Recientemente tuve una conversación con una talentosa amiga artista. En un triste estado de ánimo se desahogaba y me comentaba lo frustrada que se sentía por lo difícil que le estaba resultando escribir para su nuevo proyecto; un libro en que un poco a regañadientes, pretendía explorar su compleja relación con su madre.
Mi reacción fue de inmediata compasión y empatía, mucho más de la que me suelo brindar a mí misma: No subestimes la apremiante situación colectiva en que nos encontramos, le dije.
La pura verdad. Creo que en nuestro intento de sobrevivir el día a día, olvidamos cuánto nos ha afectado esta pandemia la salud mental, y en la búsqueda de cierta normalidad nos negamos a aceptar que la creatividad se suele alimentar de experiencias, que en este momento parecen más bien episodios de ciencia ficción, totalmente surreal y ajenas a nuestro hábito natural de contacto humano y un inherente apetito de existir en comunidad.
Aunque sea verdad aquello de que la necesidad es la madre de la invención, también es cierto que para crear a veces resulta imperativo contemplar. El entorno, nuestras emociones, pero también nuestra realidad, y definitivamente los tiempos no están para tirarnos más presión de la que ya tenemos encima, a menos, claro está, que hubiese mucho beneficio económico de por medio en un asunto laboral. En ese caso, habría que replantearse la situación. Pero noto por experiencia propia que la flexibilidad ahora mismo es sumamente esencial. La actual crisis es en cierto modo una mensajera que nos invita, un poco a la fuerza, a redefinir caminos y estrategias, con aires que van cambiando diariamente.
Esto me hace pensar en los tres o cuatro años que duré escribiendo una obra de teatro, un proceso particularmente doloroso al tratarse en parte de una separación amorosa que en su momento me quebrantó la vida, y por otro lado de una exploración de cómo ser mujer y no morir en el intento mientras tomaba la decisión de no tener hijos, algo que hasta cierto punto me sacaba de las normas establecidas y afectó mi relación. En numerosas ocasiones me cuestioné el propósito de este proyecto. Nunca había escrito una obra, así que me preguntaba a mí misma cómo diablos pretendía montarla. Finalmente, tras un largo tiempo de trabajo, escribiendo, y meditando sobre el texto, terminé convirtiéndolo también en guion, como si no fuera otro gran reto producir una película, aunque solo seguía mis instintos que me pedían a gritos explorar otro camino.
Con esto traigo a colación el desvío que he tomado en mi carrera como actriz, matizado por muchos elementos, incluyendo la actual realidad. En estos últimos meses vengo escribiendo más y desarrollando proyectos que me han encaminado a otros espacios que me resultan sumamente interesantes.
Pienso entonces en la importancia de la reinvención y que la creatividad en sí, dígase la facultad de crear, es más bien producto de una práctica para la que son importantes el deseo de exploración y cierta disciplina, que como todo es un músculo difícil de fortalecer y más en tiempos de pandemia, así que ahora más que nunca se requiere de paciencia y cierta comprensión. Y creo que otro pequeño detalle sumamente beneficioso en cualquier proceso creativo es la opinión en la balanza de una persona de confianza que entienda nuestra visión. Claramente añado esto último porque hay opiniones por doquier, pero a veces ese permiso de un tercero de darnos un poco de espacio para respirar resulta muy necesario, en vista de que la tendencia del creador es meterse demasiado en su cabeza. A menudo hace falta alguien que nos de una sacudida.
-¿Qué tal si no te apetece escribir sobre tu madre?, le pregunté a mi amiga, visiblemente afectada por mucho más que solo procrastinar. ¿Y si lo que deseas es observar estas emociones encontradas y descubres que el libro al final es sobre otra cosa, totalmente opuesta a lo que visualizabas?
Por supuesto no es mi lugar decirle a mi amiga de qué va o no la cosa. Yo solo hice rol de abogada y la dejé reflexionando. Pero me lleva a un cuestionamiento existencial: Si un proceso creativo no produce satisfacción, ¿vale la pena desarrollarlo?
Me lo pregunto porque me parece que la idea de abandonar un proyecto a medias o bien antes de iniciarlo podría pegarle duro al ego y dar la impresión de que se trata de una renuncia o fracaso. Pero, de qué sirve torturarse uno por el simple hecho de tener una idea preconcebida, cuando gran parte de la belleza del arte, de la literatura, de la vida, es no dar nada por sentado y sobre todo darse uno mismo el permiso de fallar, y hasta empezar de nuevo.
Como propuso Darwin, sobrevive el que logre adaptarse. Tal vez en medio de tanta turbulencia lo más certero es detenernos un instante, y cambiar de dirección.