Las luchas intestinas de los partidos políticos en nuestro país se libran generalmente en la capital de la República. Las provincias y pueblos se pliegan a las decisiones de las altas instancias partidarias. Pero como toda regla tiene su excepción, Santiago ha sentado su particular tradición.
Frescos están los recuerdos cuando el Dr. José Francisco Peña Gómez debía pernoctar varios días en la Hidalga, moviendo el andamiaje de su partido y limando asperezas por aquí y afilando alguna que otra navaja por allá.
Más aún debe estar en la memoria santiaguera y nacional, el momento en que el Dr. Joaquín Balaguer, entonces Presidente de la República, trasladó su residencia de la Máximo Gómez 25, en La Capital, a la Máximo Gómez 51, en Santiago de los Caballeros. El hecho tuvo como consecuencia simultánea, el establecimiento de la sede del gobierno en la Ciudad Corazón durante casi una semana.
El objetivo principal de la mudanza era calmar las aguas al rojo vivo del reformismo en la provincia Cibaeña.
Por su parte, el Profesor Juan Bosch luego de ganar las elecciones del año 1990, y que el Dr. Balaguer lo despojara fraudulentamente del triunfo, insinuó la posibilidad de ser proclamado Presidente de la República en Santiago, estableciendo el Palacio Municipal como la casa de gobierno.
Y es que Santiago de los Caballeros es la principal ciudad del Cibao, una región de tradición liberal, aunque hoy sus líderes más connotados, compiten por demostrar cuál de ellos es el más conservador. Renegando así la tendencia histórica de la región.
Bosch en su rol de intelectual, así como otros historiadores dominicanos, alguna vez aseguró que el surgimiento de la burguesía nacional hay que buscarlo en la pequeña burguesía tabaquera del Cibao. Una clase social que cuando asume los aires levantiscos resulta difícil de gobernar.
Y en ese ánimo se está moviendo el escenario político local. En el Partido de la Liberación Dominicana, por ejemplo, se libra una guerrita de baja intensidad entre sus dos principales líderes. Ambos, Ramón (Monchy) Rodríguez y Fernando Rosa, anhelan lo mismo: la escurridiza alcaldía de la Ciudad Corazón. Aunque pertenecen a la cuadra del Presidente Danilo Medina, por las puyas, las zancadillas, los piquetes en los ojos y las patadas voladoras, estos dos peledeístas lucen como si pertenecieran a bandos contrarios. Y si el PLD no ha alcanzado la alcaldía desde hace dos décadas, si siguen las cosas como van, no verán a Linda.
Otra situación sui géneris se produce en la definición del candidato a senador. El actual propietario de la curul, el licenciado Julio César Valentín Jiminián, joven dirigente y líder del corporativo púrpura en el Cibao, parece no tener adversarios a la vista. Y ahí es que está lo especial de la situación y lo interesante de este actor político.
Amplios sectores sociales creen encontrar en Valentín un digno representante en el Congreso Nacional. Un liderazgo ganado de manera limpia y honesta. Y es que Valentín Jiminian, sin ser conservador, es asumido por éstos como uno de los suyos. Y sin ser liberal, lo proclaman como vocero de los liberales en el gobierno y en el Senado de la República. Aún más: no es izquierdista, sin embargo, es considerado como un candidato a representar lo que ha devenido en llamarse “la nueva izquierda Latino Americana”.
El senador es Leonelista. No obstante, los danilistas lo celebran como una de sus mejores fichas para la continuidad.
A mi ver, eso es demasiada gracia. Y lo mucho hasta Dios lo ve. ¿Cuál es, entonces, la razón de su magia? Confieso que no tengo la respuesta. Tal vez las siguientes pistas puedan arrojar un poco de luz.
Valentín es una suerte de personaje híbrido, entre actor de teatro y líder curtido en las luchas barriales. Su zapata política afloró y se cimentó en los clubes culturales y deportivos, así como en la base del PLD. Su trabajo en los populosos barrios santiagueros como Bella Vista, La Joya, Baracoa, Pueblo Nuevo, entre otros, lo catapultó al escenario nacional. Él es una persona inteligente, estudiosa y dedicada. Un poliedro que refleja en sus caras la imagen que amigos y adversarios, indistintamente, desean.
Con esa disciplinada labor, Valentín ha depurado su condición natural de dirigente conciliador. En los conflictos internos de su partido, él nunca es el problema, sino siempre la solución.
Todo esto lo convierten en el candidato ideal del PLD para conservar la senaduría de la más importante Provincia del país.
Entre tanto, tras bastidores “el Mesías, el redentor” Abel Martínez Durán aspira redimir penas y tristezas, sea como vicepresidente, senador o como alcalde. ¿Cuál plaza le tocará?