Para aquellos que preguntan, no nos adherimos a ningún credo, religión o filosofía en particular, intentamos mantener en todo momento nuestra libertad de pensamiento cuidándonos de aferrarnos a determinada línea o forma de conceptualizar la realidad; nos consideramos, si se quiere ubicar una palabra para catalogarnos, Universalistas, en su más amplio significado y sentido. 

Y por esta manera de auscultar la realidad, son las preguntas que nos hacemos las que fijan nuestros derroteros y aspiraciones trascendentales, más que las respuestas de lo supuestamente ya sabido y conocido… Esta actitud nuestra es garantía para evitar eventuales fanatismos, los cuales tanto daño y destrucción han traído a esta vapuleada humanidad. 

El fanático sólo entiende de creencias, más no le interesa la Verdad.

No pretendemos condenar las creencias ajenas, ya que reconocemos el libre albedrío que cada quien posee como derecho inalienable de su condición humana para creer lo que le venga en gana, porque el hombre es místico por naturaleza. 

No nos pasa ni remotamente la idea de, por ejemplo, juzgar el budismo a través del cristianismo, ni tampoco nos pasa por la mente enjuiciar el cristianismo a través del budismo. Es más, somos cautelosos de emitir cualquier juicio de valor, a sabiendas de que como humanos que somos grande es nuestra ignorancia. Por ello sostenemos que «la ignorancia cuando juzga, es injusta»

Nuestra actitud frente a las creencias es, si se quiere, ecléctica; y nos adherimos a aquellas visiones especialmente trascendentales que se identifican por sus caracteres universales y eternos. 

En ese sentido nuestro propósito práctico es poder transformarnos en dignos exponentes de la sabiduría que amamos y devotos de la Verdad que nos esforzamos en comprender y servir, porque lo espiritual demanda preparación y un activismo dinámico fundamentado en realizaciones íntimas a base de voluntad. 

Podemos discrepar radicalmente con determinadas creencias y en particular con sus modelos metodológicos o pedagógicos que muchas veces impiden la auto-emancipación del ser humano. 

Pero esta diferencia de opinión tampoco nos da licencia alguna para pretender que nuestra “verdad” es la única valedera. Porque las creencias se adecuan a cada estadio del desarrollo humano en diversos ámbitos, como el físico, emocional y mental. 

Algunas creencias son tremendamente necesarias en su momento, pero otras son un verdadero obstáculo. De ahí que más de alguno ha sostenido que “el mayor y más doloroso parto que un ser humano pueda tener es el de concebir una nueva idea”. 

Un corredor de los 100 metros planos puede, producto de un accidente, requerir la asistencia de un par de muletas; pero habiéndose recuperado de su lesión, sería descabellado pretender seguir usando dichos apoyos.

“Muchas de las creencias que albergamos son otoñales hojas que no se sostienen con la más leve brisa de la sana razón. A esas las denominamos supersticiones.” ~ Incómicus Philósuphus

Un tullido, sin embargo, requerirá usar de por vida sus muletas… 

Por ello sostenemos que «definir la moral en base a creencias es una inmoralidad», aparte de ser tremendamente injusto. 

Las creencias obedecen a mecanismos pasivos de nuestra psiquis, las cuales a su vez definen ciertos paradigmas y cuya función no es otra que la de ahorrarnos cierta energía mental al dar por sentado ciertas “verdades” en nuestra interacción con la realidad. Es decir, las creencias se identifican o responden a las fuerzas conservadoras de la naturaleza y consiguientemente de nuestra psiquis. 

Por ello la fe mal llevada es terriblemente negativa y propende a una pasividad asombrosa de las funciones mentales del ser humano. «La fe es el recurso del ahíto, del desventurado que no sabe por dónde seguir y que carece del método que es indispensable para disponer de sus posibilidades, algo así como el artesano de todas las artes que carece de oficio en todas las ciencias. La fe es el sostén del iluso, el alimento del vencido, el refugio del cobarde y la tabla de salvación del desdichado y desesperado. De ahí que la fe no exija esfuerzo alguno y sólo requiera confianza estática, esperanza inconsecuente, persistencia en el desaliento y expectación dentro de lo inconcebible o imposible. Para tener fe basta con cerrar las avenidas del criterio, renunciar a la comprensión, enclaustrarse en la propia impotencia mental y confiar en el acaso. La fe es la fácil filosofía del derrotado, la magia del impotente, la ciencia del insolvente y el poder del iluso y, cuando por ventura sus esperanzas se ven satisfechas, grita con pasmosa emoción: "¡Milagro!" sin percatarse que él mismo es el creador de sus propias ilusiones y el verdadero artesano del desenvolvimiento de sus propia vida.»

Un gran filósofo alemán dijo cierta vez: «Creo porque no estoy seguro, y si tuviera la certeza, dejaría de creer». Esto refleja claramente lo que queremos dar a entender sobre aquellas creencias negativamente atávicas y que nos limitan enormemente con su pasividad en la comprensión vivencial de lo espiritual y trascendente, cuya expresión objetiva o material nos es dable percibir con nuestros cinco y limitados sentidos. 

Quien niega o afirma determinada creencia sin conocimiento, se para en el umbral de la superstición y se sitúa en terrenos pantanosos de la realidad, convirtiéndose en víctima y presa fácil de las fuerzas nacidas de la ignorancia, tanto propia como ajena.

Creer es Crear. 

En efecto, para nosotros el enfoque que propugnamos está dado por la fórmula «Creer es Crear», pero no llevada o aplicada de manera caprichosa por enclenques mentes o sugestionables seres prestos a creer las fantasías más inverosímiles, ridículas y disparatosas por el simple hecho de encontrarlas fascinantes o porque son proclives a tomarlas como verdades ya que les place o les reconforta identificarse con ellas anulando todo sentido común y crítico al margen de la sana razón. Esta fórmula implica el desenvolvimiento dinámico de nuestra mente a través de una función que se expresa a base de acicatado esfuerzo y voluntad. 

Las creencias no se combaten con creencias, sino con la Verdad, cuya «carnificación» o manifestación en el Ser es fruto de hondas y profundas realizaciones íntimas a base de la aplicación y ejercicio constante de sus facultades. 

La naturaleza manifiesta una serie de fuerzas, las cuales podemos agrupar en 3 modalidades: fuerzas Conservadoras, Creadoras y Modificadoras (Destructoras). 

Así vemos pues, que la fe pertenece a las primeras, las de índole conservadora. 
Esta triada de fuerzas ha sido identificada por diversos pueblos y culturas a través de los tiempos. En el caso de los egipcios tenemos a Osiris, Isis y Horus; en la India la tri-murti Shiva, Brahmá, Vishnú; en el Tibet a Atma, Buddhi, Manas; Śivá, Śákti y Nára en el Triká (Shaivismo no dual de Cachemira) y en occidente tenemos la doctrina de la Santa Trinidad, confirmada finalmente en el Concilio de Constantinopla. 

La palabra “religión” proviene del término latino “religio” el cual a su vez proviene de “religare”, según la interpretación cristiana y que fuera la más extendida dada por Lactancio. El término “re” se interpreta como un elemento que re-potencia la acción del verbo “ligare” (unir), de ahí que se hable de atadura o amarre. Algunos entienden que en este caso hablaríamos de “ataduras racionales” por la ausencia de la razón. Otros han querido interpretar el término “re” como “volver a unir”. Conforme a esto, el positivo propósito de la religión sería propiciar la común-unión del ser humano con aquello que consideramos trascendente y superior.

Este último concepto es el mismo en el caso de la Yoga en sus diferentes manifestaciones físico-mentales, cuyo propósito no es otro que el de conducir al ser humano hacia la unión o fusión con el Absoluto.

El sabio Patañjali hubo de clasificar 7 tipos de Yoga, pasando por las que impulsan un desarrollo físico, hasta las relacionadas con los aspectos mentales. Dentro de estas tenemos la Bhakti Yoga, que es una Yoga basada en el aspecto devocional. Esta Yoga puede decirse que es una de las más pasivas ya que promueve un estado subjetivo que básicamente proyecta externamente un sentimiento hacia lo supremo. De ahí que sea considerada una especie de Yoga un tanto acomodaticia, ya que no implica mayormente la puesta en acción de la voluntad creativa en el desarrollo de otros aspectos más bien internos de la estructura del ser.

Haciendo un símil, podemos afirmar que en occidente lo que prima es principalmente una especie de Bhakti Yoga, donde lo espiritual se entiende como una actividad puramente devocional y venerativa, asumiendo como verdades determinadas creencias muchas de las cuales no tienen mayor sustento y cuyo efecto generalmente no es otro que el de la exacerbación emotiva. Nada más debemos observar la existencia del término “creyente”, cuyo significado muchas veces se asocia erradamente a alguna actividad espiritual que es dinámica y creadora; y no pasiva y acomodada. 

Incluso tradiciones espirituales que no contemplan en su génesis la veneración y adoración como vehículo del desarrollo expansivo de la manifestación de lo espiritual han sido desvirtuadas algunas veces para hacerlas más acomodaticias a las grandes masas incultas e ignotas, carentes de toda preparación mental, emocional y física. Ejemplos de esto los hay por doquier, como el caso de la veneración del “diente sagrado de Buda”.

La Alta Cultura Espiritual está divorciada de la imposición de fes y credos expedidos con promesas interesadas o aterradoras amenazas. La espiritualidad implica la integración armoniosa de todas las facultades, reciedumbre de carácter, nobleza moral y la germinación y/o expresión de las fuerzas ingénitas del ser en un estado de inocencia ajeno a convencionalismos socio-culturales, supercherías y supersticiones muchas de las cuales han demostrado por siglos su ineficacia e inutilidad para hacer del ser humano una entidad más elevada y en continua comunión con los principios universales. 

Y es que la adopción de creencias no obra mayores transformaciones definitivas y finales. A lo más condicionan y establecen sustentos existenciales a nivel psicológico que a modo de perfume sólo enmascaran las cuestiones fundamentales del ser, y que han sido mantenidas por siglos de manera irresoluta.

El ser espiritual se libera de sí mismo, de sus demonios y sus dioses, porque para aquel que ha expandido sus conocimientos, experiencias y vivencias en los terrenos de lo trascendente, de lo interno y de lo íntimo de su ser, no requiere de fes ni credos fantásticos y exóticos. La vida, la realidad y sus interioridades causales se le presentan de manera diáfana y cristalina al disiparse el velo de lo ilusorio y que ha sido sustentado por la experiencia sensorial y limitada de sus 5 sentidos físicos.

No es necesario tener fe en lo que se conoce, y menos en lo que se experimenta. Si se deja caer de entre las manos un vaso, éste indefectiblemente viajará hacia el suelo. Y no es necesario tener fe en que si se suelta, se estrellará contra el piso.

El Ser humano es una entidad conformada por los mismos elementos del Universo visible e invisible, un punto focal de Conciencia que experimenta realidades multifactoriales, la mayoría de las veces de manera inconsciente y subconscientemente. Su experiencia, al igual que el Universo, está gobernada por precisas leyes, las mismas leyes que gobiernan todo cuanto ha existido, existe y existirá.

Sería entonces una estupidez mayúscula pensar en el hecho de que hayan leyes especiales que gobiernan al ser humano y otras tantas a la Naturaleza o al Universo mismo del cual él es un elemento más que lo integra. No somos simples observadores separados de la realidad; somos partícipes, ya que aun observando operamos cambios; por tanto podemos decir que somos parte del Universo que nos contiene y que a su vez contenemos. Somos cosmocratores, entidades creadoras de la Naturaleza y el Universo.

Por ello, ser un «intranauta» y redescubrirse así mismo implica, entre otras cosas, conocer el Universo, sino varios…

El Ser Espiritual vive en la «obviedad» de lo trascendente, de lo eterno y de lo universal.