“La familia dominicana no está caminando bien”. La afirmación en boca de monseñor Jesús Castro Marte, resulta certera en tanto refleja la crisis de la institución que constituye la piedra básica fundamental en que se asienta el cuerpo social.
Las razones son varias, opina el Rector de la Universidad Católica de Santo Domingo, una de las figuras más respetadas e influyentes del clero. Pero la principal, de la cual derivan las demás, es que a su juicio no se está educando a la sociedad dominicana para vivir en familia. Las estadísticas le otorgan sobrada razón. Bastaría con citar algunas reveladoras de esta penosa realidad.
La gran cantidad de uniones extramatrimoniales donde adolescentes a temprana edad son amancebadas con hombres mucho mayores, a veces con diferencia de hasta dos o más décadas. En buen número de casos, las primeras bajo la presión de sus mayores apremiados de aligerar el peso del escuálido presupuesto familiar con una boca menos; en los segundos, inspirados por el simple propósito de desahogar sus urgencias fisiológicas.
El altísimo porcentaje de hogares monoparentales a cargo de madres prematuras, con muy escaso nivel de escolaridad y calificación laboral que les obliga a desempeñar los trabajos menos calificados y de más baja retribución para subvenir las necesidades propias y de su descendencia. Notoria como tradicional norma general, la ausencia y total abandono de sus responsabilidades materiales por parte de la mayoría de los padres.
Otras dos referencias no menos reveladoras. Una, el cada vez más elevado índice de divorcios. Más de la mitad de los matrimonios se disuelven antes de cumplir cinco años. La otra, el hecho comprobado y ratificado a través del trabajo de campo de distintas investigaciones coincidentes en la presencia de violencia intrafamiliar en más de la mitad de los hogares, que involucra tanto a la mujer como a los hijos, y que constituye semilla fecunda para alimentar la preocupante y hasta ahora indetenible cantidad de feminicidios.
No es de extrañar, por consiguiente, la elevada cantidad de adolescentes y jóvenes inmersos en actividades delictivas desde el microtráfico y la comisión de crímenes mayores hasta el asesinato. Son el producto de hogares disfuncionales, o simplemente inexistentes, de una progenitura irresponsable, bajo nivel educativo y total carencia de enseñanza y formación en valores. Todo ello sumado a la presión que ejerce una sociedad de consumo y del penoso ejemplo de vías de enriquecimiento fácil e ilícito la mayoría de las veces arropado por la impunidad de que disfrutan los mas influyentes y mejor posicionados.
Como bien hace notar monseñor Castro Marte los males que en suma y gravedad progresiva muestra la sociedad nacional son consecuencia de los que a su vez corroen la institución familiar, que cada vez muestra mayor deterioro de los valores esenciales que le sirven de sustento y cohesión.
En cuanto a la responsabilidad del Estado le atribuye el hecho, por demás cierto, de que no está cumpliendo la función fundamental de educar a la sociedad dominicana para la vida en familia. Tenemos Ministerios de la Mujer y de la Juventud…¿pero dónde está el de la familia que es mucho más abarcadora en tanto incluye a ambos?
Es una labor, huérfana de apoyo oficial, que en la medida insuficiente de sus posibilidades tratan de llevar a cabo la propia Iglesia Católica, las de otras profesiones religiosas, las juntas de vecinos, las asociaciones deportivas, instituciones cívicas y grupos culturales en un meritorio esfuerzo de rescate.
El reto y la tarea a realizar están bien definidos: o educamos en valores morales y cívicos a través de la familia y la escuela como sus celosos guardianes y propulsores, o llegará el momento en que los niveles de salvajismo terminen por convertir el sálvese el que pueda y como pueda en única norma de sobrevivencia.