En mi artículo publicado el pasado martes, me sirvo del primer sermón angustioso que pronuncia el padre Paneloux (uno de los personajes de la novela La peste, de Albert Camus) en una iglesia atiborrada de personas que buscan una palabra de consuelo en medio de la situación ponzoñosa de la epidemia.

Hoy me detengo en el segundo sermón del cura, que esta vez lo dice en medio de un auditorio menos concurrido y entusiasta, ya que “la mayor parte de las gentes, cuando no habían abandonado enteramente sus deberes religiosos o cuando no los hacían coincidir con una vida personal profundamente inmoral, reemplazaban las prácticas ordinarias por supersticiones poco razonables”. En estos días, por ejemplo, se hizo viral un audio con una voz convencida que Dios había revelado a una niña de 4 años buscar un pelo de cabello en la biblia, hervirlo y tomarse el agua para así no enfermarse con el virus. Lo sorprendente del caso es que algunas personas que van a misa todos los domingos y que han recibido cierta formación, también buscaron su pelo en la Biblia. “Con estas supersticiones habían sustituido la religión nuestros conciudadanos”.

Volvamos a nuestro predicador, quien subió al púlpito “en una iglesia fría y silenciosa”. Habló con un tono dulce y mas meditado que la primera vez y, en varias ocasiones, los asistentes advirtieron cierta vacilación en su sermón. Cosa curiosa, ya no decía “vosotros”, sino “nosotros”.

Y así es, porque la muerte pone a todos a prueba, a los que tienen fe y a los que no. Todos somos mortales, incluso los “santos y beatos” pueden morir de peste, de cáncer o del COVID-19. Porque los virus no discriminan y la muerte tampoco y esto debe darnos una pista para inferir de que Dios no está detrás de las desgracias de la humanidad. De ser así, sería un personaje ruin, mediocre y muy injusto que paga a culpables y a inocentes de la misma manera.

En el primer sermón el cura está convencido de que la peste es un castigo divino para humillar a los soberbios. En su segundo sermón el padre da un pequeño giro en su postura e incluso vacila en su fe, después de haber presenciado el sufrimiento de un niño. Por suerte, no cae en la perogrullada de algunos líderes religiosos que buscan explicar el sufrimiento de los inocentes con una salida fácil, decir que en el cielo gozaremos de lo que en la tierra no hemos tenido. El padre Paneloux complica más la situación y con sus argumentos bordea la herejía del fideísmo, cuando dice, poco más o menos, que de Dios había cosas que se podían explicar y otras que no y que era preciso “creerlo todo o negarlo todo”, que no había punto medio.

Por ejemplo, en las cosas que según el cura son de Dios y se pueden explicar, estaría lo siguiente: Todos comprenderíamos que un delincuente asesino, un político que se aproveche de esta situación para robar o un empresario que suba los precios de los productos de primera necesidad para enriquecerse, pague con la asfixia del COVID 19. Esto sería, en términos humanos, relativamente justo y muchos aplaudirían. Pero ¿Qué podemos decir de la muerte de una buena persona o de un niño? Porque a decir verdad “no hay nada sobre la tierra mas importante que el sufrimiento de un niño, nada mas importante que el horror que este sufrimiento nos cause ni que las razones que procuraremos encontrarle”. Entonces, aquí entraría lo inexplicable de Dios y su misteriosa voluntad. Por eso la única explicación que el cura da a este problema es que “había que quererlo porque Dios lo quería”.  Que todo cristiano debe abandonarse a la voluntad divina, aunque no la comprenda.

Pero Dios siempre se da a entender al ser humano, Dios es quien se hace hombre y pone su casa entre nosotros para comunicarse en lenguaje humano, es Dios que se despoja de su rango divino y toma la condición de esclavo. (Filipenses 2, 7-11). Porque si Dios quiere comunicarse al hombre y a la mujer debe hacerlo siempre en lenguaje humano, de lo contrario corre el riesgo de no ser entendido y por ende rechazado.

La doctrina de la iglesia católica y su teología ha defendido saber dar razón de la fe, por eso el fideísmo no hace parte de su doctrina y más bien lo considera herejía por afirmar que a Dios no se pueda llegar por la razón sino única y exclusivamente por la fe. Aunque, a decir verdad, son muchos los cristianos católicos que en la práctica caen en la tentación de subestimar la razón y sobrestimar la fe, eliminando así la parte reflexiva y exponiendo al ridículo las propias enseñanzas de la Iglesia.

Sólo cuando no se cree en el Dios de Jesús se cae en herejías y en posturas extremas hasta el punto de exclamar que “si un cura consulta a un médico, hay contradicción”. También es contrario a la fe cristiana la postura de algunas personas que se exponen al peligro confiadas en que no se van a enfermar porque supuestamente Dios está con ellos. Pero resulta que se enferman, contraen el virus o mueren de cáncer como cualquier ateo. Y es por esta razón que algunas personas pierden la fe. “Pues cuando la inocencia puede tener los ojos saltados, un cristiano tiene que perder la fe…” Perder la fe en un Dios que pudiendo salvar a los buenos los deja morir. Ese Dios que, como afirma el filósofo Juan Antonio Estrada, que pudiendo hacer milagros no los hace porque es una divinidad maligna, porque sería la causa del mal o al menos lo permite. Un Dios indiferente que se complace con el sufrimiento humano.

Pero el cristiano no cree en Dios, sin más, dice el ya citado filósofo. Los cristianos son raros, ponen como ejemplo a un crucificado, se identifican con él, con su vida y muerte, luchan contra el mal y el sufrimiento, esperan cuando no hay motivo de esperanza… Piensan que, aunque no hubiera resurrección, la mejor manera de vivir es siguiendo las huellas del crucificado. Pero están locos y son osados, creen que Cristo triunfó sobre la muerte, que Dios estaba con él en el Gólgota, que está en los hospitales, en las casas de los contagiados, en la soledad de los ancianos que no pueden ver a sus familias… ¡Qué gente más sorprendente! Se sienten cercanos a los ateos que luchan por y con los que sufren, y por el contrario toman distancia de tantos dioses, religiones y personas piadosas que no se humanizan ni comparten el dolor de todos”.