Navego por entre el calorcito que da gusto y a la vez anuncia tormenta. La ciudad de mi sueño ha crecido tanto que me abarca con un solo brazo. Labios que he besado. Mis manos llenas de cortaduras y agrio de naranja. Alegría de mañanas en un aire nuevo, aire mío, frente al río, aire de mi sueño. Llueve de a poco y tus labios de nuevo y ahí juntas somos, ayudadas por lo posible, una sola humedad.
Una canción de memoria rota: en estos días covidianos prefiero vivir más los sueños. Ayer por ejemplo en la madrugada de chocolate de agua me hablaste del destino. Preguntaste, ¿con qué se come eso? Yo te dije cualquier cosa (hago lo que sea por samar contigo) y en el break del vaivén hablaste, escribiste, de un viaje y un viraje, de los secretos que en la barra de tu bicicleta me contabas. Cómplices somos; ganas invisibles de amarnos invertimos tan intensamente que las persianas de tu nueva habitación estallan en jadeos y risas de un amor que hacemos de manera limpia e inteligente. Tu cuerpo siempre atento, radiante, sureño. El cuerpo que reitero en estas columnas que escribo, en este taca taca tip top que es dizque magia, pero no te trae completa y en este desierto de Chicago, me hago chiquitita dime porqué, inventando formas del perfume o la estela de chinola que dejas al navegar.