En la actualidad, lo que la experiencia y la práctica muestran es que el modelo de gobierno de la UASD se ha agotado y sobrevive y se reproduce en permanente crisis. Sus organismos unipersonales y colegiados han sido poco a poco desdibujados y subordinados a la voluntad e intereses de individuos y grupos particulares internos y externos a la institución.
Otro aspecto importante de este proceso de deformación y degradación del modelo de gobierno de la UASD es la anulación y sometimiento de los organismos de dirección colegiada por parte de los organismos unipersonales (Rectoría, Vicerrectorías, Decanatos, Direcciones de Escuelas y Sedes Universitarias, etc.).
Esta situación indica claramente que el modelo instaurado por el Movimiento Renovador ya no es progresista, sino que se ha ido convirtiendo en una estructura ineficaz, incapaz de innovar y de desarrollar el capital intelectual de la UASD para que ésta pueda insertarse con éxito en los procesos de desarrollo científico, tecnológico, productivo y sociocultural del país.
Según sostiene Daniel Samoilovich en su artículo “Senderos de Innovación. Repensando el Gobierno de las Universidades Públicas en América Latina”, la respuesta de las universidades a los requerimientos de mayor cobertura, calidad y pertinencia depende en gran medida de la capacidad de sus gobiernos. Un gobierno eficaz, innovador y responsable ante el Estado y la sociedad, sostiene Samoilovich, permite preservar la autonomía de la institución; inversamente, un gobierno débil e ineficaz al mantener las inercias institucionales e intereses creados, legitima medidas de control e intervención externa en diversas dimensiones de la vida universitaria.
La crisis de su modelo de gobierno y por consiguiente de la gobernabilidad, no es un fenómeno atribuible solo a la UASD, sino que, de acuerdo de nuevo con Samoilovich, se trata de una situación presente en la mayoría de las universidades públicas de los países de Latinoamérica. Según éste, en los procesos de toma de decisiones de las universidades de la región se pueden constatar múltiples puntos de referencia en relación a las políticas públicas a menudo poco coherentes y a la fragmentación de la propia institución en una multiplicidad de intereses. La dificultad en articular una visión institucional, según Samoilovich, uno de los dos pilares de la gobernabilidad, deriva precisamente de la forma en que dichos puntos de referencia tejen una maraña, neutralizando todo tipo de acción colectiva innovadora y transformadora.
Aunque estas conclusiones de Samolilovich se refieren a las universidades públicas de Latinoamérica en general, dibujan perfectamente lo que acontece hoy día en la UASD. Es necesario repensar el actual modelo de gobierno de la Institución, no para hacerlo más antidemocrático, conservador e ineficaz, sino todo lo contrario, para hacerlo auténticamente democrático, innovador y eficaz. Ello pasa por cambiar, entre otras estructuras, los mecanismos viciados por medio de los cuales se eligen las autoridades universitarias de sus distintas instancias. Este tema, enmarcado en el contexto del debate sobre gobernanza universitaria, se convierte, por su gran relevancia estratégica, en el eje central de cualquier propuesta de reforma universitaria transformadora que se quiera emprender.
Actualmente, como se sabe, la forma de elección de autoridades en la UASD descansa en el voto directo universal de todo el profesorado y de una representación de los estudiantes y los empleados administrativos. Esta forma de elección no implicaba mayor dificultad cuando la comunidad universitaria era reducida y la Institución no estaba todavía viciada. Sin embargo, en la actualidad, con cerca de doscientas mil personas distribuidas a nivel nacional y la entronización de múltiples vicios y distorsiones en lo académico y administrativo, la elección de autoridades se ha convertido en un proceso altamente traumático y costoso, tanto en lo económico como en lo académico. En lo económico, porque ahora, para elegir las autoridades, los aspirantes y las fuerzas que los respaldan tienen que hacer una elevadísima inversión de recursos, algo que no se justifica en una institución dedicada a la creación, transmisión y transferencia de conocimientos, en donde la inmensa mayoría de sus miembros tiene un alto nivel educativo y de comprensión de la realidad. Esto lleva a que las autoridades que resultan electas, particularmente, el rector o rectora, llegan acogotados por los compromisos asumidos, lo que les imposibilita emprender el saneamiento profundo que requiere la Institución como premisa para su transformación.
El proceso de elección de autoridades es traumático también en lo académico, porque esa elevada inversión en los procesos eleccionarios (que muchas veces financian inversionistas internos y externos) crea las condiciones para que aparezcan élites económicas capaces de interferir en el ejercicio del gobierno universitario, introduciendo distorsiones en la gobernanza y calidad de la gestión académica y administrativa de la institución. Debido a estas distorsiones, la UASD se enmaraña más y más cada día en las redes del clientelismo, el arribismo politiquero y la mediocridad, debilitándose con ello su calidad y pertinencia social.