Washington, D.C., calle 16 N.W, Kenesaw Building, Mount Pleasant. 9:00 AM.
Esto fue ya descrito en Acento.com hace dos años. Lo reproducimos ahora en memoria de los mártires dominicanos de los 12 años del balaguerato, especialmente de Amín Abel Hasbún y de Homero Hernández Vargas, cuyas muertes violentas recordamos en septiembre de cada año.
“Verboten forgessen” (prohibido olvidar), dicen en Alemania. Recordar el pasado de nuestros pueblos es indispensable para poder entender su presente y dilucidar su futuro inmediato. El nuestro ha sido deleznable desde sus comienzos patrios.
-He venido a felicitarlo por el triunfo de su tocayo-fue mi cordial saludo.
-¡Qué tragedia más grande!- exclamó el primo de Tetelo Vargas.
-Será una tragedia para la juventud dominicana-repitió el gigante.
Si hubiera nacido en el Oriente cubano lo hubieran confundido con Antonio Maceo, el Titán de Bronce, hijo de la dominicana Mariana Grajales. Sin embargo, este otro titán nació en San Pedro de Macorís, serie 23, la fiel imagen de su primo materno, el titán de acero de nuestro deporte nacional, el inmortal Tetelo Vargas. Se parecían tanto que podían pasar por gemelos idénticos.
-No me felicites, más bien dame el pésame, porque esta noticia me ha perturbado- dijo.
– Ese triunfo será una tragedia para la juventud dominicana. No olvides mis palabras.
El gigante había sido asistente de su insigne tocayo de Navarrete, desde cuando ambos laboraban en la Secretaria de Educación durante la dictadura trujillista. Lo conocía como la palma de su mano derecha. Estaba ya jubilado y por esos días residía en Washington, D.C., con su esposa, porque sus hijos estaban casados y desperdigados entre Santo Domingo y Manhattan.
En su hogar yo me sentía como en mi propia casa y, junto a la del maestro Primitivo Santos, era el único lugar donde podía comer arroz blanco y habichuelas coloradas al estilo dominicano. Su sazón era inconfundible y allí me sentía yo a mis anchas.
-No lo entiendo. Explíqueme por qué el triunfo de su tocayo de Navarrete en las recientes elecciones presidenciales constituye una tragedia para la juventud dominicana.
-Se trata del hombre más irresponsable del mundo. Debió haberse consagrado a la enseñanza como catedrático universitario. En eso no hay quien le gane. Sin embargo, en política será un desastre para la juventud dominicana. Miles de jóvenes serán asesinados a mansalva y él no hará nada porque será un esclavito de sus generales. No se responsabilizará con nada ni con nadie. Para él será una gran página en blanco.
-Es el hombre más irresponsable que ojos humanos hayan visto. Ya lo verás.
Así me dijo el gigante, como Jeremías profetizando desde la atalaya del Templo en Jerusalén. Sin embargo, sus palabras entonces fueron incomprensibles para mí.
Pasaron y vinieron los años y poco a poco comencé a hilvanar el significado de sus palabras. El conocía a su tocayo como la palma de su mano derecha, pues había pasado muchos años escritorio con escritorio con él, junto a aquel legendario refugiado español, Malaquías Gil, un erudito republicano que se le había fugado a Franco.
De hecho, las palabras del gigante comenzaron a interpretarse a sí mismas cada año que pasaba, al filo de los asesinatos de jóvenes dominicanos que comenzaron a caer ante las balas asesinas de los generales de su tocayo allá en la patria lejana. Caían como los mosquitos del Zika, atacados por los insecticidas de militares trogloditas, mientras el tocayo no decía ni pío-pío, como si fuera un pollito vegano.
La lista es larguísima pero cada septiembre de cada año recordamos siempre a dos de aquellos mártires: a Amín Abel Hasbún y a Homero Hernández Vargas, acribillados salvajemente antes sus dos compañeras de vida y ante dos de sus hijos que aún no habían salido del útero de sus viudas madres. Aquí nos referimos a dos insignes dominicanas: Elsa Peña Nadal y a Mirna Santos y a sus dos retoños que dormían en sus entrañas en espera de la luz: Kesquea Hernández y Amín, junior. Keskea es el nombre original taíno de nuestra patria: “Quisqueya, Madre Tierra”.
-Su irresponsabilidad será siempre la peor ametralladora de sus criminales generales.
La última vez que vi al gigante fue en la Iglesia de Las Mercedes, en Santo Domingo, dos días después del asesinato de Goyito García Castro. Estaba sentado detrás de mí durante la misa y me susurró al oído:
-¿Te acuerdas de mi profecía aquella mañana soleada en Washington, D.C., con aquellos cerezos japoneses florecidos como únicos testigos? ¿La recuerdas?
El nombre del gigante era el de Manuel Joaquín Báez Vargas, Oficial Mayor de la Secretaría de Educación por varias décadas. El nombre de su “tocayo” era el de Joaquín Balaguer Ricardo, presidente dominicano en seis diferentes ocasiones, por casi un cuarto de siglo.
El año de nuestro encuentro en Washington fue el de 1966, después de aquellas mal llamadas “elecciones presidenciales”, con los Marines de Lyndon Johnson arbitrando su fatídico desenlace.
Aquello resultó en un matadero para la juventud dominicana, tal como había profetizado el gigante. Una tragedia incomprensible e innecesaria. Cientos de jóvenes fueron asesinados a mansalva durante ese cuarto de siglo y el tocayo de Navarrete jamás se responsabilizó con nada, incluyendo a los asesinatos del Coronel de abril, Francisco Alberto Caamaño Deñó, de Orlando Martínez y de aquellos cuatro héroes conocidos como “Los Palmeros”: Virgilio Perdomo Pérez, Bienvenido Leal Prandy, Amaury Germán Aristy y Ulises Cerón Polanco. Lo demás es historia patria.
A lo más que llegó el tocayo del gigante fue a admitir que toda aquella barbarie se debió a “fuerzas incontrolables” (hipérbole de la irresponsabilidad personificada, tal como había profetizado el primo de Tetelo Vargas). De hecho, escribió un libro en cuyo centro se destaca una gran página en blanco que podría ser el símbolo por antonomasia de un cuarto de siglo de exterminio irresponsable de la juventud dominicana, en esta Isla de las vicisitudes y de las esperanzas fallidas, donde la muerte tomó un atajo desde el principio dejando los sueños de sus mejores hijos rotos en banda (Mosén Pedro Margarite).
“Una ficción de país”, como decía el Doctor Juan Isidro Jiménez Grullón.
Septiembre, el mes que anuncia el final del verano y augura el comienzo de las hojas muertas desprendiéndose a borbotones de los robles de la patria.