La confesión como recurso místico y teológico-poético parte de la contradicción entre mutismo y habla ontológica. Pero la fenomenología poética observable y legible en Sally Rodríguez, se hace tensiva y unificante en sus vertientes metafóricas, alegóricas y paradójicas.

Las estancias memoriales del poema-signo y el poema-tiempo cobran cada vez más fuerza y significación en dos poemas que conforman un núcleo específicamente paradójico y místico: “Crecer inconfesable” (Diálogo sin cuerpos, op. cit., p. 39) y “Oh cuerpo que te escapas” (p. 25). Origen, levedad y movimiento se unen para lograr un estado de habla, gesto agónico y confesión que traduce, a pesar de su pulso, el sentido de una historia individual y un vuelo finalista y contemplativo del ser en el poema.

Lo sensible, lo agónico o “agonal” de este diálogo sin término, solicitan un espacio y un cuerpo que muestra su fragmentación o desamarre existencial. Se trata de una urdimbre y a la vez una desconstitución de la sustancia mítico-poiética, asimilada como acto numinoso y presentificador de lo decible en sierpe y surco.

Pero la voz que habla es también un pensamiento y un deseo que necesita el goce del sufriente-existente y de la imago hominis que ha recorrido todo el fantasma literario occidental analizado por Giorgio Agamben en Estancias: La palabra y el fantasma en la literatura occidental (Ed. Pretextos, Valencia, 1977).

Todo lo que ha transcurrido como pasión, fulgor y silencio en la obra de Sally Rodríguez escrita hasta hoy, no ha sido más que un hacer hablar el cuerpo y el lenguaje de un “crecer inconfesable”, que paradójicamente discurre en los ritmos de un poema asumido como obra ocurrente en el mundo-tiempo de la poeta.

Indudablemente, presencia y ausencia se conjugan en un nacer-para-la-muerte que está muy claro y evidenciado en la travesía intimada por nuestra autora. El habla particularizada en su creación poética, resuena como tempo y tiempo, mediante los matices creadores por un crecer que se fragmenta y se “planetariza” desde una fenomenología y una escatología militantes.

Los restos del cuerpo espiritual y creador se estiman como partes de una sustancia y un enigma de la palabra dada, como fundamento de una travesía milenaria que encontramos en la tradición poética oriental y también en el ya lejano occidente medieval, básicamente en la mística del monacato cristiano.

Los mundos evanescentes y contingentes vividos por la poeta, se concentran en el “estar” inconfesable de un cuerpo que aspira a la trascendencia agónica y vivencial. Más que relación y azar, el elemento que hace visible y posible el imaginario amoroso y espiritual es el vértigo, y el aparecer bajo el núcleo “auroral” de lo trágico y el límite (perás), siendo así que los tonos y acentos significativos absorben el ser de la pregunta y la esperanza de la presencia.

El cuerpo fluyente y el “crecer inconfesable” se pronuncian en los diversos estados del lenguaje de mundo y confesión, motivados por la lengua misma de la sinrazón y la memoria que se resiste como travesía. No podemos pensar ante un irremediable decir del ente, que el momento originario no asegure su búsqueda e invocación  unificante de la forma y el sentido. Lo poético se “habla” o se dice en varios planos del acaecer cósmico y sofiánico, pero también mítico y dialógico para asumir el ritmo imaginante constituido por el ente-signo.

En verdad, y por lo mismo que nuestra la poeta, el yo no pierde la ocasión de aspirar al otro, al sentido intimado por el existente abismal que atraviesa también la entidad fenoménica del eros y sus diversas manifestaciones intramundanas, aceptando así la contradictio necesaria para “crecer inconfesable”.

El poema que se lee y se escucha desde el “diálogo sin cuerpos”, resulta ser una cardinal significativa donde logos y substancia se convierten en escritura y sophia en el orden incorporal pero también agónico. Se trata de una cosmovisión donde los sentidos logran extender los límites y horizontes, a partir de los cuales el poema lo recorre todo en su condición de lenguaje y unidad.

Así pues, si la línea que atraviesa el mirar asiste a los encuentros del decir, entonces la contemplación y el saber delirante del espíritu necesitan orden, salida de sus rutas, abismo en la victoria del tacto y seguir creciendo en la alteridad. El cuerpo se escapa, pero retorna a su origen sagrado, erótico y confluyente. Atravesar el vientre  de un mundo que en soledad y cauce la poeta lo nombra y lo persigue, constituye un fin persistente y sentiente.

Transgresiva y permanente, la poesía es también enfermedad y cura a la vez, pero también produce una de las grietas que el mundo contemporáneo presenta como vida posible y hundimiento, tal y como lo ha puesto de manifiesto el filósofo rumano Constantin Noica en su libro sobre Las siete enfermedades del alma y principalmente en su obra Devenirea intru fiinta (Devenir en el ser (1984).

Así las cosas, el dualismo cuerpo-alma y materia-espíritu, promete como extensión de pensamiento un borde y un desborde, quebrando el llamado equilibrio de lo-existente y del- existente. En este caso, el viaje interno y la experiencia que lo define, produce en la cardinal integradora y desintegradora una latencia y un estado de apertura a la condición poética. Sin embargo, la manifestatividad como poeticidad es incapaz de traducir el grado más profundo de intuición y sabiduría, de suerte que lo luminoso y lo numinoso permiten concentrar los ejes y propósitos de la visión amorosa como visión sentiente.