Por la magnitud de la crisis medioambiental que ha desatado el Cambio Climático Antropogénico en la Madre Tierra, las soluciones rebasan la aplicación de medidas técnicas. ¿Cómo detener el deshielo de la Antártida y de los nevados?, ¿cómo echar hacia atrás los cambios de ciclos y temporadas que se están registrando en la naturaleza?, ¿cómo evitar la subida del mar?, ¿cómo parar los procesos de desertificación o evitar, en nuestro caso, que los lagos Azuey y Enriquillo, relictos de un antiguo canal marino que unía las bahías de Gonaïves y la de Neyba, dejen de crecer? Se trata de que la naturaleza está empujando hacia atrás la civilización humana, o mejor, le dice ¡ya basta!, al modelo de producción capitalista.

La hecatombe del Cambio Climático Antropogénico ha puesto de manifiesto una crisis del pensamiento que se debate entre una noción antropocéntrica sobre la relación del ser humano con la Naturaleza, donde todos los componentes de los ecosistemas, entendidos como recursos, están a disposición y son para el mercado y la “buena vida”, y una relación biocéntrica, respetuosa de la naturaleza, que promueve el “buen vivir”, donde sus componentes son entendidos como sistemas de sistemas que sustentan toda la vida del planeta.

El Cambio Climático y la crisis ambiental, se nutren de los estilos de vida del I Mundo, que no solo consumen los componentes de los ecosistemas transformados en mercancía, sino que imponen ese consumo de manera universal. Los componentes del ecosistema son transformados por una industria que desde la extracción, la producción, la distribución, el consumo y la disposición destruye la naturaleza y empobrece poblaciones enteras al apropiarse de sus “recursos” naturales, generando miles de refugiados ambientales que terminan perseguidos como inmigrantes indeseables por los agentes de migración del I Mundo.

Es un sistema en crisis que se apoya en el uso de procesos tecnológicos de producción, que son el resultado, el ¡EUREKA!, del quehacer de una ciencia sin conciencia que, en la mayoría de los casos, solo investiga para el mercado, cuyos científicos y sus competencias son, a su vez, el resultado ético y moral de la docencia impartida en las academias. Es decir, hay una profunda crisis del pensamiento humano.

Sin embargo, nuestra crisis del pensamiento es tan peligrosa como la que envuelve a la humanidad, se trata de la percepción que tenemos los dominicanos del espacio que ocupamos en el mundo, el territorio insular tiene apenas 76 mil 192 kilómetros cuadrados y de esos kilómetros, solo sobre 48 mil 442 tenemos autoridad. ¡No vivimos en un continente!, nuestra historia, nuestra memoria, nuestra cultura, se ha desarrollado en 48 mil 442 kilómetros cuadrados, un pequeño espacio insular caracterizado por la riqueza y fragilidad de sus ecosistemas y está incluido en las listas mundiales dentro de las 12 islas con alta vulnerabilidad para el Cambio Climático Antropogénico.