaba entrenado para desarmarlos en un zigzag automático y en lo que cantaba un gallo.

De repente, Sergio alzó sus ojos y divisó a otro Hondita color vino con placa policiaca, que bajaba la ladera oriental de la calle Alfonso Moreno Martínez, uno de los fundadores del Partido Social Cristiano dominicano, hasta que aquel déspota ilustrado carita de chihuahua se lo fagocitara vivo como a un tiburón sin escamas.

De hecho, el francomacorisano Alfonso Moreno Martínez fue el primer candidato a presidente de aquel partido, cuando Henry Molina y Caíto Javier andaban aún politiqueando. Mario Reid Vittini fue el candidato a la vicepresidencia. De hecho, fue Mario, junto a Guido De Alessandro, quienes trajeron de Caracas (Copey) la idea originaria de establecer el partido en Dominicana. Pero sigamos con el Hondita. 

Se trataba de un carrito patrulla, tan pequeño como aquellos cepillos amarillos (Vokswagen) de la última etapa trujillista, que infundían un terror de película en la población. ¿Los recuerdas? Un terror que se metía por los tuétanos e inmovilizaba al más guapo de los dominicanos (grrr). Aquello había que vivirlo para creerlo.

El tercer rufián, que fungía como chofer del Hondita color vino subido y sin placa, también esgrimiendo otra 45 automática, de esas que cargan a cuestas algunos policías fuera de servicio, puso el motor en marcha para poner pies en polvorosa y salir disparado cuesta abajo, una vez los otros dos rufianes se hubieran encaramado en el asiento trasero del Hondita color vino subido y sin placa.

-Se ha salvado usted en tablitas. ¡Vámonos, carajo!- gritó el chofer.

Salieron disparados como un bólido que lleva el mismo Diablo, el Patrón de todos los políticos dominicanos desde los días de Pedro Santana. Al pasar junto al carro patrulla los tres sicarios levantaron la mano derecha como nazis solidarios, y saludaron a los dos policías, quienes les correspondieron con una sonrisa, como si pertenecieran a la misma banda.

-¿Pasa algo, señor? ¿Le podemos ayudar en algo?- preguntaron los policías cuando llegaron donde se encontraba Sergio.

-Por supuesto. Llévenme al cuarte más cercano. Necesito reportar un atraco junto a un intento de secuestro agravado.

-¿Es usted abogado?- le preguntó el policía que conducía el Hondita-patrulla.

-No, soy médico- contestó Sergio.

-¡Ah!, así es mucho má mejol.

Cuando a los dos policías reclutas les tocó declarar ante el teniente del cuartel más cercano, dijeron, jurándolo y firmándolo en el acto:

“Un hondita blanco, con una placa de turista, con tres hombres que levantaron la mano derecha para saludarnos, estaba parado junto a este señor, y, al parecer, estaban admirando al pastor alemán que lo acompañaba”.

Cuando le tocó el turno a Sergio, notó que en el escritorio del teniente, en el mismo centro y medio a medio, se leía en letras grandes como en un templo sagrado:

“AQUI NO HAY CORRUPCION, NO SEÑOL”.

Todavía Sergio está esperando el resultado de la investigación.

El teniente muy bien pudo poner un segundo letrero en su escritorio: “Estos tipos de atracos solamente suceden en Santo Domingo, sí señol”.