Nuestro país y nuestra sociedad atraviesan en estos momentos por una gran crisis e inversión de valores morales, espirituales, sociales y culturales, debido a que la familia, que es el principal eje y la primera célula de dicha sociedad, también está afectada por dicha crisis e inversión.
La familia constituye nuestra principal riqueza. Descuidarla constituye el mayor error, pues una familia unida y fuerte conduce al éxito de todos sus miembros. Si la familia anda mal, también lo andará la sociedad.
Por eso casi todas las instituciones del país que tienen que ver con: la salud, educación y formación de nuestros niños y jóvenes; la seguridad nacional, la aplicación de justicia, la aprobación y la aplicación de las leyes, la administración y el control de los recursos públicos, la protección de nuestros recursos naturales y el cuidado del medio ambiente; el sistema de partidos, entre otras, hoy padecen y se encuentran afectadas por este cáncer, que cada vez hace metástasis en el cuerpo de la sociedad, ya que en muy pocos casos se aplica un régimen de consecuencia. A esta crisis no escapan muchas de las instituciones del sector privado.
Si en vez de investigar y castigar, se premia la corrupción pública y privada, la delincuencia, el narcotráfico, el lavado de activos, el enriquecimiento ilícito, el contrabando; si se promueven los antivalores; cuando la capacidad, la experiencia, la honestidad y la vocación de servicio no tienen espacios, valor ni significado alguno; cuando prevalece la permisividad y la impunidad, sin que se aplique un régimen de consecuencia, estamos enviando lamentablemente una señal equivocada a las presentes y futuras generaciones.
La educación que siempre prevalece es la del hogar, de ahí que los padres debemos cumplir con lo que se conoce como la paternidad responsable, insistir, persistir, perseverar, jamás desmayar en la orientación y formación moral, espiritual, social y cultural de nuestros hijos. Muchas veces cometemos un grave error al querer complacer y satisfacer todos los deseos y caprichos de nuestros hijos sin que les exijamos el más mínimo esfuerzo ni sacrificio.
Los padres somos responsables de las inconductas, errores y debilidades de nuestros hijos, porque queremos ofrecerles y proveerles de todo lo que no tuvimos, carecimos y padecimos en nuestra niñez (dinero, tarjetas de crédito, diversiones, vehículos, clubes sociales, viajes, celulares, vestidos, colegios costosos, prendas, lujos, etc.), pero en cambio, les negamos lo que sí tuvimos, los sanos valores recibidos de nuestros progenitores: cariño, afecto, disciplina, responsabilidad, integridad y pulcritud, el respeto, el amor al trabajo, honestidad, confianza, dialogo, reglas de cortesía, humildad, sacrificios, prudencia; el hábito del ahorro, el respeto a las leyes y a nuestras autoridades, el respeto y cuidado del medio ambiente, etc. pues las cosas materiales no es lo más importante, sino, las espirituales y morales.
La carencia y ausencia de todos estos valores en nuestras familias y en la sociedad es la causante de tantos divorcios en nuestros jóvenes, de tantos feminicidios, de tantos embarazos en nuestras adolescentes, del consumo de drogas, del desenfreno, de la ambición desmedida de querer obtener las cosas a destiempo, sin estudiar, trabajar y sin el menor esfuerzo, convirtiéndolos en seres irresponsables, con un gran vacío existencial, que muchas veces no saben conducirse por sí solos.
Sacar la asignatura “Moral y Cívica” de forma inexplicable del currículo escolar ha sido una decisión nefasta, porque la misma ha contribuido en gran medida a aumentar dicha inversión de valores y principios morales en nuestra sociedad. De ahí el gran reto y la gran responsabilidad que tenemos los padres de familia en estos difíciles momentos por encausar a nuestros hijos por el camino correcto en una sociedad en descomposición. ¡Que Dios nos coja confesados