Lehman Brothers, el gigante financiero estadounidense dio su clarinada de quiebra en septiembre de 2008, lo que fue tomado como el estallido que desataría la tercera gran crisis financiera del capitalismo con devastadoras consecuencias en la economía real de todo el globo, expresada en un desplome de la producción de bienes y servicios, con el consecuente derrumbe del empleo e inusitadas preocupaciones e incertidumbre de orden social con un impacto político que estremeció y redefinió el escenario en muchos países.
Pero este gigante financiero, por su gran tamaño, solo sirvió para destapar lo que comenzó a incubarse dos años antes, cuando la burbuja inmobiliaria comenzó a tener pequeños orificios que pocos advirtieron, aunque hubo llamados de atención sobre la insostenibilidad en la inversión en bonos de vivienda a largo plazo y con alta rentabilidad sin calcular el agotamiento de ese recurso, lo que se quiso resolver con los créditos inmobiliarios masivos que se otorgaron sin la depuración debida, tornándose evidente que se estaba ante una situación de alto riesgo que terminaría desembocando en la incapacidad de pagos ante el incremento de los intereses con los que se pretendía dar satisfacción a los inversores.
La Gran Depresión de los años treinta es el referente más próximo a esta otra crisis del sistema capitalista, originada también en el sistema financiero por una burbuja especulativa. Las bolsas abrieron el apetito rentista de una economía que navegaba en un mar apacible, luego de las ventajas que dejó la Primera Guerra Mundial a los Estados Unidos. La cada vez más creciente demanda de acciones, las hicieron subir a niveles inimaginables, y consumidos sus capitales propios, la gente comenzó a tomar prestado para continuar en una loca carrera por la obtención de beneficios en el marco de un frenesí especulativo que rebasaba la solvencia económica real de la sociedad.
El desarrollo industrial, mejoras tecnológicas y mano de obra barata, combinada con la mundialización del capitalismo que disparó el comercio internacional, fueron la materia prima para el cóctel que devino en una sobreproducción mundial que desató la primera gran crisis del capitalismo en 1873; pues resulta que para principios del siglo XIX el volumen del comercio mundial alcanzaba 2000 millones de libras, y ya para el final de la centuria había llegado los 100 mil millones. Ese crecimiento exponencial fue liderado por los estadounidenses que multiplicaron su comercio exterior por 149; los alemanes por 34, los franceses por 15 y los británicos por 14.
Con la mundialización del comercio creció la interdependencia que se fue acentuando en la medida que la movilidad física se hacía más ágil y la virtual irrumpía para hacer más operativa la deslocalización de la producción que se derivó del concepto de la globalización programada; así la Internet, como recurso de última generación, se unió al hilo globalizador del barco a vapor y el avión, que le pusieron velocidad al proceso que creó un Mall de concepto global.
Mercados, monedas, fuerza de trabajo, capital, o cualquier otro factor de la producción, han tenido que ver con las tres grandes crisis del sistema, pero es la primera vez que una de la magnitud de las anteriores tiene un origen distinto: La Naturaleza. Pues el coronavirus pandémico trastornó la actividad productiva en el mundo, al punto que, en EE.UU, el desempleo podría llegar al 30% y el volumen del PIB podían caer en un 50%, datos que comparados con la crisis del 29 en la que el desempleo se colocó en un 25% y la economía tuvo una contracción del 27%, nos dan una dimensión de la actual crisis.