A mi amigo y colega no le quedó otro remedio que aceptarle un cargo al presidente de entonces. El médico fue un entusiasta y cercano colaborador durante su campaña electoral y quiso gratificarlo. No dejó de enviar emisarios hasta convencerle. Tomó posesión como Encargado de Compras de una de nuestras instituciones de salud. Eso ocurrió cuatro décadas atrás.

Al tercer día de llegar a su nuevo despacho, le anunciaron la visita de uno de los proveedores de material médico gastable. Le hizo pasar. El personaje resultó excesivamente amistoso, sostenía en su mano izquierda un pequeño bolso de papel. Pensó que querría obsequiarle alguna golosina. El hombre colocó la bolsita encima del escritorio. Terminado el conversatorio, el empresario hizo un gesto con los labios dirigido hacia el paquete. Dijo: “Eso es lo suyo”. Se marchó. Mi amigo abrió goloso la bolsita y, asombrado, verificó que allí no había ni frituras ni caramelos: ¡era un bollo de papeletas! La escena se repitió durante las primeras semanas con diferentes funcionarios y proveedores. “Aquí esta lo suyo”.

Mi colega, criado en buenas costumbres y en la ética del gallero, renunció al poco tiempo. Me confesó el asombró de haber vivido aquella fatal costumbre de la “cogioca” dominicana. Se alejó para siempre de la política. Eso sí, siguió jugando gallos y ejerciendo dignamente su profesión.

Escuchando críticas y protestas sobre algunos nombramientos recientes, y sobre ciertos personajes pecaminosos que pululan en el entorno presidencial, me alegré al constatar que esta sociedad y la prensa han asumido de inmediato su rol vigilante. Siempre es saludable que el gobierno sienta los reclamos de la colectividad. Sin embargo, en esta ocasión, esas críticas son madrugadoras y extemporáneas, tomándose en cuenta que hace solamente siete días de la toma de posesión.

Sacar del poder al PLD no resultó tarea fácil. En gran parte fue posible gracias a una coalición de “moros y cristianos”; de viejos y tozudos ladronzuelos de la política tradicional junto a lo mejor de la sociedad civil, y una nueva y espléndida generación de políticos. Unos queriendo cambios verdaderos, y otros, a lo Gato Pardo, cambios para que todo siga igual. Un arroz con mango preocupante. Incluso, puede que en ese merjunje participaran narcotraficantes buscando lenidades.

En política, el toma y daca es norma y no excepción. Cada uno busca lo suyo; particularmente en esta tierra donde se refugian en la cosa pública toda clase de delincuentes.

El candidato Abinader no pudo evitar acompañarse de mansos y cimarrones. Es algo, aun con las mejores intenciones, inevitable en la realpolitk criolla. Nadie gobierna sin salpicarse de lodo. Muchos de los que ayudan al candidato son mercenarios; exigirán en la victoria privilegios y posiciones. Si el presidente no toma en cuenta a esos malandrines, ellos se ocuparán de ponerle piedras en su camino. Así son y así han sido. Es un juego de malabarismo táctico del que no puede escaparse este ni ningún otro gobernante.

Aquí, los que dirigen el Estado con convicciones éticas tienen que taparse la nariz y negociar; intentar colocar más buenos que malos en el aparato del Estado. Abinader demuestra que ya es un sagaz político del patio, y que sabrá lidiar con esa gente. Esperemos que también se convierta en el estadista que deseamos.

Sus nombramientos en general han sido aplaudidos. No es verdad que hay nepotismo. Hasta ahora nada indica que debamos perder las esperanzas de contar con un gabinete competente. Poco a poco podrá deshacerse de esos buitres políticos que ahora tiene que acomodar. Contrario a lo que sucedió con mi amigo, no puede darse el lujo de espantarse con aquellos que pretenden llevar y traer bolsitas llenas de dineros y canonjías. Si quiere gobernar, debe torearlos y mostrarles su autoridad. El cambio apenas comienza.

Este gobierno recién acaba de mudase a un palacio presidencial donde hasta los cristales de las ventanas apestan, enfrentándose a una crisis económica y sanitaria de padre y señor nuestro. Nunca vista. Necesitan tiempo, tranquilidad, confianza y paciencia, de la sociedad que les dio el mando. Entendámoslo, pero sin dejar de vigilarlos.