Cada cierto tiempo en los últimos cinco años, o más, algunos medios escritos y radiales; así como uno que otro de la televisión y de internet se explayan informando sobre la crisis que afecta a las librerías tradicionales dominicanas y de paso enumeran las que han desaparecido, por ejemplo: América, Duarte, Dominicana, Western, Herrera, Alejandría, Mella, Fersobe Hermanos, Teshaurus, etc., y las que están en riesgo de correr la misma suerte: Luna, Mateca y Trinitaria.

Desde tres semanas atrás la aguda crisis del libro y sus agentes e intermediarios ha sido reseñada en el diario Hoy a la par que diversos articulistas se han unido a una especie de asombro y temor hermanados ante la posibilidad de que se trate del inicio de la muerte definitiva del libro impreso en imprenta –vale la redundancia ahora-. Pero no.

El libro fue el primer gran medio de comunicación social. La historia de la comunicación social arroja la lección de que ningún medio desaloja definitivamente a otro, sino que cada medio se ajusta a un espacio luego de cederle espacio holgado al nuevo medio que lo amenaza. Ni la revista y el periódico desplazaron al libro, ni la radio al periódico, ni el cine a la radio, ni la televisión al cine ni a la radio, etc.

La crisis aquí del libro impreso en imprenta no puede atribuírsele a la presencia del libro en internet ni al libro impreso por computadora. Estos son apenas balbuceos en un país de poco fomento de la lectura y de escasos recursos económicos, y en el que aún está pendiente la masificación de la computadora y el desarrollo de su cultura en el país.

Al agudizarse la crisis económica y contraerse el circulante hemos focalizado los recursos al alimento material antes que al espiritual. Primero la comida. Primero la necesidad material. Después lo otro. El libro entra en “lo otro” y después de muchas cosas que encajan en “lo otro”.

Al libro impreso en imprenta, a sus agentes e intermediarios, que son  libreros, editores y escritores hay que auxiliarlos como en otras sociedades en las que sus dirigentes entendieron que el libro es más que “el libro”: es una cultura, y que tiene muchos eslabones y que forma parte de la textura social y económica sobre la que descansa su vida espiritual.

Valga ahora resaltar que aunque se suele enfocar la crisis del libro dominicano a partir de la crisis de las librerías al borde del cierre también hay que enfocarla a partir de las editoras pequeñas de los escritores y no escritores y a partir de los propios escritores, que son los hacedores o creadores de sus contenidos.

El inicio de la orfandad del libro dominicano, en un medio circunscrito y fácil de auxiliar, coincidió con la última gestión -¿el último padecimiento?- de José Rafael Lantigua, tan amigo y cultor de las dualidades, de las dobles caras, de amagar como que sale, pero entra, y de amagar como que entra, pero sale –quien mientras proclamaba su lucha por el libro nunca le compró ni un infeliz folletito a una librería pero plantó una oficial para vender libros baratísimos y, lógicamente, empujarlas a la quiebra. En los últimos 18 meses esta crisis se ha agudizado. ¿Acaso lo sabe el guitarrista del “Misterio” de Cultura?, “pregunta un amigo televidente”.