En una de mis visitas a Costa Rica observé algo que llamó mi atención. Mientras me desplazaba hacia la ciudad de San José en un autobús de transporte público en una de las paradas establecidas subió un señor de aproximadamente sesenta años. Al abordar el bus, como ellos le llaman, solo presentó un documento y no se le cobró el pasaje.

Eso me inquietó y pregunté a un señor que iba a mi lado el por qué de aquella acción y me dijo que en el país las personas envejecientes no pagan el pasaje, solamente presentan un carnet que les entrega el Estado y con eso es suficiente.

Tal acción me hizo pensar que el transporte era del Estado pero el señor me dijo que no, que el transporte estaba en manos de empresas privadas. Otra cosa que llamó mi atención fue la puntualidad en el servicio. En la casa donde me alojaba las personas me dijeron que debía salir pues en unos cinco minutos pasaba el bus. Mi sorpresa fue que exactamente en cinco minutos llegó el transporte.

Pensaba que en nuestro país vivimos buscando experiencias positivas de otros países que puedan ser replicadas en el nuestro y he ahí una propuesta. En el caso de los envejecientes lo más lejos que hemos llegado es a no permitirles hacer filas en los bancos comerciales, pero más nada.

En el caso del transporte ni hablar, todos sabemos que es una de nuestras mayores debilidades. Mientras en Costa Rica los autobuses son ordenados, con un servicio amable, vehículos no tan nuevos pero limpios, en nuestro caso vamos en unas guagüitas o carros apretujados, parados en la puerta, recibiendo el trato a veces grotescos de unos cobradores cuya única función es almacenar gente en unos vehículos que no reúnen ninguna condición para transitar o para prestar un servicio.

Si usted se descuida se encuentra con vehículos que le pueden manchar la ropa de óxido. Al igual que en el país centroamericano el transporte público está en manos de sectores privados con la diferencia de que aquí están organizados en unos mal llamados sindicatos que no son más que chantajistas de gobiernos que apenas ven amenazado su señorío feudal paralizan el tránsito y hasta el país.

Los gobiernos le temen y en vez de enfrentarlos lo que hacen es crear medidas alternas como la OMSA, el Metro y hasta se está pensando en una especie de teleférico que interconecte los barrios. Se ha pensado que reduciendo su nivel de influencia en las rutas se les disminuye poder, pero no ha sido así.

Sin lugar a dudas que el tema transporte es uno de los grandes desafíos que tiene el Estado dominicano, el gran problema ha sido quién le pone el cascabel al gato y se atreve a enfrentar los poderosos dueños del país que se dan el lujo de agredir personas en las calles, violar las leyes de tránsito sin que nada pase. A los ciudadanos común y corriente se nos pone multa por todo, pero a ellos no y como si no fuera suficiente la ley les protege y les faculta para circular sin el cinturón de seguridad. Los ciudadanos pagamos un peso extra en cada galón de gasolina dizque para renovarles los vehículos que por cierto se han hecho como cinco planes para eso y al final el Estado termina perdiendo. Tienen subsidios de millones de galos de gasolina.

Pensándolo bien creo que dejaré de hacer artículos para la prensa y me dedicaré a conchar, no por lo que se gane, sino por los privilegios.