Hoy en día, encontrar un político en quien creer o aceptar todo lo que dice como una verdad verdadera, pues hay verdades a medias, a pedazos o casi verdades, es un asunto bien difícil. Es algo así como toparse con un gato verde de seis patas, dibujar un círculo cuadrado o pasear por una acera sin hoyos en nuestra ciudad. El hombre, decía el genial Aristóteles hace más de dos mil trescientos años, es el zôo politikón, el animal político y gregario por naturaleza puesto que sólo los dioses y los animales podían vivir aislados. Pero cuando el ser humano toma la política por oficio, y sobre todo en nuestros tiempos, se transforma, sus genes se alteran con el objetivo alcanzar el poder a toda costa, aunque parta ello tenga que prometer lo ¨ imprometible ¨, abrazarse con el más recalcitrante y bigotudo de sus oponentes o partir brazos a dos manos entre sus mismos partidarios.
Y la culpa de que percibamos a los políticos tan poco fiables se la han ganado a pulso ellos mismos en casi todas las partes del mundo, aún aplicando el dicho de que los justos pagan por los pecadores, y es que hay muy pocos de los primeros y demasiados de los segundos. Cuando los humildes, accesibles y besucones candidatos de las campañas llegan a los máximos cargos, cualquier cosa que hacen y dicen se convierte por arte de magia en acciones maravillosas y en verdades infalibles e irrefutables, que para el colmo, los grupos que les rodean suelen encargarse de alabarlos e idealizarlos hasta extremos impensables, calificándolos de grandes genios, supermanes o las últimas Coca Colas políticas del desierto.
Durante sus mandatos todo está excelente, se vive en abundancia, las cosas van inmejorables, y por si fuera poco, jamás reconocen sus errores -que los tienen, y muchos- o en todo caso las culpas siempre se descargan sobre los otros, ya sean de su propio partido o de la oposición. Nunca o casi nunca se ha visto un político de por aquí diciendo ¨ me equivoqué en esto o en aquello, lo hice mal, lo reconozco, metí una extremidad inferior y asumo la responsabilidad de los hechos ¨ O en este gobierno hay un sinvergüenza que se ha robado unos cuartos de los contribuyentes y lo vamos a meter entre rejas… ¨ Bien al contrario, un buen día discursean que la educación está fenomenal y marcha de maravilla aunque su país aparezca entre la lista de los más analfabetos. O dicen en un mitin que la sanidad siempre está inmejorable aunque por las epidemias ya no quede un ciudadano más para morirse, o largan una arenga diciendo que se hacen las mejores políticas de viviendas aunque media nación esté bajo techos de zinc o de yaguas. Y este hacerlo todo perfecto por decreto se extiende por ósmosis a las demás esferas del gobierno.
Por eso, las personas comunes le dan tan poca credibilidad a las auto encuestas electorales que siempre ganan quienes las patrocinan, a los abultados informes económicos, a las cifras sobre los avances sociales, a las promesas de bajar los precios, a los incrementos las producciones y tantos otros, tengan esos datos mucho o poco de veracidad. Alguien debería convencer a los políticos de una vez por todas, que una vez encaramados en el dulce y largo palo siguen siendo humanos y falibles, y que el crear confianza entre sus pueblos es una de las virtudes más importantes del arte del saber gobernar. Tal vez ahora debería hacerse como en tiempos de los emperadores romanos, cuando al desfilar triunfalmente por las calles de la ciudad, un esclavo iba diciéndoles al oído lo vano y efímero que era el poder. Pero ¿quién sería ese esclavo capaz de decírselo? lo enviarían a freír tusas y además lo cancelarían antes de nombrarlo ¡Por atrevido!