El dinero electrónico, no necesariamente las criptomonedas actuales, terminará predominando en algún momento futuro, de forma similar a como las versiones digitales vienen reduciendo progresivamente la supremacía de los soportes físicos y analógicos en otros ámbitos de nuestras vidas.
Ese predominio no será resultado de un proceso lineal, sino complejo y contradictorio, de difícil predicción por el alto número de variables y acontecimientos imprevistos relacionados. Asimismo, los pronósticos sobre su posible evolución se dificultan por encontrarse las criptomonedas en una fase de introducción y aceptación llena de dudas, expectativas, esperanzas y rechazos, y al estar funcionando principalmente como activos de especulación, por lo que la inestabilidad y la incertidumbre tienden a ser alta.
Pero a pesar de la indefinición, se pueden reconocer factores que contribuirían a su expansión y consolidación, así como otros que operan en dirección contraria. Entre los primeros tenemos:
El alto volumen de recursos invertidos y su gran valor de mercado. Mientras más dinero se inyecte y más usuarios estén involucrados, más fortaleza adquieren las criptomonedas, al representar un mayor volumen de intereses e interesados. Asimismo, mayor es la prudencia de las autoridades en la adopción de medidas que impidan o limiten su funcionamiento. El valor actual de mercado de las criptomonedas ronda los US$395,000 millones, el cual está en mano de unos 24 millones de usuarios. Una cantidad significativa de recursos y personas.
Un elemento fundamental del crecimiento vertiginoso de las criptomonedas ha sido el notable aumento de su valor de mercado, lo que ha convertido la búsqueda de altas rentabilidades a corto plazo en el mayor estímulo para la inversión de capitales. Muchas criptomonedas emergieron con precios relativamente bajos, teniendo posteriormente un crecimiento exponencial y redituando grandes ganancias a quienes las adquirieron inicialmente, lo que atrajo muchos interesados.
Pero ese gran crecimiento no se ha vuelto a manifestar desde la caída de diciembre del 2017. A partir de ese momento las criptomonedas no han experimentado fluctuaciones significativas. Particularmente, el bitcoin sufrió un descenso desde un máximo histórico cercano a los US$20,000 por unidad, hasta alcanzar valores promedios cercanos a los US$8,000, reduciendo también la gran volatilidad mostrada previamente.
Un importante factor a tener en cuenta, es que la fascinación con los avances tecnológicos y con el uso de dispositivos electrónicos, así como la búsqueda de independencia y manejo personal de los recursos propios, sobre todo en las jóvenes generaciones, incidirá favorablemente en la aceptación y adopción de monedas electrónicas en el futuro.
Asimismo, la colocación de personas con simpatías ideológicas e inversiones en criptomonedas en posiciones destacadas de países con liderazgo mundial, influirá en las decisiones que se tomen al respecto. Por ejemplo, en Estados Unidos, aunque esta situación no es exclusiva de esta nación, miembros prominentes del Partido Republicano y la administración Trump han manifestado simpatías y respaldo público a las criptomonedas, así como rechazo a las regulaciones estatales, al “stablishment” financiero y la Reserva Federal.
El congresista republicano Mick Mulvaney de Carolina del Sur, ferviente defensor del bitcoin, fue seleccionado por el Presidente para dirigir la Oficina de Administración y Presupuesto. También es uno de los fundadores del Congressional Blockchain Caucus, responsable de promocionar las monedas virtuales en el Congreso de los Estados Unidos. Igualmente, muchos allegados al gobierno y a la campaña presidencial de Donald Trump son reconocidos “bitcoiners”.
En sentido opuesto, hay una serie de factores limitantes y constrictores, entre los que se encuentran:
El riesgo reputacional por la asociación que muchos hacen entre criptomonedas con lavado de activos, crimen organizado, corrupción y terrorismo. Así como por el hecho de que los esquemas financieros anónimos y desregulados generan suspicacias y cuestionamientos en todo el mundo.
El no disponer actualmente de autorizaciones oficiales para el funcionamiento de las criptomonedas, ni de normativas ni agentes de regulación de sus operaciones, junto a la posibilidad de que prohibiciones o restricciones conlleven pérdidas o desvalorización de las inversiones, provoca desconfianza y aleja potenciales inversionistas y usuarios.
Un factor que desincentiva y reduce el atractivo y la masificación, es la reducida aceptación de las criptomonedas por parte de empresas que venden bienes y servicios, sobre todo cuando se comparan con la altísima circulación del efectivo y las tarjetas de crédito.
Otra situación restrictiva, es que a pesar de los altos niveles de seguridad de las plataformas blockchain, que sustentan muchas criptomonedas, continúa prevaleciendo el temor ante la posibilidad de sustracciones, fraudes y estafas. Igualmente, produce desconfianza e inseguridad la inexistencia de instituciones o agentes, tanto reguladoras como empresas privadas, a dónde poder dirigirse para realizar reclamaciones en casos de recursos distraídos de forma irregular.
Asimismo, el consumo de energía eléctrica de las operaciones de minería de algunas criptomonedas provoca rechazos por sus altos costos ambientales. En el caso del bitcoin, el consumo eléctrico de su minería se estima superior al de unos 130 países por separado. Aunque es importante señalar que se están desarrollando mejoras y sistemas cada vez más eficientes. Por ejemplo, la minería de Ethereum, la segunda criptomoneda por su valor de mercado, es de mucho menor consumo que la de bitcoin.
También dificultan el acceso y distancian a interesados, las pesadas medidas de seguridad establecidas en las distintas plataformas de adquisición de criptomonedas, las cuales se colocan para un mayor control de los usuarios y buscando limitar potenciales actividades ilícitas.
Una situación que afecta la expansión, es el aumento de las restricciones y prohibiciones por partes de distintos países. China, Rusia, India y hasta Suecia, han adoptado medidas contra las criptomonedas sin declararlas ilegales.
Otros países como Bolivia, Islandia y Tailandia han sido todavía más estricto, mientras en Bangladesh las transacciones se consideran delito. Cuanto más países dificulten o penalicen las criptomonedas, mayores inconvenientes habrán para su expansión y generalización.
Además de los factores favorables y desfavorables mencionados anteriormente, existe una serie de situaciones cuyo desenlace tendrá consecuencias imprevisibles en el devenir de las criptomonedas:
Primeramente, la tensión entre su funcionamiento como medio de pago y como activo de inversión y trading. El célebre white paper de Satoshi Nakamoto (2008) definió el Bitcoin como un sistema de pago electrónico entre pares, sin necesidad de intermediación de un tercero de confianza y con seguridad garantizada basada en prueba criptográfica. En otras palabras, fue concebido como un mecanismo confiable y descentralizado de pagos y transferencias entre usuarios de una red. No se contempló originariamente como un activo financiero especulativo.
Sin embargo, el objetivo inicial ha sido desnaturalizado por el afán de lucro y la búsqueda de altas rentabilidades. Lo cierto es que las criptomonedas como activos financieros especulativos, le vienen ganando por mucho a las criptomonedas como medio de pago.
Estimaciones consideran que más de tres cuartas partes (75%) de las adquisiciones de criptomonedas responden a intereses especulativos. Lo que fue potenciado por la burbuja que creció drásticamente en el 2017, para luego explotar a final de ese mismo año.
Pero estas fluctuaciones no se han circunscripto al bitcoin, la moneda electrónica de referencia, también llamada “oro digital” o “reina de las criptomonedas”, sino que han contagiado las restantes del mercado.
La alta volatilidad actúa de forma contradictoria para fines especulativos y medio de pago. Las fluctuaciones y la tendencia alcista sostenida, son factores convenientes para el trading y la inversión, pero por otra parte tienen un efecto negativo sobre la funcionalidad como medio de pago.
Para fines de compra, venta y fijación de precios, no es adecuada una moneda con un valor cambiante e inestable que genere incertidumbre entre vendedores y compradores. También, para fines salariales, no es conveniente una moneda fluctuante cuyo poder adquisitivo varíe significativamente en corto tiempo.
Ninguna empresa estaría dispuesta a pagar salarios fijos con una moneda que tuviese que adquirir mensualmente con un valor creciente. Y en caso en que ésta la generase a través de sus operaciones, le convendría más mantenerla como inversión u ahorro que utilizarla para el pago de salarios, debido al incremento de su valor en el tiempo.
En segundo lugar, hay necesidad de definir más claramente las reglas generales del juego, es decir, si se va a regular o a mantener la situación existente. Una moneda electrónica descentralizada y no regulada se corresponde con las ideas libertarias, alternativas y anti-establishment que acompañaron el surgimiento del bitcoin y otras criptomonedas, pero un medio ambiente regulado o con ciertas reglas definidas, transmite seguridad y confianza a inversionistas y usuarios.
Por otra parte, se desconocen los efectos que podría tener el lanzamiento de monedas electrónicas soberanas por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos y bancos centrales de otros países, como sería el caso del fedcoin, el criptorublo o una euromoneda digital, sobre las cuales se ha especulado. Recientemente fue lanzado el petro, como iniciativa del Gobierno Bolivariano de Venezuela.
Un tercer factor importante, es la altísima dependencia tecnológica requerida para el funcionamiento de las criptomonedas, las cuales demandan soportes tecnológicos como Internet y dispositivos electrónicos con capacidad de interconexión. La no disponibilidad o mal funcionamiento de uno de ellos imposibilita las operaciones y transacciones. Según el Reporte Digital 2018, la penetración del Internet a nivel mundial es de 53%, unas cuatro mil veintiuna (4,021) millones de personas, con un crecimiento de 7% durante 2017.
Un cuarto y último factor, es el dilema entre privacidad y seguridad. Ambas son condiciones deseables en el mundo contemporáneo, pero en la actualidad se relacionan de forma inversa y contradictoria, una en desmedro de la otra, siendo imposible disponer conjuntamente de lo mejor de ambas. La proporción aceptable y conveniente de cada una continuará siendo un tema de tensión y debate en el futuro.
Uno de los propósitos fundacionales del bitcoin era romper con el control, el centralismo y la dependencia de las autoridades y actores del sistema financiero internacional, pero es claro que esto abre campos de posibilidades a operaciones ilegales de blanqueo de dinero, venta de armas, drogas y otras sustancias prohibidas, así como para el financiamiento del terrorismo.
Independientemente de que el dinero electrónico termine siendo dominante en el futuro, aunque pueda convivir durante tiempo con el dinero físico fiduciario, es sumamente difícil hacer proyecciones sobre su devenir a corto y mediano plazo, debido a la complejidad del fenómeno y la gran cantidad de intereses en juego.
Los vaticinios sobre aumentos gigantescos o caída estrepitosa de su valor, así como de su posible desaparición, parecen fundamentados más en deseos y percepciones tendenciosas, que en análisis imparciales.
Lo cierto es que, al igual que con otros fenómenos contemporáneos relevantes, las criptomonedas generan defensores y detractores apasionados que con opiniones parcializadas dificultan la construcción de una perspectiva clara con visos de objetividad.
En el próximo y último artículo abordaremos el tema de la tecnología blockchain y sus potencialidades económicas, sociales y políticas, presentando también algunas recomendaciones generales sobre estos temas.