El fantasioso “mundo unipolar” ha sido un tema que he tratado en el pasado. Desde los años noventa, en que tal cosa se repetía en medios de prensa y nuevos libros, me he encontrado en minoría. Jamás pasó por mi mente un mundo unipolar basado en la disolución de la URSS y del Pacto de Varsovia.  Como el glasnost y la perestroika esos fueron acontecimientos reales que contribuyeron a la cancelación de las “democracias populares” o gobiernos títeres de Europa del Este y el Centro. Un hecho tan maravilloso como el derrumbe del Muro de Berlín facilitó la nueva forma de mirar hacia acontecimientos futuros.

A partir de entonces, ya no se hablaba frecuentemente de la “balanza de terror” que había evitado la Tercera Guerra Mundial por temor a la destrucción masiva de las armas nucleares. Muchos imaginaban que el destino de la humanidad estaría por mucho tiempo en manos de la nación estadounidense y sus aliados. En algunos círculos marxistas que habían sobrevivido al “fin del socialismo real” no se acudía a la “correlación de fuerzas internacionales”,

Pues bien, desde aquellos ya lejanos días de 1989 y 1991, la principal nación de la vieja URSS, la Federación Rusa, fue reorganizándose y tomando nuevas formas, reemplazando así al viejo partido que una vez se denominó Bolchevique y luego PCUS. Resurgía como parte de la nueva ideología rusa, la tradicional Iglesia Ortodoxa del Patriarcado de Moscú, siempre apelando al nacionalismo. Se le daban nuevos empleos a antiguos miembros de la KGB (reemplazada por la FSB) , entre ellos el de jefe supremo de Gobierno a uno de sus coroneles (Vladimir Putin). Se enfrentaba a los chechenos en guerra asimétrica. Se respondió con gran violencia y desproporcionadamente a Georgia en una breve guerra de cinco días por el control de Osetia. Se intentaba ejercer cada vez mayor influencia sobre algunas de las antiguas “repúblicas soviéticas” (los viejos miembros de la URSS).

Culminando quizás un período, se produjeron los incidentes de los últimos días que pueden explicarse sin necesidad de mucha retórica o de aguardar el plebiscito: “Crimea volvió a ser parte de Rusia”. Nikita Khruschev entregó Crimea a Ucrania, que era algo así como una continuación de Rusia, y los rusos de la era Gorbachov/Yeltsin permitieron que la Ucrania recién independizada en 1992 siguiera con Crimea bajo ciertas condiciones, pero los rusos de Putin invocaron la vieja dominación rusa, tan vieja como la era zarista, y la presencia allí de una mayoría de la etnia rusa. Lo demás es simplemente material para servicios informativos, declaraciones y protestas, así como sanciones económicas, quizás importantes, pero que no conducirán a la devolución de Crimea.

La violación de tratados, la invasión abierta o disimulada de territorios extranjeros, no son cuestiones limitadas a Rusia, pero nos recuerdan que la misma es todavía una gran potencia militar, sólo superada en recursos militares y nucleares por los Estados Unidos, nación que no puede realizar allí operaciones como las de Irak y Afganistán. Ni George Bush intervino en la guerra rusa con Georgia ni Barack Obama intervendrá militarmente en Crimea. Ni siquiera lo haría si Rusia decide penetrar en el resto de Ucrania, algo que sería catastrófico para todos.

Estados Unidos no es, ni siquiera de lejos, la única potencia hegemónica que se esperaba.  Occidente, con el ingrediente de la Unión Europea, ha realizado nuevos avances geopolíticos. Europa es mucho más libre que en 1989, pero el mundo no ha cambiado en cuestiones de hegemonía. Estados Unidos, Rusia, China, son potencias con las que hay que contender, ya sea por economía, influencia regional o ejércitos poderosos. Hasta el muy envejecido comunismo castrista tiene ahora aliados en Latinoamérica. La lista de contradicciones al “mundo unipolar” es grande. Y ni siquiera he querido entrar en el diferendo judío/palestino y en la guerra asimétrica con el terrorismo, el cual no ha podido ser eliminado por alguna potencia hegemonica.

A veces algunos politólogos poseen una imaginación comparable a la del reverendo Charles Dodgson, conocido como Lewis Carroll, fotógrafo, matemático y clérigo anglicano, considerado un gran conocedor de la asignatura “Lógica”, pero cuya fama depende más bien de su “Alicia en el país de las maravillas”. Una mentalidad de ficción y no necesariamente de “Lógica” ha hecho repetirse la hazaña del famoso escritor, pero trasladándola a la política. Me refiero al “mundo unipolar”.