La figura de Juan Pablo Duarte, padre de la patria, ha sido objeto de contundentes criticas orientadas a desmitificar su impronta y de alguna manera su legado. Algunos llegan a decir, incluso, que no merece ser poseedor del título más importante que ha llegado a tener dominicano alguno en la historia: Ser el auténtico fundador de la nación.

En una época donde las corrientes de opinión buscaban imponer un criterio acerca de que si era Duarte o no el verdadero padre de la patria, el Dr. Balaguer se adentró en el debate llevando a la estampa una de sus más famosas obras: “El Cristo de la libertad”, biografía casi apologética que buscaba reafirmar a Duarte en la historia y sobreponerlo a Pedro Santana, considerado como el primer presidente constitucional de la republica.

Evidentemente, en la obra precitada Duarte es presentado como el apóstol de la libertad dominicana, como aquel que con sus ideas no solo fundó la nacionalidad, sino que también sembró en los habitantes de la parte oriental de la isla el sentido de una identidad propia. Santana en cambio aparece como un traidor, como una figura oscura que a mediados de su vida pública se desvía de los intereses trinitarios y proscribe su patriotismo hacia propósitos extranjeros.

No obstante, el mismo personaje que escribe tan romántica obra es quien decide, con la ironía propia de Lilís al nombrar a los Padres de la Patria, trasladar los restos de Santana al Panteón Nacional, y la pluma que escribiera el discurso central de tan solemne acto, es la misma que escribió El Cristo de la Libertad. ¿Quién era realmente el Padre de la Patria para aquel hombre tan contradictorio? ¿Era Duarte o era Santana? Aquella cuestión continúa siendo un misterio como misterio es la página en blanco en su otra afamada obra: “Memorias de un cortesano en la era de Trujillo.”