El asalto, resistencia y muerte violenta de la joven estudiante de periodismo Franchesca Lugo Miranda, acaecido hace una semana, volvió a disparar las alarmas sobre el viejo contubernio entre policías –no la Policía- y delincuentes, narcotraficantes y sicarios.
Hubo policías presentes en crímenes muy sonados como el secuestro, tortura y asesinato del periodista Blas Olivo, en abril de 2015, y ahora en el caso de de Franchesca, había varios que el simplismo quiere individualizar y estigmatizar.
La fiscal del Distrito Nacional, señorita Yeni Berenice Reynoso, ha declarado en más de una ocasión que en el 90 % de los casos de asalto, crimen y sicariato participan policías o militares. No lo creí y aun no lo creo, aunque un solo policía que participe en un solo hecho delictivo, es de por sí un contrasentido de la efectividad del cuerpo del orden.
El dolor de la familia de Franchesca es el punto de partida de todos los que muy sanamente se indignan y reclaman no solo sanción para los culpables, sino medidas efectivas para evitar que un hombre revestido de autoridad y fe pública, se convierta en un aventajado delincuente armado.
Comprendo que la gente critique a la Policía y los medios de comunicación publiquen y hagan refritos durante unos días sobre este tema, pero lamento mucho que el enfoque sea unilateral, simplista y hasta morboso.
Los que critican a la “Policía” desde sus púlpitos usualmente tienen un y hasta más de un policía “asignado” para darse su propia protección, la de su casa o la de su negocio.
Otros guardan discreto silencio cuando algún oficial de la Policía está envuelto en un rollo de millones teniendo como cómplices no a delincuentes del bajo mundo, sino a “personas importantes del mundo de los negocios” hasta que se descubre que son megadelincuentes. En esos casos –verbigracia Banco Peravia- ningún medio hace una campaña porque arrastraría a políticos corruptos que a su vez son “compadres” del poder.
La Policía tiene fallas evidentes, pero igualmente cumple una misión que sobrepasa sus capacidades por carecer de recursos y de motivación de su personal.
Aquí se le reclama a la Policía que tenga una depuración mejor que la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos –a la que se le fue Edward Snowden con los mejores archivos clasificados-, pero un raso gana RD$6,000 y pese a años de promesas, no se les reajusta el salario, no se les compensa y si no muere a manos de delincuentes, no puede contar con que el Estado le provea una vivienda a su familia.
A la Policía se le exige todo y a sus miembros no se les da nada. Los policías siguen siendo los empleados del Estado peor pagados a pesar de que tienen en sus manos la seguridad pública y la lucha contra la delincuencia organizada que dispone de dinero, vehículos, jóvenes y armas que acumulan en proporciones geométricas.
Mientras en este país “la gente importante” (políticos, empresarios, generales, jueces, banqueros y hasta riferos) puedan disponer de policías para que los cuiden, el resto de los dominicanos de a pie no puede esperar que el gobierno se preocupe por dignificar la Policía y estimular a sus miembros para que sean íntegros, leales y cumplidores de su deber.
Un policía en Ecuador gana mil dólares mensuales. Un policía en República Dominicana gana 133 dólares mensuales. Es una burla o una incitación a que se vayan con el primer delincuente que los invite a asaltar, a traficar o a asesinar personas a sueldo.
¿Cuándo, un joven que ingresa a la Policía, puede tener la esperanza de contar con una casa propia, hacerse profesional, tener un vehículo, educar decentemente a sus hijos y esperar una pensión digna para ver crecer a sus nietos? ¡Nunca! Entonces, ¿qué es lo que le reclaman? ¿Qué proteja a la delincuencia política, burocrática y empresarial y se muera de hambre?
Tendrían que ser todos unos pendejos y por lo visto hay una gran proporción que no lo es. ¡Se la están buscando en el espacio que la sociedad les deja: la delincuencia!
Cuando uno habla en este tono, siempre aparece un lógico que advierte que los bajos salarios no son una razón para que un policía se convierta en delincuente. ¡Efectivamente, así es! La mejor forma de demostrar esa tautología es mirando a personajillos que llegaron al gobierno como pelagatos, disfrutaron de un buen sueldo, de privilegios y empatía con el poder y ahora son potentados intocables por la justicia y con protección política.
Tienen razón: los bajos salarios no deben incitar a la delincuencia porque gente con muy buenos ingresos públicos también son delincuentes y cuando son acusados de corrupción, ninguno quiere ir a juicio para demostrar su “honestidad”.