En la actualidad se habla mucho de la crisis de valores. Muchos opinan que nuestra sociedad camina hacia una verdadera decadencia o descalabro moral. Vivimos en una sociedad más permisiva y pluralista.
En todas las épocas se han emitido juicios condenatorios sobre las lacras sociales. Hoy apreciamos que existen muchas e incontables lacras sociales. Los corruptos del tesoro público lo llamaríamos lacras, por la alevosía, acechanza y premeditación con que se roban los recursos que al pueblo pertenecen. Tanto desde los púlpitos, como desde las tribunas callejeras y las redes sociales no faltan criticas implacables contra los vicios de este tiempo.
En la actualidad abundan las denuncias y las lamentaciones sobre la inmoralidad imperante, que se traduce en: corrupción administrativa, transfuguismo político, nepotismo, corrupción de la justicia, trafico de influencia, violencia contra la mujer y el niño, aborto, niñez abandonada, impunidad y contrabando institucionalizado. No son pocos los que piensan que se ha iniciado un periodo de grave deterioro moral y de involución ética.
Cualquier juicio ético que queramos emitir acerca de nuestra sociedad debe tener en cuenta el que nos toca vivir en una sociedad de signo permisivo. Esta nuestra sociedad, permisiva y pluralista ha superado el rígido verticalismo, característico de las sociedades cerradas y paternalistas.
Los abundantes y prolijos medios de comunicación y su alta tecnología han contribuido a que, aspectos de moral privada, se vuelvan públicos. Pero también esta permisividad social ha ayudado a que se aireen y se denuncien comportamientos francamente inmorales, como el acoso sexual, la violencia intrafamiliar y la corrupción en sus distintas manifestaciones. Nunca, a lo largo de la historia, se había emitido tantas denuncias ni tantos juicios críticos frente a la falta de moral pública, como en la actualidad.
La moral pública es la base para la autorrealización de la sociedad y se refiere a los valores éticos fundamentales que deben animar su buen funcionamiento. Es un error el tratar de reducir la moral pública al sector de los políticos y de las personas o grupos que gozan de poder y de influencia, aunque es evidente que estas personas, amparadas en una falsa y nociva impunidad, tienen la posibilidad de cometer estafas y otros actos de corrupción de mucha mayor gravedad. Ciertamente que existe una opinión generalizada de que vivimos momentos de grave decadencia en cuanto a la moral pública.
Los graves déficits en la moral repercuten en una pérdida, cada vez más notoria, de la moral privada. El pueblo que pierde sus valores éticos camina hacia la barbarie. Más importante que denunciar la presencia de la crisis moral, es detectar cuáles son sus raíces, tanto históricas, como coyunturales.
La ética y la religión tienden a perder gradualmente la hegemonía que detentaban en la sociedad tradicional y vemos claramente que nuestra sociedad se maneja más por intereses que por valores. Esta ausencia de moral pública lleva necesariamente a un deterioro de moral pública: una sociedad sin moral crea personas sin moral.
Los cristianos, en particular, en lo referente a la moral pública, deberían hacerse presentes expresando, con sus palabras y su testimonio, los siguientes valores:
- Afirmación de la necesidad y la urgencia de la moral pública.
- En un contexto de diálogo constructivo, colaborar eficazmente en la formación de la conciencia en los valores morales y cívicos.
- Testimoniar su Fe mediante la coherencia entre esa misma Fe y la moral en la vida pública. La autenticidad cristiana siempre debe expresarse en el testimonio público ético.