¿Qué tan diferentes somos los unos de los otros? Es una incógnita que ha suscitado mucho debate entre filósofos, sociólogos y psicólogos sociales. Pero no solo ellos se lo preguntan, sino que nosotros, de forma casual, lo hacemos con frecuencia. Muchas veces, al cuestionar el porqué detrás de las acciones de una persona, oímos la afamada frase de que “cada cabeza es un mundo”. Sin duda alguna, ni los gemelos más idénticos comparten la misma línea de pensamiento, y sin embargo, los ejemplos que vemos en nuestro día a día ponen en duda la veracidad de este hecho.

¿Por qué digo esto? bueno, es que solo tenemos que echar un ojo en lo que pasa en nuestra sociedad para darnos cuenta de que somos tan iguales que ni las diferencias ya vemos. La generación Z (18-22 años) y gran parte de los millennials (23-38 años) se encuentran en una crisis de originalidad impactante. Como camaleones, quieren adaptarse a todo, con el simple hecho de ser aceptados. No obstante, ¿cuál es el valor de la aceptación colectiva si no hay aceptación individual? Ciertamente, es absurdo adoptar ciertas ideologías e incurrir en diversos gastos para ganar el aprecio del público, cuando estas son variables que vienen y van en un abrir y cerrar de ojos.

En todas las esferas sociales, en diversos grados, la gran mayoría actúa igual. Compramos en los mismos sitios; estudiamos en las mismas universidades y para colmo, las mismas carreras; frecuentamos los mismos restaurantes y las mismas discotecas; si no es Bad Bunny, El Alfa o Manuel Medrano, no escuchamos nada; si alguien hace una denuncia social, sin siquiera conocer qué es, lo compartimos en nuestras redes para vernos más “cultos y sensibles”. Increíblemente, hemos llegado al extremo de inclinarse por ciertas ideologías sin ser verdaderos creyentes de las mismas. En fin, como dicen en el campo: somos como los “monos”, lo copiamos todo.

A mi entender, debemos poner en práctica lo que es el individualismo. Hemos abandonado nuestra esencia particular para adoptar la que las masas sociales han ideado como “correctas”. Las sociedades se forman en base a la diversidad. Por tanto, una comunidad conformada por una población homogénea está condenada a la monotonía y la imposibilidad de poder objetar aquellas cosas que estén mal. Dicho esto, si no cultivamos el “yo”, no podremos ser parte útil del “nosotros”.

Es hora ya de empezar a actuar de la forma que nos plazca y que nos nazca innatamente, siempre en el margen del respeto al derecho ajeno y la seguridad. Con esto no digo que rechacemos gustos que puedan ser colectivos solo por el hecho de no compartirlos. Ni que tampoco nos aboquemos a una mentalidad indolente y egoísta. No, no he dicho esto. Lo que sí digo es que debemos abandonar esa mentalidad absurda de que si fulano lo hizo, yo lo tengo que hacer. Es rechazar la absurda idea de encajar en lo que está de “moda” o lo “políticamente correcto” como una especie de salvavidas para no hundirse en el ostracismo social, y alcanzar la felicidad. Es decir basta a esa camisa de fuerza abrazadora que nos impone la sociedad. Es, simplemente, no convertirnos en borregos adoctrinados del sistema.

Queridxs lectorxs, la solución no es encajar, es ser.