Vivo al ritmo de la vida, envuelto en la filosofía de la realidad; en cultura, articulado a lo cibercultural marcado por la virtualidad y por el COVID-19. A esto le llamo covirtualidad, un estado en el que quedan fragmentos de los recuerdos atrapados en imágenes ciberespaciales y en algunos actos lúdicos del ciberamor y del dolor en tiempo de pandemia.

La aceleración en lo virtual, sin contar con la preparación suficiente de los seres humanos en el cibermundo, es resultado del COVID; por eso, dicha virtualidad tiene componentes del virus, es una covirtualidad, no una virtualidad de expansión social, educativa y cibercultural, de aceptación y no acelerada del proceso de enseñanza – aprendizaje.  Es vivir en lo virtual aprisionados y acelerados que con relación a la educación virtual es más bien una educación de covirtualidad, esto implica que asumamos conscientemente, que estamos en una situación de vulnerabilidad y de catástrofe social en la que no se puede vivir una relación de trabajo con lo virtual y lo real, sino una relación con el COVID   y lo virtual.

Por esto, el COVID-19 es nuestra realidad en el mundo cotidiano que deviene como real articulado a lo virtual, en la que el ciberespacio es nuestro refugio virtual ante lo real del virus, lo que nos hace vivir en la covirtualidad.

En estos tiempos cibernéticos y transidos, el COVID-19 se va tragando parte de nuestra existencia, no escapamos a este.  Por lo que no se puede condenar o maldecir, porque dicho virus en el plano del pensar filosófico es amoral, no tiene razonamiento, lenguaje, remordimiento como tampoco sentimiento. De ahí, que, entre la razón y la pasión, vivimos reducidos a la interacción de la covirtualidad: de lo virtual- real del Covid.

Entre el silencio y la soledad de mis navegaciones virtuales, busco un espacio que no marque distancia y frialdad como el espacio real de la pandemia, más bien, un refugio virtual que me brinde calor y ternura cada vez que abro y cierro un pasadizo del ciberespacio; los cuales no me constriñen en la nada o  en la ausencia de ser, porque forman parte de los proyecto de vida que me dejan seguir siendo en el plano del pensar y repensar la existencia entre un virus  que nos ha condenado a vivir de manera forzada en la covirtualidad, sin elección al respiro de aire en libertad.

Ante tal panorama, hay que tener serenidad, como dirían los filósofos estoicos, sobre todo, ante los que se van muriendo por esta pandemia, de forma puntual, los que son conocidos, amigos o familiares. Hoy sabemos que muchos han muerto sin saber cómo murieron. Después de que se ha desatado la pandemia, las muertes se han incrementado, muchos se van perdiendo entre la pandemia y la enfermedad que supuestamente fue que los esfumó de este mundo terrenal.

Hoy decimos adiós a la reminiscencia de lo que nos quedó antes de la pandemia, a ese estilo de vida que nunca tuvo como referencia un distanciamiento o aislamiento social. Se ha de comprender que es en mi discurso que le doy un sentido al virus, como algo que no es primoroso sino descarnado, una especie de proteína desaguisada que destruye vidas y traumatiza las almas que quedan con vida, lo terrible que este no sabe de nade de lo que le digo porque no entra una relación cerebro, lenguaje- pensamiento.

En este mundo cibernético, vivimos entre la covirtualidad, constreñidos y entendiendo que esta es una modalidad de la realidad que forma parte de nosotros; sin embargo, para muchos será como un matrimonio forzado. Esta covirtualidad no se reduce a la realidad aumentada ni mucho menos a la virtualidad de inmersión, sino a una virtual arrítmica, porque no deja espacio para la combinación de lo real y lo virtual (fuera de toda pandemia) como forma de vida de los sujetos cibernéticos que viven en el mundo y el cibermundo.

Quiérase o no, se ha de comprender que el mundo de hoy implica la covirtualidad, ya que entra en el plano de las prácticas discursivas que se manifiestan en las redes virtuales, en las que los sujetos cibernéticos de diferentes estatus sociales (docente- estudiante, trabajadores, profesionales, empresarios, políticos y otros) no se encontraban preparados para vivir enclaustrados en una cibervida al margen de la vida de espacios sociales físicos.

La diferencia entre lo virtual y lo covirtual es que el primero forma parte de la construcción de vida que se va dando en los sujetos, sin que exista una aceleración y velocidad que lo saque de lo híbrido del espacio y el ciberespacio, en cambio, en el segundo (covirtual) se ha estado experimentando un espacio de virtualidad que rompe todo esquema en la realidad de lo virtual.

No podemos decirle adios al COVID-19 porque este permanecerá por mucho tiempo, ya sea como memoria o como realidad. Porque lo que se encuentra en el ciberespacio no desaparece. Historiadores como Niall Ferguson están por lo real, al decir que en cinco años olvidaremos este acontecimiento del COVID. Este historiador, no comprende que en el ciberespacio todo permanece, y desde sus profundidades, siempre brotarán hechos de acontecimientos como estos, que marcaron la humanidad.

La covirtualidad nos ancla en lo interactivo, en los otros, en la lucha y el trajín de lo real, vivir en estos tiempos de pandemia es como un víacrucis, de rostro afligido en la distancia. Por eso, cuando uno llega de compra a la casa, existe una sensación agradable, pero no de alegría, mucho menos de felicidad, más bien de haberse quitado una espina clavada en el cuerpo.

Salir fuera de la casa es no vivir con las estrellas como tampoco con una luz que alumbre en el camino, más bien como suplicio y zozobra, en donde sabemos que el sol solo quema, pero no brilla. Al parecer, solo da sensación de tranquilad de estar en una quietud hogareña para los que tienen hogar. Hoy la libertad se esfuma, se pierde entre la casa, que para el que vive en ciberespacio no pareciese una cárcel sino una sensación de libertad.

Es el control virtual de los cuerpos y las mentes lo que he conceptualizado como ciber psicopolítica, en cuanto que lo ciber entra como estrategia de poder y dominio de los cuerpos y las mentes en los entramados del poder del control virtual.

Sin embargo, con la covirtualidad no se vive la libertad de los espacios públicos, de sus encuentros y desencuentro psicológicos (mente, comportamiento y sentimientos) a través de dispositivos digitales y cibernéticos; más bien se vive de manera obligada y acelerada a un encierro en lo virtual.

El sujeto cibernético de la vida citadina no tiene nada que ver con lo virtual (sin COVID) que implica estos sueños y espacios reales. En la covirtualidad, la noche va dejando espacio al aire del toque de queda y da su paso a la noche de entramados virtuales entre permanecer en casa y entre unos sujetos sonajeros que se resisten a dicho encierro, no entienden que hoy vivimos en la rajadura del tiempo marcado en horas, minutos y segundos por la covirtualidad, que son marcados por el reloj del móvil o el de la pantalla del computador que se encuentraabajo, en la parte derecha de este dispositivo.

No soy profeta, pero sí puedo, quizá no con tanta intensidad, decir que estos tiempos cibernéticos, de covirtualidad les dijeron adiós no solo al mundo y el cibermundo que conocimos antes de la pandemia sino a los propios ritos ceremoniales del poder, la muerte y la vida citadina. Sin embargo, cuando salgamos de esto, experimentaremos la verdadera virtualidad combinada con aire, playa y muchas realidades, que no puede dar la covirtualidad de estos tiempos pandémicos.