¿Puede la poeta renunciar entonces a la transgresión como ejercicio espiritual y fuente de ascenso-descenso en el orden transcendente y sobre todo vidente?

El concepto poético integrador que encontramos en nuestra autora y que genera el encuentro-desencuentro ontológico y creacional es el cuerpo-espacio y el abismo-mundo que supera por momentos la terrenalidad. En este sentido, lo poético se reconoce en una dialéctica de lo visible y lo invisible, así como en una estética de la desesperación de ser. Aquello que se le atribuye a las entidades metafísicas o de las primeras causas y formas, ocupa los lugares de una imaginación ascensional en la que el sentido no se agota en el movimiento del mirar pioético.

Vivir es un ensayo donde el sujeto es habitado o deshabitado, dependiendo del compromiso asumido como ser, mirado por el otro y compensado por sus determinaciones. Si el poema oculta o desoculta una tensión de vida o muerte, el cuerpo, el ojo, el tiempo, la visión y el mundo, adquieren la fuerza que transgrede y produce el pronunciamiento orientado hacia el otro y lo otro en perspectiva creacional.

Todo lo que dice la poeta sobre el existir como estro, vacío, lenguaje y numen, va cobrando valor expresivo en órbita, forma y tema, de tal manera que la desesperación de ser, sentir y hablar participa del dialogo entre eros, psique y forma, provocando una visión que integra nudo, cosmos, visio amoris y espejo de la vida humana (Speculum humanae vitae).

De ahí que la aspiración que el poema asume como vaticinio, sacralidad, habla oracular y sentiente, orienta la obra poética de nuestra autora, tanto en sus estados originarios como en sus constitución estético-poética.

Algo que debeos tener en cuenta a propósito de contextos, núcleos y poetemas en la obra de Sally Rodríguez, es el encuadre verbal moderno de donde surge su poética. Las fuentes liricas y filosóficas de su obra se hacen legibles en autores del 27 español  y en los poetas visionarios de los 50 y 60 en España. Cierto es que también en Cernuda, Rosales y más tarde en J. A. Valente, Sánchez Robayna, Leopoldo Panero y Gil de Biedma, encontramos asuntos, temas, vertientes y estructuras de lenguaje que han entrado como punto y visión en la obra de Sally Rodríguez; las imágenes y cuerpos que se pronuncian en la tesitura y la dimensión de lengua de nuestra autora, constituyen un cuerpo de sentido universalizante que hace de su obra un espacio expresivo complejo y simbólico. 

“Crecer inconfesable” es una condición y un gesto propio de creencia, salvación o condena. El dialogo entre el vacío y la plenitud lo encontramos en la poesía y en la pintura poética chinas, tal como lo pone de manifiesto y explica Francois Cheng en su obra Vacío y plenitud (Ed. Siruela, Madrid, 1996). Pero la idea que convoca a la juntura mito-hermética y consurgente, hace que nuestra autora anuncie  y retorne al espacio de lo inconmensurable poético-filosófico. Crecer en silencio y de manera no explicita ni expresa, implica una afirmación del secreto y el secretismo dentro de un ámbito escatológico, soteriológico y poético.

Así pues, una orientación amorosa del registro sentiente y místico, altera la imagen cósmica y el recorrido del cuerpo, la visión imaginaria del eros y el verbo-potens del vivir. En la llama doble, Octavio Paz (Ed. Seix-Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 1993), nos recuerda que:

“La poesía nos hace tocar lo impalpable y escuchar la marea del silencio cubriendo un paisaje devastado por el insomnio. El testimonio poético nos revela otro mundo dentro de este mundo, el mundo otro que es este mundo. Los sentidos, sin perder sus poderes, se convierten en servidores de la imaginación y nos hacen oír lo inaudito y ver lo imperceptible”. (p. 9)

Paz se pregunta por el suceder en el sueño y en el encuentro erótico:

“¿No es esto, por lo demás, lo que ocurre en el sueño y en el encuentro erótico? Lo mismo al soñar que en el acoplamiento, abrazamos fantasmas. Nuestra pareja tiene cuerpo, rostro y nombre pero su realidad real, precisamente en el momento más intenso del abrazo, se dispersa en una cascada de sensaciones que, a su vez, se disipan.” (Ídem. loc. cit.) 

El amar- soñar siempre tendrá como norte una pregunta, pues los amantes, los enamorados de la forma y la potencia, del alma y la carne, produce una imago amoris, motivo este que encontramos tejido y sutura en la literatura clásica y la literatura moderna. Ovidio en su Ars amandi y más tarde Marsilio Ficino en su De amore, revelan  un mundo que no está hecho solo de cuerpos, sino también de sueños, metamorfosis, vuelo, sombra, penumbra, huella, cielo, bosque y agua, entre otros elementos nocturnos  y selenarios.

Los tópicos amorosos y el motivo de salvación o condena desde el amor, se hacen visibles y legibles en un proceso unificante de vuelo, fortuna y ruina, tal como se puede observar en la Eneida de Virgilio, La Diana de Montemayor, la Arcadia lopesca, la Vita nuova de Dante, el Orlando furioso de Ludovico Ariosto, las Metamorfosis de Ovidio y otros topoi que le han servido de fundamento a la modernidad.

En su Dialogo sin cuerpos la poeta Sally Rodríguez no deja de evocar la vida-muerte y ese “crecer inconfesable” donde el cuerpo, la lejanía y el amor conviven entre la presencia y el límite, el viaje ascensional y la letra secreta, lo profundo del arriba y lo profundo de la tierra.