El grado tan alto de ignorancia de nuestra sociedad en casi todas las áreas lo pagaremos con miseria y muchos muertos. Esa falencia abarca a prácticamente todas las clases sociales -salvo una minoría dueña de más de la mitad del PIB dominicano- debido al atraso histórico en nuestro desarrollo capitalista que genera un inmenso enjambre de pequeños burgueses que josean permanente como quitarles a los otros su bienes y riquezas para acumular hasta donde les sea posible. Fruto de ese estado no hay integración social auténtica; no hay lealtad a nada, ni a nadie; cada día se levanta esta mayoría con el cuchillo en la boca para arrancarle un pedazo al otro; sus mentes están pobladas con fantasías acerca del estatus social, la suerte, la magia, el machismo, el racismo y la providencia. Sea un médico con titulaciones en el extranjero o un pitcher de guagua, ambos son pequeños burgueses que comparten esas deformaciones por la sociedad donde se formaron, la nuestra, la dominicana.

El pensamiento crítico y el escepticismo metodológico no tiene cabida en los cerebros pequeños burgueses, y mucho menos la capacidad de planificación racional o el amor por su sociedad, por su gente, mucho menos por los vecinos insulares. Las creencias más disparatadas florecen de manera anárquica y mientras más absurdas más fuerza tienen. Por ejemplo, en lugar de esforzarnos en construir un sistema de salud decente, para todos, especialmente los más pobres, controlando la corrupción de nuestros políticos para que el dinero rinda, optamos salvajemente por acudir a líderes religiosos que celebran cultos y manifestaciones públicas para arrancarle a una deidad la sanación de los enfermos. Pura magia, que no tiene nada que ver con la Fe cristiana, por más cura o pastor que sea el oficiante. No importa cuanta formación bíblica o teológica tengan esos hacedores de milagros, son dominicanos que piensan a la manera de los pequeños burgueses y montan sus negocios de sanación para obtener riquezas, fama o influencia. Más comprensible es la brutalidad del famoso peregrino de Puerto Plata, al menos sabemos que lo financia el gobierno desde hace tiempo y tiene dos policías cuidándolo en su morada donde teje canastos.

La Fe, y hablo como católico, es un don que Dios nos regala. Podemos pedirlo, pero queda a voluntad del Padre concederlo. Tener Fe no es creer, es vivir plenamente frente a la presencia de Dios y por tanto ser como Jesucristo integralmente y expresar en todas nuestras acciones y constantemente su naturaleza, que es el amor a todos, en cada circunstancia concreta. La Fe no niega el conocimiento racional o la acción humana por construir el reino de justicia promovido por nuestro redentor, todo lo contrario, desde la Fe es que asume la opción privilegiada por los más pobres y nuestra obligación de ser cocreadores con los talentos y recursos que Dios nos concede. La verdadera Fe no manipula a los más humildes, no humilla a quienes carecen de poder o prestigio, porque su fruto es el amor. La Fe nos demanda que seamos lúcidos en la comprensión de la naturaleza y la sociedad, porque el amor para serlo plenamente requiere lucidez y eficiencia, no existe en el amor algo como “buenas intenciones”.

La sociedad dominicana ha de transformarse profundamente para salir del presente estado de atraso e ignorancia. Eso no depende de liderazgo alguno -aunque tenerlo siempre es provechoso-, sino del compromiso de cada dominicano y dominicana con su familia en primera instancia, su comunidad donde vive y el país. Cada uno desde su oficio, talentos u ocupación. Con vocación de servicio pleno que no descuida la remuneración legítima por su trabajo para el sustento propio y de los suyos. Se tiene que vencer el miedo a actuar por la justicia y la equidad, ganar confianza en que podemos lograr grandes cosas si nos coordinamos, evaluar meticulosamente los discursos de quienes pretenden dirigirnos con sus frutos, sospechar profundamente de la dádiva ocasional y no esperar a que desde el Estado o la filantropía resuelvan nuestros problemas comunitarios, sino poner manos a la obra entre todos.

El Padre de Jesús no es un mago, ni un castigador, es puro amor, y por tanto misericordioso, pero no desea que asumamos la relación con él como niños volubles que lloran pidiendo hechos sobrenaturales cuando se nos confió las capacidades para resolver muchos de los problemas que enfrentamos. Si no nos empoderamos como sociedad para resolver nuestros problemas, si no asumimos una relación con Dios adulta los que nos consideramos cristianos y concretizamos nuestra Fe en hechos de amor, si no despojamos a quienes usan el poder para explotarnos, nunca saldremos del desastre en que vivimos. Este virus no es el causante de nuestra desgracia presente, los causantes son quienes nos robaron los recursos para tener mejor salud, mejor educación y un trabajo decente para que cada padre y madres pueda sostener su familia.