En la fase más crítica del conflicto de Vietnam, una fotografía mostrando el momento en que un soldado ejecutaba a sangre fría y a quemarropa a un guerrillero del Vietcong en plena calle, conmocionó al mundo y dificultó el esfuerzo de guerra de Estados Unidos dentro de su propio territorio. Sin menoscabo de la férrea resistencia de Vietnam del Norte, esa gráfica tuvo un valor decisivo en la guerra. Incrementó la amplia y sostenida oposición a la presencia militar estadounidense en el sudeste asiático y agudizó las críticas de la opinión internacional al respaldo de Washington al régimen de Vietnam del Sur. En gran medida,  la guerra se perdió en el territorio estadounidense debido a la forma en que la cobertura de los medios aumentó la oposición a un conflicto en el que murieron más de 50,000 jóvenes norteamericanos.

Guardando las diferencias, aunque no se conocen pruebas fotográficas de algunos de esos hechos, los medios publican periódicamente notas acerca de atropellos contra ciudadanos sin razón justificada. Recuerdo aquella acerca de un joven de 19 años perseguido por agentes policiales, sacado a la fuerza de su casa en un barrio marginado y asesinado a tiros después de haber sido obligado a arrodillarse a pesar de sus súplicas de clemencia. La información era desgarradora e indicaba hasta la saciedad el escaso valor que ciertas autoridades, aparentemente protegidas por un manto de impunidad, le asignan a la vida humana.

En las peores etapas de los derechos humanos en el país, se asesinaban, deportaban y encarcelaban a los adversarios confesos o sospechosos del régimen. Aunque sin duda la situación ha mejorado portar un teléfono celular puede ser todavía un pasaporte al más allá. Los delincuentes asaltan y matan a cualquier ciudadano para despojarle de un aparatito telefónico, que luego pueden activar, o un efecto personal de poco valor material.