“¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?

¿Por qué ese velo de cerrada noche

De tu abundosa cabellera negra

De nazareno cae sobre tu frente?…”

Son letras del poema de Miguel de Unamuno, inspirado en el Cristo de Velázquez.

Conocí el original de la pintura en la mitad de los años setenta mientras participaba en un curso de Historia de la Pintura Española en el recinto del Museo del Prado.

La obra también es conocida como El Cristo de San Placido y es  llamada así  por el  tiempo en que fue expuesta en la sacristía del templo en aquel convento madrileño de la Orden Benedictina.

Podemos encontrar elementos  que le  hacen  especial y que hay que atender  por encima de los otros Cristo Crucificados pintados por otros maestros del arte universal.

Es como todo Crucificado un desnudo que aquí  se nos muestra con la quietud de quien ha vencido el momento de la agonía.

Con  cuatro clavos que, a diferencia y contra el rigor del Santo Oficio de entonces, impuso Velázquez.

Con los dos pies descansando sobre el supedáneo.

Aquel catedrático español que dictaba  a sus estudiantes en el momento en que vi la obra, mostraba  a sus alumnos como la gradación de la luz coincide con la velocidad en que la mirada recorre  la pintura en sentido vertical.